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N°32
MAESTRA RURAL


Por Jorge Eduardo
Argentina / 1974
Fecha de alta 04-04-2008

La conocí en un bar de la calle Justa Lima, en Zárate, en el año 1968, por esa época estaba de moda ir a tomar con amigos algunas cervezas los domingos a la tarde y encontrar chicas que también iban al bar, nosotros éramos un grupo de ingenieros recién recibidos que trabajábamos todos en la misma fábrica y vivíamos en la misma casa que alquilábamos sobre la calle Justa Lima.

Muchos de nosotros fuimos compañeros de facultad y en mi caso particular tenía compañeros de San Juan y de Santa Fe ya que cursé en las dos facultades mi carrera de Ingeniero Químico. La mayoría éramos Ingenieros Químicos, pero había un único Ingeniero Mecánico que fue contratado junto con quince Ingenieros Químicos, para la puesta en marcha del primer complejo de fertilizantes de la República Argentina.

No es vanidad, pero el grupo numeroso de ingenieros había atraído el interés de chicas de Campana que venían a Zárate, al bar que solíamos concurrir. Allí se juntaban tanto chicas de Zárate como de Campana, y nosotros, juntos con algunos muchachos del pueblo; el bar ponía mesas adentro y afuera, por lo que a veces las chicas que buscábamos con interés, no las encontrábamos.

Un domingo de tantos yo vi por primera vez a una rubiecita que me partió la cabeza. Ese día estaba con un amigo reciente que era de Santa Fe, el único de los que estábamos allí que tenía auto. Ella estaba acompañada por una morocha muy linda también; yo le mostré las chicas a mi amigo y cruzamos unas miradas con ellas.

Al llegar la nochecita las chicas salieron del bar, nosotros nos propusimos encontrarlas y salimos trás de ellas. Como sospechábamos, estaban en la esquina de la plaza que quedaba frente al bar, esperaban el ómnibus que las llevaría hasta Campana. Allí las abordamos y nos presentamos, les dijimos que no conocíamos a nadie y que queríamos hacer amistad con ellas. Les dijimos donde vivíamos y les preguntamos adonde iban, fue así que nos ofrecimos a llevarlas hasta su casa, el auto estaba estacionado muy cerca y fuimos caminado hasta llegar al mismo, uno de los primeros Peugeot 404 que habían salido al mercado.

Campana dista de Zarate por el camino viejo, unos veinticinco kilómetros, pero dado que en esa época e camino estaba en muy mal estado, el tiempo para recorrerlo se hacía prolongado, lo que aprovechamos para conocer de ellas y contarles de nosotros. Así fue que antes de llegar, habíamos quedado de acuerdo, en encontrarnos el miércoles siguiente en el bar del único hotel importante, que había en Campana.
La rubia tenía veinticuatro años, era maestra rural, trabajaba en una villa muy pobre.
La morocha era empleada administrativa de la única fábrica de FM (Fabricaciones Militares) que había en Campana (hoy está cerrada); tenía treinta años y era muy simpática.

Cuando volvíamos con mi amigo nos felicitamos de haber intentado entablar amistad con estas chicas, eran por cierto muy agradables como personas y aunque adelanto el relato fueron grandes amigas por muchos años.

El miércoles a la noche después de las veintidós horas, salíamos de trabajar del turno tarde, nos encontramos con ambas, llegamos al bar-comedor del hotel, que pertenecía a la fabrica de caños y atendía gente de afuera, pero no así el hotel que era sólo para empleados de la fábrica.

Ese encuentro resultó muy entretenido y ellas se mostraron muy amables, lo que nos facilitó para que las invitáramos el sábado siguiente a bailar, aceptaron, pero nos pidieron que fuésemos a Lujan, que dista de Campana unos cuarenta y cinco kilómetros más o menos. La razón de este pedido, nos dijeron luego, era que no las vieran con gente extraña a Campana, porque se lanzarían comentarios que las perjudicarían. En Lujan probablemente no las reconocería nadie, ya que no eran habitué de esos lugares.

