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EL MAGO

Luctus
Laura ha muerto. Margarito en un rincón no llora como lo hacen casi todos los presentes. Permanece rígido y no demuestra sentir dolor. Parece no interesarse por esta vida o en cualquier otra. Algunas mujeres comentan en murmullo las causas. Muchos no dicen nada, pero todos lo saben: es el juego, esa debilidad tremendamente marcada en él, su símbolo de perdición en la vida.
Laura lo acompañó desde aquellos dieciséis hasta estos cincuenta y cuatro. Aun utilizando sus más sutiles recursos, no pudo doblegar a Margarito en ninguna de sus convicciones. Irreverente hasta las últimas consecuencias, comenzó su ateísmo con la negación total de una boda religiosa.
- ¡Soberbio, soberbio! Le decían los padres de la robada Laura, presos de la indignación máxima al ver a su hija caída en deshonra por un ateo engendro de Satanás. Perjuro. Hombrecito abstraído totalmente en su minúsculo mundo cortado a su medida ¡Ay de ti cuando mueras!
- Ya me tocará y moriré de pie.
- ¡Teme a Dios!
- No soy rebaño de nadie. Tengo mis propios méritos y mis culpas.
- ¡Blasfemo! ¡Condenado de ti!
-Seré lo que sea y no me importa. En veces sí lo pensaba, pero mejor lo dejé así, que ya vendrá y veré si es cierto que en el capulín espantan.

Obstinatio insidere
Él es perseverante. No fuma ni bebe, sólo juega. Gusta de ser la excepción en su círculo. Siempre va adelante hasta conseguir su objetivo. Nunca deja nada para más tarde. Cree que después no habrá después. Su vida oscila en un constante escaloneo. Hoy cae, mañana está arriba, pero siempre lucha, no soporta ni la idea de saberse derrotado. Desde la muerte de Laura, los escalones únicamente lo conducen hacia abajo, al sótano. Con todo y todo no ha dejado de apostar a sus tiradas. Hoy ha perdido otra vez. Y hubiese seguido perdiendo más, de no ser porque en una mesa distante una riña concluyó en muerte. El asesino en su huída, de manera inconsciente dejó caer el puñal, vehículo de su acto, precisamente en el camino que habían de seguir los pasos de Margarito. Algún tiempo después también habría de morir de muerte matada. Es el pago al conciliábulo entre metal y demonio.
Margarito tomó el objeto y lo llevó a casa. Ya limpio, comprobó la belleza del cortante. Sonrió. Era un trabajo excelentemente bien acabado, filoso, tamaño perfecto y un mango cómodo. Ideal para matar. Sin duda su valor era alto y pensó que podría obtener un buen dinero por él cuando lo necesitase.

Después de juguetear, lo pone a dormir clavado sobre la mesa. Camina hacia su habitación y en el trayecto apaga la luz. Algo lo mueve a encenderla nuevamente para contemplar al puñal que permanece ahí de pie y parece brindarle una sonrisa invitante. Se miran algunos instantes hasta que Margarito da media vuelta para retirarse a dormir.
Entra en su habitación. Está cansado, casi triste. La cama lo recibe envuelta en el silencio. La paz no llega. Duerme.
Por esta vez no soñará.

Homo senex solus
De su liquidación quedan muy pocos visos. Casi todo lo ha enviado a sus hijos y utilizado en el sepelio. Lo ha gastado también en el juego.
Ellos al parecer se han olvidado de los viejos. Para no asistir al funeral, argumentaron sobre el mucho estudio que debían realizar, y las presiones de los maestros, y la distancia, y...¡Ni que estuviera tan lejos la capital, cabrones! Sólo saben pedir dinero ¡Jhm! Pero será el último que reciban. No habrá más ...
Débil:
-...porque no tengo...
Recuperándose:
-...¡y aunque tuviera, ya me conocen que nunca doy marcha atrás! Toda mi vida he luchado y todo cuanto tengo ha sido por mí. Creen que me van a engañar ¿qué quieren? ¿seguir estudiando? ¡Pues chínguenle! Cuentos a mí, no.

Labor corporis
Ahora sale de otro lugar. Le han dicho que es buen trabajador pero no hay plazas. Además ya no es joven.
- Pero tengo experiencia.
- Sí, pero ya no nos rindes ....
- ¡En mis tiempos ....!
Interrumpiéndole:
-Tus tiempos ya pasaron.
Despacio camina por la acera. Está solo, se siente solo. Si no hubiera sido tan duro con él mismo toda su vida, tan exigente en todo cuanto hizo y le rodeó. Por esta razón sus hijos huyeron de él a la primera oportunidad ¿Qué sería si no hubiese sido como fue en este montón de años? Estos que se le vinieron apolvando y no los veía por ser tan duro. ¿Laura, Laura por qué moriste? ¿Sería mejor? ¿Peor? No lo sabe. Es la pregunta que recién hoy se hace y no sabe responderse.
Se va lento, desvaneciéndose entre las penumbras de su propio olvido.

