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Silvia Plath trabajaba de mesera en una de las colonias más exclusivas de la capital del país, había estudiado arquitectura en una universidad pública, pero nunca se graduó debido a que en tercer año de la carrera murió su madre, quien era su única familia, su única compañía, y quien le daba dinero para el transporte y las colegiaturas; todo provenía de una pequeña pensión que recibía por haber prestado sus servicios como secretaria durante 20 años en un hospital regional. A Silvia le gustaba mucho leer, los días en que descansaba los pasaba recorriendo locales de libros viejos en el centro histórico de sus ciudad, y muchas veces obtenía descuentos increíbles gracias a su bella sonrisa y a la perversión imaginaria de los vendedores que le hacían conversación preguntándole qué ¿qué hacia una niña tan linda leyendo el nihilismo según Nietzsche?, a Silvia le divertía sobremanera salir a pasear con sus amigos por la zona rosa de la ciudad, frecuentaba un pequeño bar de homosexuales donde servían mezcal de los 31 estados existentes, ahí fue donde una noche descubrió a un profesor de su facultad bailando muy pegado con un chico que vestía un pañuelo floreado en el cuello, sobra decir que esa materia la aprobó con 10 sin haber pisado nunca el aula. Silvia soñaba con luciérnagas, constantemente se encontraba queriendo prolongar su sueño hasta atrapar a alguno de estos bichos, soñaba que caminaba por una iglesia iluminada por veladoras rojas y que de repente soplaba un fuerte ventarrón apagándolas hasta que solo quedaba una encendida, y esta empezaba a moverse con una trayectoria impredecible, haciendo surcos increíbles mientras iluminaba la parroquia, lentamente Silvia se acercaba rezando el padre nuestro o una plegaria que nunca identifico, hasta descubrir que no era más que el revoloteo de un bicho brillante. Nunca supo si el sueño era el que se repetía o era solo el recuerdo de esa visión magnifica lo que regresaba cada mañana sustituyendo otro sueño menos interesante, años adelante se sorprendió alegremente cuando despertó por el golpeteo que producía en la ventana una luciérnaga que quería entrar a la casa.
Cuando era niña Silvia vivía en una colonia de tantas donde nunca pasaba nada, un lugar típico con parques lúgubres donde solían drogarse los vagos errantes, nunca salía a la calle, prefería pasar sus tardes después de la escuela pintando con unas acuarelas viejas herencia de una tía que vivía en Monclova, quien había ganado hacía mucho tiempo un concurso televisivo de retratos con uno muy colorido de jimi Hendrix. Silvia disfrutaba del jazz, en las noches después del trabajo ponía discos viejos que compraba en un bazar para ancianos con alma de joven y el cansancio la vencía pensando en el futuro, mientras veía las sombras del techo.


Al menos eso era lo que yo pensaba y sabia acerca de ella, tal vez en su propia concepción de si misma jamás se dio cuenta de sus hermosos ojos o le restaba importancia a sus caderas o a sus esplendidas nalgas, tal vez para ella su mayor virtud era tener una letra de molde impecable o haber leído las mil y una noches en solo tres días, nunca lo supe.
Silvia y yo compartíamos departamento, por ese entonces estudiaba por las mañanas en la escuela superior de medicina, carrera que me llamaba la atención pero que no sentía que me llenase completamente, las clases me aburrían, la ciencia es algo frio, algo exacto y en esos momentos no me identificaba con eso, yo quería ser caos, destrozarme y preguntar acerca de todo. Si, estaba vivo y respiraba y aprendía, pero me hacia falta emoción, me sentía atrapado en un rígido método. Tal vez por eso mi única emoción matutina (y tal vez toda la que tendría durante el día) era espiar a Silvia mientras se bañaba. Por esa razón casi no entraba a clases, prefería ser ese ser invisible que sabe secretos que son respuesta a preguntas todavía no formuladas.
Nuestros destinos se cruzaron gracias a una publicación en la gaceta de mi escuela, >.
La primera vez que nos vimos solo conocía su voz, y así, tal cual me imagine que era resulto exactamente opuesta a lo que vi, por dos semanas vivimos juntos sin ningún hecho memorable, hasta que una noche me despertó de pie junto a mi cama. Llorando, y no supe que hacer; ella me conto de su madre y de su vida, hasta que se nos vino encima el nuevo día justamente cuando me revelaba que le aterraban los insectos, fue la vez que mas platicamos. A la mañana siguiente ella me miro y me dijo que mis ojos eran diferentes, lo cual yo atribuí a la noche en vela. La verdad era que yo estaba enamorado de ella y de su voz, esa que había oído en el teléfono y que no la describía para nada.

