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“una mujer se ha perdido
conocer el delirio y el polvo”
(Silvio Rodríguez).

A Karmyna Fernández.

Confundido entre la gente buscaba en los ojos de los otros un destello que se le apareciese como familiar o conocido, un chispazo que súbitamente lo asaltase con la ignorancia de un instinto, porque quizá detrás, estuviera ella, “la de sombrero”; pero ella debía tener en los suyos el destello aquel de quien busca a su otro inmerso en ese mar de miradas extrañas, ese algo instantáneo que sólo puede percibirse una vez, como si regresara a través de esos ojos que relumbran, aquel lenguaje que resulta comprensible sólo para quienes conforman el circuito del encuentro, y él -con la mejor de las intenciones-, la esperaba como quien ordena los cometas o adivina erguido sobre el cielo, la cotidiana comunicación de las errantes nubes. Pero, cómo saber si actualmente residía en la ciudad, si habría nacido en China o en Estocolmo o en Bucarest, a lo mejor hasta se habría cambiado recientemente de domicilio y, entonces, debería emprendérselas con rumbo presuroso hacia aquel sitio con la más absoluta de la paciencias. ¿La encontraría alguna vez?

Tenía en los ojos dos estrellas incrustadas centelleando con toda la vivacidad de la noche, como si fueran dos luciérnagas o dos antorchas, y creía firmemente que desde la oscuridad del tumulto podría -con esos dos arpones certeros- identificar a aquel a quien esperaba, que podría extraerlo desde las sombras hacia sus brazos como alguien que arrebata desde el cielo, el vigoroso vuelo de cualquier pájaro o desde el alma de algún lobo esquivo, los signos de su áspera fiereza, e iría hacia él y se cobijaría bajo su sombrero, y -finalmente de ese modo- cesaría la intensa lluvia que sofocaba su alma de tristeza. Creía en el destino, en que un ser más allá del entendimiento gobernaba sus pasos y la llevaba cual ensueño azuloso: “La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?”(1), hacia aquel desconocido: “En el cinto la espada, en la mano el azor”(2), que con su extenso aire de abrazos rodearía su vida con todos los encantos, con todas las fantasías inimaginables de su cálida protección.

Él -por su lado- amaba un sueño, una certeza, un ideal que como promesa aparecería detrás de cualquier momento, quizás en la esquina de la próxima calle y, de entre el bullicio -como cuando alguien nos llama por la espalda- iluminaría con su presencia de nube incendiada por la tarde, todas aquellas angustias acumuladas por aquel caminar largo como de naufragio, porque hasta ahora todo había sido un desastre, un terrible quebrazón en el cristal del desengaño. Él no era libre y, por lo mismo, la esperaba con los dientes apretados, como un recién nacido que con la ansiedad de un moribundo sabe que la muerte le es inevitable. Pensaba que ella sería su consuelo, que con paso altivo llegaría atropellando la amargura, que terminaría por aliviar todo el mar que le afiebraba, que con su sombrero espantaría la intensa lluvia que sofocaba su alma de tristeza.

Ella buscaba entre sus sueños no un espejo de sí misma, sino una realidad que la ensoñase aún más, y él -a su vez-, como un ciego entre enemigos, la amada sombra reconocida por un misterio. Ella contemplaba el sol de la tarde que se alejaba como una promesa mal hecha y lo imaginaba vistiéndose en la mañana rodeado de sus besos, como si fuera el mismo amado que largamente esperaba.

Él -como un bardo- espiaba la luna soñándola como un reflejo en la fuente que poseía escondida en el alma. Ella revolvía el café no pensando en sus alumnos, ni en los días de universidad que ya no viviría, ni cuando caminaba jamás llegó a ocurrírsele que se cruzaría con aquel a quien esperaba con tantas ansias, que le saludaría y notaría en sus ojos ese mágico destello que sólo puede saltar desde un espíritu gemelo, y que luego le dejaría continuar, sin siquiera adivinar que él -al igual que ella-, al llegar a casa, se cubriría el alma con un sombrero.

(1) "Sonatina", Rubén Darío.
(2) Ibid 1.

Texto agregado el 19-07-2004, y leído por 286 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
12-01-2005 ufff, de primeras me sumergí en un mar de imágenes luminosas aunq tb de sombras q se enredan, quizá muy envolvente, quizá dejando poco espacio para imaginar, demasiado idílico todo (en cuanto a lo q esperan los protagonistas); sin embargo, poco a poco el texto va reposando en la realidad, dando a cada cosa su lugar y desenvolviendo la historia en un buen final más tangible, un final con el q identificarse, quizá yo suprimiría algunos adjetivos y hubiera cambiado algunas construcciones pero sin duda alabo ese final Vihima
16-10-2004 Me hace mezclar cosas por ejmplo cuelan juntas "Gracias a la vida" y "Te recuerdo Amanda" PoetaSuburbano
20-07-2004 Me encanta tu narracion, me gusta tu estilo,se nota que tu vida ha sido muy gris, por lo que has escrito, te entiendo muy bien, ya llegara esa alma gemela. Felicitacitaciones POMPONIA
20-07-2004 Hermosísima narración. La pluma salta por las imágenes. Llueve rocío. maravillas
19-07-2004 Muy hermoso!!!, me has dejado sin palabras. Mis estrellas y unas sinceras felicitaciones por la armonía de tus palabras. atlanta
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