La cena del miércoles terminó tarde, cerca de la una de la mañana y las llevamos a sus casas. Hacía tres días que las conocíamos y ya teníamos un trato muy familiar, todo parecía indicar que ellas también se sentían a gusto con nosotros. En aquellos tiempos para ir un sábado a bailar había que vestirse prolijamente, de saco y corbata o traje, las chicas se arreglaban muy lindas, con polleras cortas y nada de pantalones.

Nuestra experiencia con lugares de baile en pueblos vecinos era nula, las chicas si bien alguna vez fueron a Lujan, no conocían el lugar como para indicarnos el camino, por lo que debimos preguntar al llegar donde habían lugares bailables y como se iba. Dimos con un buen lugar y que tenía bastante gente, se pagaba una entrada que daba derecho a una consumición, allí entramos y nos ubicamos en un sector apartado de la pista donde no se sentía tanto el sonido. Conversamos un rato largo entre los cuatro, nos enteramos de muchas historias y del tipo de vida y la conducta de la gente del lugar. Cuando ya era como la una o más de la mañana, salimos los cuatro a bailar lentos, algo clásico para mi tiempo y muy lindo.

Este tipo de música de por sí es romántica y teniendo una chica hermosa entre los brazos es más romántica todavía. Los lentos si bien permiten conversar, son más para bailar en silencio, y aunque recién la conocía, a los veinticinco años uno tiene una audacia y un comportamiento que no tiene mucha lógica. La posición típica para bailar lentos es pegar las mejillas y esa fue mi primera intención, no la afectó mi actitud y ella dejó su mejilla contra la mía sin objeción, bailábamos muy entretenidos, cuando veíamos que alrededor nuestro muchas parejas se hacían mimos y se besaban, entonces sin forzar las cosas, yo le di un beso en la mejilla, al cual ella respondió del mismo modo. La noche siguió con rock y quedamos separados, si bien nos gustaba bailar algo movido, no lo pasamos mal con los lentos.

Salimos del boliche y fuimos a dar una pequeña vuelta al pueblo, pasamos por delante de la basílica y de los museos, a las cuatro de la mañana, ya la gente se iba a su casa y nosotros nos volvimos para Campana; al llegar fuimos a una vieja pulpería que nos gustaba mucho, todavía permanecía abierta y con muchos de los noctámbulos que deambulaban a esa hora tomando algo o comiendo.

Allí nos bajamos los cuatro, pero yo le dije a mi amigo… anda a buscar una mesa que ya voy… Ella presentía por qué me quedé y era porque quería besarla, no puso objeción a mi trato y nos besamos una y otra vez apasionadamente, esa ere el broche de despedida a una noche maravillosa que llegó a su fin.

Los próximos encuentros fueron en el bar del hotel, siempre nos encontrábamos a la noche cuando yo trabajaba de tarde o a la tarde cuando yo trabajaba de noche o de mañana. Dejamos de salir los cuatro juntos, ellos salían por su lado ya que tenían el auto y nosotros teníamos algunas limitaciones. No obstante un día que teníamos toda la tarde para nosotros la invité a mi casa, ya que esa tarde no abría nadie.

Su llegada me tenía impaciente, habíamos quedado a las quince y no vino se hicieron las diecisiete y yo pensé que no llegaría; cuando escucho el timbre y miro por el balcón del segundo piso de nuestro departamento, era ella vestida de pollerita corta, corrí escalera abajo, que era muy empinada, abrí la puerta y luego de cerrarla lo primero que hice fue besarla, ese beso duró mucho y era el preámbulo de nuestra tarde de amor.

Mi vida había cambiado significativamente, todos los días iba a Campana en taxi y volvía en taxi, no tenía aun mi propio auto. Algunos días iba a Campana y volvía con ella, la llevaba de vuelta y me volvía: Eran cien kilómetros en taxi en un sólo día. La fábrica estaba todavía en construcción y nosotros los quince ingenieros que la pondríamos en marcha, junto con los japoneses que la proveían “llave en mano” (con la puesta en marcha asegurada), estudiábamos todos los manuales que estaban en japonés con traducción al inglés (hecha por un japonés).

No era fácil la tarea que teníamos encomendada, los japoneses que conocían el proceso eran ingenieros que apenas hablaban castellano, palabras sueltas y casi nada de inglés, por lo tanto nuestro entrenamiento era por nuestra cuenta, con toda una simbología de planos que nunca en la vida habíamos visto, por suerte el periodo de finalización se prolongó como diez meses más de lo previsto, por lo que tuvimos un plazo de unos catorce meses para prepararnos y que ayudó para que inventáramos un idioma; entre japonés –castellano e ingles.