Esteban era uno de esos chicos tímidos, alto, de buen humor y ojos café oscuro, llego un día domingo. Toco a mi puerta vestido todo de negro, empapado de sudor y preguntando por mí, con su voz de niño, tenia cabello negro y crespo, parecía que desperdiciaba las sonrisas con cada palabra que decía. Siempre tuvo esa extraña cualidad de hacerme sentir tonta, de arrinconarme en preguntas que jamás se me hubiesen ocurrido, sus labios me gustaban; el de arriba mas delgado que el otro, él dijo que eran herencia de su abuela, quien fue comerciante de telas en la calle 5 de mayo, “mi abuela era muy alegre, si hubiera vivido mas tiempo seguro yo seria un bailarín decente”, me conto durante nuestra primera comida juntos al mismo tiempo que se carcajeaba. La pasaba encerrado en su cuarto desde que regresaba de la escuela, siempre frente a la computadora o escribiendo en un cuaderno barato de pasta morada donde le puse por primera vez que lo amaba, nunca lo vi estudiar ni mirar más de una hora la televisión, le conocí pocos amigos y menos amigas. Pude saber mas de él la noche de un martes en que mi madre cumplía tres años de muerta; no podía dormir y vagaba por el departamento cuando lo desperté de un grito, por que las luciérnagas se comían los restos de un pan viejo en la cocina y él me dijo todavía confundido, tapándose con su colcha de siempre que dejara en paz a las cucarachas, que debían ser seres muy sabios si habían encontrado el sitio donde estaba escondido el pan. Hablamos de mi, le dije cosas que ahora no recuerdo. Le conté de mi primer beso, de la vez que compre mi primer corpiño y de la primera persona que me lo quito, mientras que yo me entere de su gusto por la medicina, que le gustaba la trompeta descarada de un tal Louis Armstrong, y de su adicción a la cerveza y a los cigarros blancos. También supe de su familia, de sus 3 hermanos y sus 5 tías, de su madre que antes de que saliera de casa le dijo que no regresara, de su padre siempre ausente, de su primera habitación, me conto de su maestra de cuarto grado, me dijo que le enseño como se siente el ser reconocido, y que cuando se gradúo de la secundaria tuvo su primera borrachera con una botella de vino que según el estaba “mas rancio que añejado”, supe muchas cosas, mas de las que hubiera podido recordar, y después de toda la lluvia de confesiones me perturbaba el hecho de que no pasara nada mas, que no hubiera entendido mis indirectas, que ante la infalible frase de “tengo frio” el solo hubiera atinado a traerme su cobija vieja que olía a cenizas y durazno y que dejo en mi la sensación de estar segura. No recuerdo el día siguiente a eso, ni cuando nos encontramos en la entrada del edificio y él se puso colorado.

