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Intrigado, con el brazo extendido y el billete en la mano, Augusto veía como su cuñado no se alegraba ni hacía el mínimo intento de recibir ese dinero. El menor de los hermanos de su esposa estaba de pie, inmóvil, y el semblante sereno con el que había entrado a la oficina estaba ahora serio, con la mirada fija en el billete.
Eran las cuatro de la tarde y Sebastián sabía que de aceptar ese dinero significaba que tendría dos horas para tomar una decisión; algo de lo que él, hasta hacía un par de minutos atrás, se creía exonerado. Pero ahí estaban a su disposición exactamente veinte soles, justo lo que el señor Parra le había dicho que costaba tomarle un par de fotografías para poder incluirlo en el catálogo de acompañantes:
-Tranquilo, nada de desnudos, con ropa nomás, de distintos perfiles. Si no me crees mira, este es el cat{alogo. Creo que la podrías hacer linda en este negocio, muchacho.
Sebastián no era vanidoso pero al ver las fotos de sus posibles colegas se sintió simpático como pocas veces en su vida.
-Cincuenta dólares por media hora. Diez para mí y el resto para ti, muchacho. Vienes acá y yo mismo te pongo la movilidad y los condones. Jajaja, te compro los condones digo. No vayas a pensar que soy maricón, muchacho; yo también doy servicio de vez en cuando pero ahora las tías los prefieren más jóvenes, así como tú y no cuarentones como yo. ¿Me dijiste que tienes diecinueve años, no? A ver tu D.N.I. Ah ya, ok. Acá todo es legal, por si acaso. Ah, y no te preocupes, no te voy a mandar lejos: San Borja, San Isidro, Miraflores… buenos sitios. Vas, cumples, mando a traerte de vuelta, y si hay otra chamba te envío de nuevo. Sólo fines de semana, así el resto de días tienes tiempo para estudiar. Estudias supongo ¿en la U.N.I.? Vaya que bien. Un consejo (antes que pienses que tienes el futuro asegurado por hacerle el favor a menopáusicas): no dejes de estudiar, muchacho. No, no vayas a cometer ese error. Sigue estudiando, esfuérzate, toma esta chamba como un cachuelo para ganar dinero extra, nada más. ¿Ves ese diploma que está ahí, en esa pared? Pues ese diploma dice que soy un administrador de empresas graduado de la Universidad de Lima. ¿Entiendes? Tú sigue estudiando y quién sabe, tal vez algún día tengas tu propia oficina, una como la mía.
El señor Parra lanzó una carcajada, se apoyó en el respaldar de su silla y desplegó los brazos como invitando a Sebastián a darle un vistazo a la oficina. Subrepticiamente Sebastián ya lo había hecho, pero ahora, con el consentimiento del señor Parra, se dio el gusto de mirar con más detenimiento y sin prisa. Se sintió en el paraíso: calatos y calatas por doquier, en las paredes, en la televisión, en el escritorio; fotos, afiches, videos, desde simples desnudos hasta pornografía.
-Y todo es material propio. Nada de cosas sacadas de revistas o de Internet. Es que también hago películas porno, ¿no te animas? Hay buena plata ahí también.
-Tal vez más adelante.
Sebastián, quien recién estaba cursando los primeros semestres en la universidad, no tenía más opciones si es que quería trabajar. De todos los anuncios que había visto en periódicos, fue el de “se busca jóvenes que quieran acompañar a mujeres maduras” el único que no pedía títulos, ni maestrías, ni currículos, ni nada parecido. Al escuchar lo que iba a ganar calculó que en un año ya podría estar viviendo solo, y en otro año más ya tendría un carro, y así sucesivamente su emoción fue in crescendo, hasta que pisó tierra: “imposible, nada es así de fácil”, pensó.
-Tienes hasta el próximo viernes, muchacho, hasta las seis. Si no te decides hasta ese día ya no tendrás oportunidad hasta no sé cuándo.
Ya era ese viernes, y en la semana que había pasado en los bolsillos de Sebastián sólo hubo un par de soles por día para pagar, principalmente, sus pasajes a la universidad. En esas mismas condiciones había llegado a la oficina de su cuñado.
-No es posible.- le decía Augusto a su esposa el día anterior, conciente de los problemas económicos de la familia de ella- Seguro tu hermano quiere salir con sus amigos o tomarse unas chelas y no puede, o tal vez quiera invitar a una chica al cine y no tiene plata. Eso no puede ser. Le voy a decir que venga mañana a la oficina.
Y esos mismos argumentos le empezó a decir a Sebastián, creyéndolo incómodo por ese ofrecimiento de dinero. Fueron segundos de incertidumbre hasta que al fin el cuñado de Augusto reaccionó y aceptó, sonriente, el billete. Sebastián había tomado una decisión.

Texto agregado el 06-06-2011, y leído por 92 visitantes. (0 votos)


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