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En una visita inesperada al zoológico de la ciudad, rodeado de tanto asombro de niños rubios de ojos azules y adultos con acentos extranjeros, un vendedor de maní tostado me devolvía a un ambiente criollo. Olía excremento pero nadie se molestaba por eso. La función de las focas estaba por iniciar, costaba 3000 pesos y solo tenía 50 pesos en el bolsillo que afirmaba porque estaba roto. Aparto la mente de todos, necesitaba soledad y en un sitio tan público como un zoológico podía ser fácil si me lo propusiese. Había un pasadizo que nadie transitaba, recordé que hace unos meses era la atracción favorita de los turistas, un panda que se paraba en dos patas a saludar. No le veía mayor atracción, no era de su naturaleza saludar caucásicos en un mediodía de verano. Odiaba en ese aspecto al ser humano, en su afán de controlar todo para su conveniencia, he incluso me odiaba por pagar para ver animales enjaulados.
Sentía una incomprensible sensación de lastima hacia el panda de dos patas e incluso de ese cartel color madera que decía ‘’ no alimentar al panda ‘’ y de mi por pagar la entrada.
En eso, se me acerca el vendedor de maní y me dice con una voz pastosa:

- Te apuesto toda mi mercancía que el panda no le gusta estar en dos patas.

Le digo de inmediato sin duda alguna.

- Le apuesto mis preciados 50 pesos que tengo en el bolsillo.

Este me mira casi molesto, con cara de estar a segundos de arrepentirse de lo ya propuesto.

- De que me sirven 50 pesos, no tienes nada más que apostar.

Le respondo con ímpetu:

- Eran los 50 pesos que le iba a lanzar al panda para que sostuviera sus otras dos patas y fuera algo más natural. Por eso lo valioso. Si la tienes tú, serías casi un héroe por devolverle la vida al panda, es que acaso no vez que no es de su agrado, a pesar de estar obligadamente asumido al estar así.

Me mira con consternación, casi incrédulo, pensé que se iría, pero no…
Trae su carro y me pide que saque todo el maní que quiera a cambio de los 50 pesos. No quería maní, solo quería ser parte de la felicidad del panda, ser testigo privilegiado de su comodidad, como la libertad ficticia. Entonces le propuse a que los dos fuéramos causantes de aquello, pero él se negó. Quería ser único en el cometido.
No podré nunca entender al ser humano, en sus cometidos inconsecuentes, yo en cambio no transaría la dicha de ver al panda en cuatro patas por 100 gramos de maní, acaso eso es tan difícil de entender…

- Como tú quieras, dice el tipo.

Y lanzo la moneda, en el acto, el panda la sigue con la mirada y baja su cuerpo. Se recuesta sobre un pastizal, cierra sus ojos para no abrirlos más, era tan grande el cansancio que necesitaba un motivo para descansar aunque sea para siempre.
Y es así como la vida del panda se esfumo, entre aplausos del pasado, entre avaricia y comida no lanzada. El vendedor sin rencor y los caucásicos queriendo ver a la naturaleza como mascotas de casa. ¿Es está la evolución? Porque preferiría volver a tallar en piedra.

Texto agregado el 05-01-2012, y leído por 96 visitantes. (0 votos)


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