Se sentía solo y sus calificaciones bajaron. Lo veía más a menudo en el departamento. Desaseado, tomando Coca-Cola y tragando sopas instantáneas, en el piso de su cuarto crecían las cajetillas de cigarros como si de noche plantara semillas, le hable de él a una de mis amigas del trabajo, Lucia. Estudiaba periodismo en el Tec., era una dulzura de niña, pensé que ella seria la única que podría regresarlo a la normalidad. Sus padres eran de dinero, pero ella no se sentía bien recibiéndolo, solo había durado un mes en el restaurante pues la despidieron luego de echarle encima un bol de sopa a un cliente por que este le toco una nalga -¡chamaca pendeja!, le grito agitando las manos como mono desquiciado,- voy a hacer que te despidan hija de tu chingada madre. Después de todo era una chica linda, inteligente y con objetivos en la vida, mas afín con esteban que yo, de eso no cabía la menor duda, le di su itinerario de los sábados y le enseñe una foto. El argumento final para convencerla fue que él era virgen. “es un pollito, le dije, igual que tu”.

Durante algún tiempo mis tardes transcurrían así: Lucia me llamaba, salíamos a caminar, nos sentábamos en algún sitio y nos besábamos hasta que la noche nos alcanzara, pasaron tres meses antes de que algo parecido al amor nos sorprendiera en mi cama del apartamento, mientras salían las primeras estrellas y yo deslizaba sus prendas intimas que “ningún-hombre-había-visto-jamás” hasta los tobillos. Era divertida, de piel blanquísima, ojos marrones, dientes perfectos, sus labios delataban salud y su conversación era inteligente y sin una pizca de pretensión. La conocí en una librería de textos viejos, cuando un olor a sopa llamo mi atención, justo en el pasillo de la bibliografía de autoayuda. Nunca estuve totalmente cómodo a su lado, sentía que tenia demasiadas manías, a las tres semanas se le ocurrió decirme que me amaba y yo respondí solo con una sonrisa de confabulación, me dedicaba canciones, me escribía poemas que se fusilaba. De Sabines, de García Márquez y de cesar vallejo y… ella no era Silvia.

Era día de visita en la casa de cuidados donde mi abuelo vivía, desde hacia tiempo le había pedido a Silvia que me acompañara y ella accedió con la condición de que yo la acompañara a hacer la despensa, dije por supuesto; lo que tu necesitas es un esclavo que cargue las bolsas del súper.

Mi abuelo tenía 80 años, le faltaban ya todos los dientes por lo que comía poco y mal, se notaba en su estado una anemia incipiente, viví en su casa toda mi niñez, la misma casa donde vivía toda mi familia materna, fui el primero de sus nietos por lo que inmediatamente me convertí en su consentido, su pasado me era desconocido pues mis tíos no hablaban mucho de él ni el de si mismo. En realidad, había sido malo con ellos mientras crecían y seguramente por eso me miraban raro cuando nos encontraban juntos, cuando nos sorprendían riéndonos de cualquier cosa o cuando me quedaba dormido sobre su cama. Conmigo nunca fue malo, con la única ocasión en que se llevo uno de mis conejos para que un colega de su trabajo lo hiciera tacos y el me convenció de que se le había escapado mientras le daba de comer. Trabajaba de ingeniero en la entonces apenas en construcción línea del metro anaranjada. Luego me contaba de su niñez, de todas sus mujeres y me decía que todo lo que tenia y llegara a tener seria mio cuando el no estuviera. Yo no hacia preguntas pues no tenia curiosidad, me encontraba muy ocupado jugando a ser su amigo, su cuerpo estaba lleno de cicatrices y moretones, de las veces que tenia que hacer las cosas el mismo por que no le entendían las explicaciones, no era muy alto, y con el paso de los años había perdido toda forma que en algún tiempo tuviera. Todo fue distinto cuando murió mi abuela, mis tíos se fueron de casa y mi abuelo se decidió a venderla, mudándose a un pequeño departamento en las afueras de la ciudad. Cuando fue imposible que se cuidara solo, dejo la renta del apartamento y se interno el mismo en una casa de reposo en san Andrés Totoltepec, en un antiguo hospital del siglo pasado, era amplio y limpio. Lleno de plantas y flores de colores, aunque desde el primer paso puerta adentro parecía que se entraba a otro tiempo, tal vez menos complicado. Curiosamente, el asilo se llamaba la “bella época”


