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Nunca vi a los habitantes del pueblo tan consternados. La tristeza se impregna en sus rostros como el polvo que brota de las terrosas calles y se adhiere a lo que toca. La misa se lleva a cabo en la capilla principal por ser la más grande. Sin embargo, la cantidad de personas que acudió fue demasiada, más de la mitad observan la ceremonia a las afueras del templo, asomados por las ventanas o parados en los accesos. Tal vez todos en el pequeño poblado quieren dar el último adiós a la pequeña fallecida.

El sacerdote da la orden, todos pueden retirarse, nadie lo hace. Unos esperan el momento de dar el pésame a la familia, otros solo quieren ver el dolor ajeno. Padres que lloran desconsolados y una pequeña de siete años que entiende poco de la vida, pero sabe que jamás volverá a ver a su hermana gemela.

Yo me encuentro inmiscuido entre toda la muchedumbre, la pequeña que yace en el ataúd era mi compañera de clase, mi primer amor, tan platónico e inalcanzable como cuando aun respiraba. He venido por dos razones: para despedirme de ella y prometerle, con Dios como testigo, que a partir de ahora cuidaré de su hermana.



Desde aquel día no pierdo de vista a mi protegida, ella no lo sabe, se asustaría. Es una labor fácil, así como su hermana, compartimos salón de clases y nuestras casas solo les separa un oxidado alambre de púas, sujeto a troncos de madera clavados en la tierra. Mi tarea se complica cuando acude al sitio donde vio por última vez a su hermana, el río, lugar al que acude con frecuencia. En esos momentos utilizo las mismas habilidades que un depredador, la sigo escondido entre la espesa naturaleza que rodea al pueblo, silencioso, ágil, pero en vez de atacar observo. Al verla a la orilla del río imagino que es otra, la tristeza me invade.



¿Cómo describir la relación entre la pequeña y el río que le quitó a su hermana? No se puede odiar algo que no reacciona a nuestras emociones, tan indispensable para la vida de cualquiera en el pueblo. Un sitio al que ella siempre fue y seguiría yendo hasta reencontrarse con su amada hermana. Ahora por diversión, con los años irá para cumplir su labor de ama de casa, lavando la ropa de un marido y algunos hijos.

Ante toda perdida humana tendemos a buscar culpables, el río ha quedado señalado como un asesino, con una cruz clavada al borde de su cauce.

Con el paso del tiempo, las personas que mueren pierden forma, quedan en la memoria de los vivos como momentos sin rostro, actores nebulosos de la representación de nuestros recuerdos. En este pueblo, nadie puede olvidar a la pequeña ahogada en el río. Su cuerpo recorre las calles bajo otro nombre. Para algunos es como ver a un muerto en vida, aislada de las personas. Sin embargo, la pequeña no esta del todo sola, aun cuenta con un guardián oculto, al que su amor e ingenuidad le llevarán a presenciar una serie de acontecimientos inexplicables.



Una tarde en el río, mi protegida sale del agua, toma su toalla y abandona la escena del crimen. Como acostumbro, espero unos minutos para salir de mi escondite sin ser descubierto, acercarme a la cruz y despedirme de mi amor. Una mujer de edad avanzada se adelanta a mi objetivo, con movimientos cansado se hinca frente al crucifijo, junta sus palmas y mantiene esa posición durante largo rato. En el pueblo no hay extraños. Se perfectamente que se trata de la esposa del tendero, quien se debate entre la vida y la muerte a causa de una enfermedad.




Las noticias corren con velocidad en el pueblo, el tendero sobrevivió. En la cruz del río hay un ramo de flores, la gemela se sorprende al verlo, yo solo miro desde un arbusto lejano.

Las semanas pasan, para la familia de la difunta es extraño ver cada vez más ofrendas florales en la cruz de su pequeña. Para mi es un milagro del que estoy siendo testigo.

A partir de que el tendero sobrevivió a su enfermedad, hombres y mujeres han acudido a escondidas a la cruz del río a pedir toda clase de favores. Debido a la lejanía de mi guarida no consigo escuchar las súplicas, pero conozco a cada uno de los implorantes. Llego a casa y con solo preguntar a mi madre puedo saber los infortunios que sufren. Lo impresionante es que a los pocos días, sus peticiones se cumplen.



Ha pasado un año y para sus padres, mi protegida ya esta en edad de ayudar con las labores del hogar, cada 3 días acude al río para limpiar las prendas de la familia. No se si realmente sigo cuidando de ella o estoy más interesado por lo que ocurre con la cruz. Muchos habitantes del pueblo se han vuelto devotos a la que ya consideran una virgen. Recientemente han construido una capilla miniatura para resguardar el crucifijo, solo yo se que la mando poner un agricultor después de cumplida una buena cosecha.

Una noche, mi madre me despierta alterada. Debemos ir a un velorio, el hombre al que recientemente picaron unas abejas ha muerto. Ya frente al ataúd, reconozco a la viuda, apenas el día anterior la vi arrodillada ante el altar del río.





El tiempo no se detiene, las desgracias tampoco. En los últimos dos meses han muerto más personas que en todo el año pasado. Observo oculto con tristeza a la gemela lavando ropa. Ya no hay flores ni veladoras en la pequeña capilla. La fe en la niña ahogada ha desaparecido. Un grupo de personas bajan por el camino que da hasta esta parte del río, les recuerdo a todos, al menos en una ocasión han orado a la cruz de mi amada. Los llamo los implorantes. Van en dirección a la pequeña lavandera. Cuatro de ellos la sujetan sin dejarle escapar un solo grito. La llevan al centro del río donde la sumergen a pesar de sus intentos por liberarse. El resto se queda en la orilla y mira a todas las direcciones posibles.

Han pasado un par de minutos, ya no se escucha el salpicar del agua. Abro los ojos, se que he fracasado en mi juramento, el miedo me paralizó. A lo lejos los implorantes se reagrupan en la orilla. Todos se hincan ante la cruz del río, excepto una mujer, la esposa del tendero, quien mira en dirección a mi escondite.
FIN

Texto agregado el 13-12-2011, y leído por 65 visitantes. (1 voto)


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