Los japoneses eran muy buenas personas y ponían mucho empeño en transmitirnos sus conocimientos, esto iba en su beneficio, ya que ellos deberían poner la planta en marcha y después de un periodo de cuatro meses entregarnos a nosotros, la planta funcionando.

El grupo de ingenieros jóvenes resultó ser muy calificado y todo salió mejor de lo previsto, por ello el Gerente General, un italiano que ganó el puesto en un concurso de oposición en Inglaterra, nos dio una carta de felicitación donde nos anunciaba que nos aumentaba a todos el salario, de setenta y cinco mil pesos a ciento veinte mil pesos, después de dieciocho meses sin ajustes.

Ese incremento de dinero me dio mayor libertad para mis gastos, lo primero que hice fue sacar un crédito y comprar un auto en doce cuotas, después le compré a un japonés una filmadora ocho milímetros..., las primeras filmadoras caseras… a cuerda manual.
Con la filmadora empecé a filmar mis propios documentales, mandaba el rollo a Estados Unidos, y tenía que hacer aduana cuando lo recibía, confieso que este tremendo incordio no me afectaba.

Mis películas eran todas de “arte”, mis personajes eran: 1) un hormiguero tomado con la lente de cerca; 2) un linyera que vivía debajo de un puente de la ruta Nº 9, su historia es realmente dramática, vivía en un caño que atravesaba el camino ,la ruta 9,que permitía el paso del agua de las lluvias, en una total indigencia, cuando lo encontré casi ni hablaba y el día que le llevé comida por primera vez no salió de adentro del caño a recibirla, a pesar de que él buscaba la comida en el vaciadero de basura que estaba enfrente de su “guarida”.

Le conté al jefe de personal de la empresa, que era un señor muy cristiano sin ser católico, se interesó por la vida de su semejante en desgracia y no sólo le llevaba comida, sino que empezó a conocer su historia. El linyera se dio más con mi amigo y con él hablaba de su vida, con esfuerzo porque hacía cuatro años que no hablaba, según el pudo deducir.

Su provincia de origen era Misiones, allí, le contó, era dueño de una plantación de frutales y de yerba mate, hasta que un día su hermana y su cuñado en combinación con la policía del lugar, lo hicieron pasar por loco y lo internaron en Open Doors, en la provincia de Buenos Aires. El naturalmente tenía una conducta retraída pero no era demente, cuando quedó internado nadie lo escuchó y el tampoco podía defenderse por si mismo. Después de cuatro años de estar solo y encerrado ya casi loco de verdad, fortuitamente encontró el modo de escaparse. Se vino caminando unos cincuenta kilómetros, hasta llegar a Campana, donde encontró el basural que le proporcionó la primer comida en varios días, por ese motivo buscó cobijo en el puente…, tenía la comida cerca...

Cuando mi amigo conoció la historia se propuso ayudarlo, lo primero que hizo fue ir a un juez federal y le contó, llevando al Linyera de traje y bien comido con la comida que él le daba.

El juez era conocido de él, le dijo que se tomaría unos días para investigar el caso y que después verían como se le restituía la propiedad al linyera.
Cuando el juez averiguó todo, era como le contó mi amigo, la propiedad aun figuraba a nombre del linyera, yo estaba más que deslumbrado por lo bien que había actuado mi amigo; la cosa terminó con la hermana y el cuñado presos y el linyera en posesión de sus frutales y yerba mate.

Mis avances en el séptimo arte, me llevaron a proyectar una película con mi amiga rubia, ojos azules, maestra del barrio más pobre de la ciudad. Allí los niños salían a recibirla cada vez que llegaba al barrio, ella daba clase en una escuela rancho, tenía un mástil hecho con un palo donde todos los días izaban la bandera; su sensibilidad la llevó a comprar comida para los chicos, con su sueldo miserable de maestra.

