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"Está como helada acá ¿o es idea mía?", pregunté a ese sujeto que la cultura infantil dio cola y tridente. "Es que la gente ya no cree en el peso de pecar". Me reí en su cara "¿No esperabas en serio que creyeran en ti, en tu mundo y en un tipo con barba como tu máximo amor y fracaso, símbolo de tu condición?". "Claro que no. Pero estamos hablando. ¿No demuestra eso tus dogmas?". "Puedo hablar de ángeles, eso no me hace creyente. Puedo hablar de amor, eso no me hace amante". "Quizá sea tu escepticismo lo que finamente te salve". "No creo. Sólo espero morir para estar tranquilo. De todo lo demás simplemente me río".
Tomamos té. Bebimos vino. Me mostró imágenes que no eran fotos y que lo representaban a lo largo de siglos: a veces una bestia, otras un demonio, para terminar en el absurdo parecido humano. "Es casi patético cómo todo lo espiritual sigue una evolución hasta el grado humano; cómo las personas hacen suyo lo místico y desconocido; cómo le atribuyen cualidades, errores y condiciones. Será porque se sienten solas; será porque así pueden enfrentarse a algo que vencer".
"Incluso ese que les salvará ha sido descrito como un padre. Qué curioso. ¿Y por qué no una madre? El amor de un padre puede ganarse. El de una madre no. El amor del padre es condicional: si cumplo esas condiciones me ganaré su amor. El amor de una madre es incondicional: si me ama, me amará siempre; si no me ama, jamás lo hará. Y sin embargo no es ni padre ni madre, ni cosa ni persona. Si existe, lo lógico sería que fuese y no fuese; que sea el que sea". Y en todo el monólogo me observaba imperturbable, en su forma más "humana".
"¿Y qué te hace pensar que la creencia es lógica? - preguntó con curiosidad -. Incluso yo soy parte de la fe; si creen en él, debiesen creer también en mí". "Creencia sin lógica, empirismos; fe pura. No importaría el que creyese o no. No porque no crea en el viento porque no lo veo, éste dejará de existir. Mi cuestionamiento está en la condición que se le ha atribuido, el hecho de que "sienta" y que por lo tanto podamos ser amados u odiados y sea eso finalmente lo que nos condene o libere. Pero yo de eso me río y sólo espero la muerte para estar tranquilo (y seguro)".
Pero en ese momento no entendía (o no quería aceptar) lo esencial. Nada importa. Todo es temporal. La ilusión sería sólo un apoyo a la miseria de la existencia, que la felicidad no existe, que es sólo una pasión; que el hombre en paz no debiese ser ni feliz ni triste, sino constante. Pero que la tendencia era clara al malestar y que como es difícil la paz, se necesitaba un guía, una doctrina, un dogma que alivie la carga de vivir: creer, en lo que sea, pero creer para poder superar. Sentir que no estoy solo, sea con personas - como este sujeto -, sea con actitud voluntaria - y desesperada - a dejarse arrastrar por una corriente de pensamiento. Una "forma de vida para vivirla".
Que juntamos tantas palabras para concluir una última cosa: el silencio vale mucho más y el acumular conocimientos (palabras) es un acto tonto, pero que facilita la vida común, mas nada valdrá el último día; que sólo tendrá valor la experiencia que guarda el alma y que no puede expresarse, ni enseñarse ni transmitirse. La vivencia personal, que cada cual vive, a su manera, con sus reglas y fracasos y éxitos. Que tomo tu mano y estoy solo, pero que eso me hace dar cuenta de que soy uno y todo, y que por eso te siento así de lejano (a), porque sé que deberíamos ser el todo. Y eso es lo que espero: un día volver a "ser" simplemente.
Y que al final es aprender, que nada nos ata si tenemos algo de sentido común, ni el amor, salvo que éste sea la última expresión de trascendencia, de un modo tal que se ama todo y que no se ama a nada en particular, que por lo tanto se es libre. Pero eso es ciertamente difícil. Que es mejor llevar la idea de impermanencia y estar tranquilo frente a las inclemencias de la vida. Y sólo así esperar la hora final, sonriendo y llorando de vez en cuando para sentir que no pasamos sin más, que algo aprendimos. Entendiendo que esto y aquello no es mío, que es pasajero; así estaré tranquilo

Todo aquello quise expresar en palabras. Pero no pude. Y al darme cuenta de que estuve tanto tiempo en silencio, vomitar palabras me pareció la más absurda pérdida de tiempo. Y él no hacía más que mirar y mirar y mirar. Ser testigo, sin jamás bañarse en mis aguas ni yo en las suyas. Tratando de ser el uno, dos ríos que forzaban su corriente, sin darnos cuenta de algo simple: un día desembocaríamos inevitablemente en el mismo mar.

Y ya no me importó ser un diablo o un dios o un ser humano.

Texto agregado el 26-10-2011, y leído por 98 visitantes. (0 votos)


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