Ludére aleá
Ha invitado a unos amigos a casa. La mesa apenas y puede darles cabida. El puñal permanece de pie al centro. Todos le miran fascinados por sobre sus cartas. Una mirada rápida, fugaz; como quien mira a la mujer ajena. Los ha seducido. Margarito lo advierte. Es su feliz poseedor. Lo toma y juega con él. Circula de hombre a hombre y en cada mano el puñal ordena detenerse para sopesar las palmas. Ninguna es la elegida. Sólo Margarito tiene la medida que necesita. Esa manera de empuñar, suave y firme. Decidida. Es él, Margarito, para quien se reserva. Pide ser devuelto a su lugar, ya que todos le resultan indiferentes. Sí, es bello, lo sabe; la vanidad no es su deseo. Con insistencia mira a su dueño.
Margarito ha ganado la partida, Quiere seguir su racha con el cubilete, su fuerte.
Todos asienten. Él es el anfitrión.

Mortis fatum
Margarito llega. Son las diez menos seis. Hace ya tres semanas que lo despidieron. No obstó su antecedente limpio en el puesto de mando.
Ya son veinte días de búsqueda laboral y nada. Hoy llegó más tarde. Apesadumbrado, coloca su sombrero con forma de ocho sobre la mesa de madera. Se sienta y toma el puñal que, como tantos días atrás, ha dejado clavado y permanece erguido sobre la piel del mueble; lo empuña y juguetea con él. Lo rechaza. Se siente enfermo consigo mismo. Tras un breve tiempo, el puñal atrae nuevamente a su mano. Dirige la punta a la superficie de la mesa y la hiere formando una línea y luego otra y otra más...Ha escrito EL MAGO, apodo con el que le conocen todos.
Su mirada repara en el cubilete. Lo ase. Tira y cae el siete, el número de los dioses, lo sagrado y lo perfecto. Él lo sabe y no le importa, no cree en esas cosas. Absorto, mira la combinación de puntos y piensa que si ayer hubiera tenido esa tirada hubiese ganado y hoy comido. Ayer, cuando esa misma mesa tenía monedas, las últimas para su suerte. Ya no más, se fueron. Pensaba en que si hubiera logrado este siete, si no hubiese caído el uno, si no hubiera el hubiera, si el hubiera no existiese. Que esa maldita palabra nunca se hubiera pronunciado. ¡Nunca, nunca! Hoy tendría trabajo. Hoy tendría comida y tendría a sus amigos rodeándolo. Tendría viva a su esposa. Tendría a sus hijos con él. Tendría lo que ya no tiene y todo a causa del hubiera.
Comienza a odiar, el odio crece en él y se encausa a las dos palabras que lo flagelan. Llora y pide morir. Su voz se dispersa y llega a los cielos. Dios y sus allegados no son magnánimos con él; prohiben matar aun en necesidad y dan la espalda a sus súplicas. Abajo los demonios sí lo escuchan y se acercan despacio. Lo rodean. Margarito oye sus voces y no comprende esos murmullos. Las risillas de los demonios menores le atormentan y piensa que está enloqueciendo. Lo tocan por sobre el hombro y rápidamente voltea. No hay nadie. Tiran de su pantalón, mueven la silla, encienden y apagan la luz, lanzan los dados. Él grita y tiembla desesperado.
Cierta penumbra se incrusta en la habitación.
Retrocede un paso. Choca seco contra un cuerpo. Gira. Es el Demonio Mayor que lo mira y ríe. Dice que ha venido por él. Margarito no lo acepta. Niega. Lo has pedido, afirma el Demonio. Estaba loco, contesta Margarito. Tu suerte está echada y así queda. ¡Nunca! Margarito se apropia del puñal con la diestra y ataca. El Demonio lo esquiva para evitar ser alcanzado como si se tratara de un mortal. La lucha sigue. El Demonio continúa eludiéndole uno y otro ataque. Los demonios menores ríen alegres, presenciando la batalla. Súbitamente, el Demonio Mayor aparece frente al pecho de Margarito. Él siente ese tufillo muy propio del infierno en la punta de la nariz. Harto, el Demonio le dice que no se resista, que ya está hecho. ¡Jamás!, grita Margarito. Fuerza de furia arriba a su cuerpo. Ciego, busca con el arma la espalda del Demonio, que en ese momento desaparece y es el propio Margarito quien le brinda asilo entre su carne.
Óbito.
El puñal ya está satisfecho, ha matado. Una sola entrada a medio corazón es suficiente. Los demonios menores toman el alma del caído. El Demonio Mayor mira molesto el cuerpo ensangrentado mientras escucha los forcejeos entre el alma y los demonios. Sin dejar de mirar piensa en cuánto se resistió Margarito y en la sonrisa del puñal. Saturado de fastidio, ordena con desdén: ¡Ya callen a ése! Que acepte lo que pidió. Y díganle que no se preocupe por lo de aquí, que ya dirán que fue suicidio.
Un brillo de satisfacción cómplice llega a sus ojos cuando dirigiéndose al puñal, pregunta: y tú ¿a dónde irás ahora?

Texto agregado el 15-07-2004, y leído por 172 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-07-2004 Intenso y bien llevado. Enhorabuena huidobro
 
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