Yo me fui con mis padres a vivir a un condominio que formaba a su vez parte de muchos condominios y que estaban ubicados cerca de Teotihuacán, ahí aprendí a tener amigos de mi edad, a cosechar tunas para venderlas a los turistas de la zona, así como a inventar mitologías para hacernos de unos pesos mas, creo que gracias a nosotros se agregaron otros veinte dioses a la cultura tolteca. Y ya mas grandes nos sirvieron para hacer conversación con las niñas que nos gustaban. Fue de esta forma como poco a poco fui olvidándome de las tardes de ajedrez.


le di un abrazo y una bolsa de chocolates de la misma marca que me compraba los domingos cuando me llevaba a la villa a escuchar misa de 12, cuando me decía que era la casa de dios y yo me preguntaba que si era una casa, ¿adonde tenían la parabólica?, él se soltaba a reír. Su cuarto era pequeño, tenia un ropero achaparrado con una pila de libros y otra de revistas viejas encima, donde crecía una alarmante cantidad de polvo, había una cama pequeña, y sobre una silla un pequeño radio donde podía sintonizar las estaciones que le gustaban, esas que solo los abuelos pueden encontrar, y que a veces cuando lo visitaba me sacaban una sonrisa, pues las canciones de viejos me recordaban mi niñez.

-ella es Silvia abuelo, Vino a visitarte.
-¿como esta señor Mora?
-no puede oírte, tienes que hablar mas duro
-¿hola señor mora como esta?-replico esta vez Silvia en su segundo intento, arrugando un poco la frente.
-bien, hoy comimos berenjenas, que linda eres, tienes la pinta de ser una joven soñadora ¿quieres un chocolate?
-no señor, muchas gracias, son suyos.- nunca puedo recordar mis sueños, mintió Silvia.
-no me digas señor, llámame Alfredo, Alfredo Mora para servirte.
-abuelo ella ya esta apartada, viene conmigo y se va conmigo también. Dije sonriendo, un poco nervioso, él nunca me había visto con compañía y menos femenina.
-y esa chica que me dijiste, ¿Lucia se llamaba?
-abuelo, ¿ya tomaste tus medicinas?
-¿de que va su libro señor?, dijo Silvia señalando el que estaba hasta arriba de la pila y tomándolo con sumo cuidado.
-Alfredo. Me llamo Alfredo, antes era azul, el libro. Lo leí cuando tenia como tu edad, nosotros no teníamos bien puestas nuestras ideas, nunca creímos que pudiéramos cambiar el mundo, pero si sabíamos que no queríamos mas engaños. Puedes llevártelo si quieres, te servirá. Dijo mi abuelo mientras se recostaba.- perdona, es que tengo algo de frio, agrego, Cuando estas viejo el frio se siente en los huesos.
- como cree Alfredo, Silvia dejo el libro sobre la pila de nuevo para ayudarle con las cobijas.
Era grande y pesado, como el abuelo, yo lo reconocí, pues las letras doradas en el dorso eran inconfundibles; el quijote.
-considéralo un préstamo, puedes venir y regresármelo la próxima vez que me visites. Mi abuelo hablo con una mueca parecida a una sonrisa, y por un momento pareció rejuvenecer 20 años.- de todos modos, dijo. Estos ojos no me permiten leer como antes.
- bueno en ese caso- dijo Silvia, lo traeré pronto.

Yo estaba ahí como un testigo impávido, me había apoderado de la silla del radio y el tiempo restante lo pasamos mi abuelo y yo jugando al ajedrez, él me había enseñado cuando niño después de la escuela, cuando mi única preocupación a las 3 de la tarde era el alfil blanco acechando a mi rey en la cuarta jugada.

-voy al baño, dijo Silvia con una sonrisa a la que yo respondí con una mirada de gratitud- ahora vuelvo.