El guión argumental estaba basado en la vida real de la maestra, así que no le dijimos nada a los niños y filmamos lo que ellos hacían siempre: La maestra llegaba y cruzaba unas vías que bordeaban el barrio, allí los niños la descubrían y venían todos, todos, todos…, eran sus alumnos desde primer grado hasta el grado que hubiera alumnos…ella los besaba uno por uno y cuando terminaba, tomaba dos al azar y los llevaba de la mano hasta la escuelita…

El día que filmé la película, había una bandera hecha con arroz, pintado de azul y blanco, tirada en el suelo, que desparramó ella antes de izar la bandera verdadera; en eso unas gallinas que por allí pasaban, descubrieron que esa bandera del suelo era comida y no sólo ellas, sino otras gallinas que escucharon los sonidos que emitían las que comían, también vinieron y en un santiamén se comieron la bandera. Esa alegoría de que la bandera a todos nos hermana, quedó trunca por el hambre,…de las gallinas… y de los niños.

La bandera grande quedó izada y la clase comenzó, con todos los alumnos en la misma aula, la clase era del 25 de mayo y la misma para todos… cuando la filmación llegaba a su fin… por la ventana se veía pasar el tren que iba a Buenos Aires, la capital de la Argentina, un país muy rico, y con mayor cantidad de alimentos… y allí estaban esos niños que sus padres no tenían trabajo para darles de comer.

EL Barrio Pobre fue parte de la vida de esta maestra jovencita y cuando la trasladaron a una escuela céntrica de la ciudad ella escribió la poesía siguiente:

Barrio pobre:

Barrio pobre de casas uniforme.
Barrio sombrío de gente pobre.
Camino de tierra y barro.
Barro humano por nosotros marginado.

Amanece, el sol ilumina el barrio.
Niños tristes aparecen.
Caras morenas, brazos desnudos,
con un cuaderno en la mano.

Traen el rostro endurecido.
Los ojos vacíos, el paso sin prisa.
La alegría olvidó pintarles
en la cara una sonrisa.

Niños tristes aparecen.
Rostros sin luz, cara opaca.
Ante el mástil musitan:
¡Bandera de la patria!: Celeste y blanca.

¡Pobrecitos niños tristes, que tan solo
la bandera con nosotros los hermana!
¡Dime Dios! ¡Tú que lo abarcas todo!
¿Por qué no pones en ellos tu mirada?

La vida de la maestra cambió al irse de la escuela rancho, estaba en una escuela limpia, donde tenía material para dar las clases, donde los alumnos no le contagiaban los piojos y donde todos llegaban sin hambre porque habían comido. No obstante por mucho tiempo ella estuvo entristecida por el cambio, pensando en sus “negritos”.

Unos años después de haberla conocido, yo me compré un lote de media hectárea en una isla del Delta, junto al canal Yrigoyen; allí construí una casa con troncos de pino tipo canadiense; entre un arquitecto, un carpintero y un albañil le dieron forma a mi idea, los pinos los saqué de la parte que rocé para construir la casa y dejar un patio sin árboles alrededor de ella por seguridad, por caso de incendio del pinar que cubría todo el campo, y para evitar que las víboras tuviesen lugar donde esconderse cerca de la casa.

Con el diseño del arquitecto amigo, los principales ejecutores: El albañil y el carpintero le fueron dando forma. La casa de madera y parte de hormigón a la vista quedó muy linda, la estufa a leña, estaba en el núcleo central de la casa; construida toda de hormigón incluida la parte que recibía los troncos y la chimenea que sacaba los gases. Estaba abierta del lado del living comedor y del lado del dormitorio calentando los dos ambientes a la vez, en hormigón tenía estantes para libros de cada lado donde no estaba abierta. Los muebles que fueron ejecutados para la cocina, el comedor, el baño y el dormitorio, incluida una cama grande, los diseñó el carpintero con árboles del predio, y en algunos casos los compró con su supervisión terminados.

Tuve que pedir un crédito, y lo hice en un prestamista, pero para que se entienda la cosa me cobró seis % anual sobre saldo, pagadero en dieciocho cuotas.
El esfuerzo no duró sólo los dieciocho meses, tuve que comprar muebles y elementos que también fueron a crédito. Mi posición en la empresa había mejorado, era Jefe de Ingeniería y ya ganaba un salario mayor que el inicial; lo que me permitió progresar, pero siempre sobre el principio de comprar todo a crédito.

Ella participó todo el tiempo en el diseño y decoración de la casa, y cuando la tuve terminada se vino a vivir conmigo por un tiempo, durante las vacaciones de verano, su padre era un isleño que vivía en otra isla cercana y venía a veces los fines de semana a visitarnos. Tenía un trabajo muy pesado y ya estaba grande, se dedicaba a la forestación y explotación de la madera, el único hijo varón nunca quiso ayudarle en la isla. Cuando ella venía a visitarme los perros ladraban de algarabía y por la forma de ladrar, yo sabía que había llegado.
Le gustaba la casa, la sentía profundamente porque ella inventó mucho de lo que tenía, pero sentía que allí no viviría para siempre.

Su recuerdo quedó plasmado en esta poesía:
Los pinos:

Como gigantes guardianes de este amor agreste.
Se alzan mudos y altivos los pinos en la costa.
Oculta casi entre los troncos duros.
De duros troncos y con flores blancas.
Encerrando la hoguera roja, del fuego de los leños.
Y la roja hoguera de este amor nuestro:
¡Levantaste tu casa!

Cuando llego a ella, una brisa silvestre me purifica.
Y siento correr la sangre por mis venas,
que a borbotones
Mi corazón impulsa a venas plenas.
Tus perros ladran dando brincos incansables,
Me quedo quieta parada en la orilla verde.
Te asomas y al verme,
avanzas tras tus perros, corriendo a recibirme.

Te desnudas. Me desnudas suavemente.
Me besas, me acaricias, me llevas a Tu cama.
Ya están los leños encendidos,
Y encendida la lámpara azul
que todo lo vuelve azul en la penumbra.
Me acuesto junto a ti en las sábanas rojas.
El silencio del cuarto se habita,
Con el gemir de la leña que se quema y crepita,
Y el aliento de nuestro amor, también es rojo
De nuestro amor que se consuma, como la leña

Me amas. El silencio es ahora más silencio.
Me detengo a oír que ocurre afuera y un cigarrillo
ilumina tu boca que beso en silencio,
escuchando a la costa.
Es el río que baja apacible. Es la noche,
tachada de estrellas que titilan.
Es la luna que se moja en el agua llenándola de plata,

Amanece. El río ha crecido
Otras veces descendido,
hasta mostrar el fondo de su lecho pedregoso.
Te despiertas. Me miras con ojos descansados y profundos.
Te veo desnudo. Te miro con amor, feliz, intensa; debo volver.
¡Este es mi mundo de dicha,
más no es mi hogar!

Durante los cinco años que viví allí, ella estuvo muchas veces conmigo, hasta que un día vendí todo, y me fui para siempre de la isla, la dejé de ver, nunca volví por la casa de la isla. Cuando todo se estaba terminando entre nosotros ella me dio esta poesía:
1-
Hoy siento que a tu lado,
Cada día, poco a poco
muere mi alegría de tenerte
2-
Tú dejas que se extinga,
nada haces porque viva
Así mudo. Indolente
3-
Mientras mi alma desespera,
Tú presentías: mi alegría
era breve, pronto acabaría
4-
Por eso indiferente dejas que ahora muera.
Miras como la llama más pequeña,
ya es casi ceniza fría
5-
Solo pocos trozos de leña permanecen encendidos,
que con vanos esfuerzos quieren que la llama siga.
A la llama no le basta Mi calor, Mi dolor, a la zaga
6-
pide que Tú la vivifiques con Tus manos.
¿Y Tus manos?... Se cierran, enmudecen.
Mientras Tu impávido, miras como perecen las llamas,
quizás aceleren otro fuego. ¡Este se apaga!
fin

Mi vida quedó desdoblada y siempre deseé verla, pero no lo hice; hasta que en una iglesia la encontré cuando bautizaba a su segundo hijo varón y yo a mi cuarta hija; habían pasado diez años desde la última vez que estuvimos en la isla. En la iglesia la vi de atrás, para no verla, hasta hoy treinta años después, nunca más.

Jef Pacheco
Zárate – Campana – 1974
La Plata -2008

Texto agregado el 22-10-2011, y leído por 201 visitantes. (0 votos)


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