-¿Me vas a decir para que son esos frascos que tienes debajo de la cama?, dije apenas se escucho el ruido de la puerta al cerrarse.
-no es nada, solo dulces. -dijo Alfredo arrugando los surcos de su frente.
-¿Dulces llamados prostamax?,
-no te preocupes, a mi edad es normal, me cuesta un poco mear.
-¿por eso hay 2 frascos vacíos?
-me hacen sentir mejor, -tira, dijo el abuelo mientras se rascaba el cuello, seguro preparando su próxima movida. Siempre se delataba cuando estaba en peligro, se rascaba o empezaba a mover los pies, solo que esta vez no sabia si le preocupaba el juego o la conversación que estábamos teniendo.
- la señora Lety me ha dicho que últimamente no has estado bien, ¿tienes algo que decir?
-habla mas recio hijo que no te escucho.
- que si algo anda mal con tu salud- dije mas recio.
- solo unos cuantos goteos de la nariz, solo eso. Nada del otro mundo.
-ella dijo que te encontró desmayado junto a las escaleras- lo mire a los ojos para reconocer su mentira.
-exageran, solo tenia mucho sueño. Dijo apartando la mirada, sus ojos eran del mismo color de los míos, solo que nublados por la edad y el bagaje de recuerdos.
- jaque. Me tomó por sorpresa, pero un peón provisorio logro sacarme del apuro.
- vendré la próxima semana temprano para ir al medico y comer algo después ¿ok?, si no es tan malo como dices, de todos modos te vendrá bien salir un rato.
-jaque mate, siempre te distraes.

En el trayecto de regreso al departamento, Silvia venía callada, traía el libro azul de grandes letras doradas en las manos y jugueteaba con el tiernamente, yo solo pensaba en lo linda que se veía y el subconsciente me punzaba con la idea de que a todos nos llega la hora, siempre vi a mi abuelo tan fuerte, tan seguro de si. Constantemente andas por la vida preocupado por banalidades, por la cuenta del teléfono, de que se fue la chingada señal del internet, que tu carro cada vez se ve mas oxidado. Cuando me decidí a estudiar medicina tenía miedo, miedo de no saber cuidarme a mi mismo, si no se cuidarme a mi, como diablos iba a hacer para curar a otro, en ese momento paso por mi cabeza tragarme todos los libros de medicina del mundo para que mi abuelo jamás muriera, para poder recibir sus regaños hasta que los 2 pareciéramos hermanos por lo viejos que nos viéramos.

-Alfredo es un amor, le di una ojeada rápida a la fila de libros, ninguna persona que se los haya leído debería ser mala.
- no te creas, no es tan bueno como parece, hay una razón para su soledad.
-todos tenemos secretos ¿no?, seria excelente que nuestro bagaje emocional se pudiera borrar cada cierto tiempo, así seriamos felices.
-pero no aprenderíamos ¿no crees?, cometeríamos el mismo error una y otra vez.
-seria el destino.
Me quede callado, asimilando la idea que no terminaba de cuajar, llegamos. – ¿todavía quieres ir al súper?
-no. Tengo mucho sueño, me siento chamagosa, necesito un baño urgentemente, en ese sitio hacia mucho calor ¿no?
- demasiado, no quieres que te acompañe, añadí una sonrisa para restar seriedad.
-jajá muy gracioso, ¿ahora se te ocurre pedir permiso para verme desnuda?, dijo Silvia cuando subíamos las escaleras. Me quede frio, ella lo sabia, sabia que la veía por las mañanas, ¿porqué nunca dijo nada?, ¿desde hacia cuanto lo sabia?, ¿se habría bañado adrede alguna vez solo para pillarme haciéndolo?, se mordió el labio y me tomo de la mano, justo en el momento en que llegamos a la puerta del departamento. Y tuvo la sabiduría de ahogar todas mis preguntas en un beso, un beso que le quedaba grande a todas ellas, que las hacia zambullirse en un mar de sorpresa para deshacerlas de repente como un acido placentero. Me volvió a pasar lo mismo, esa sensación de haber imaginado algo y que este fuera exactamente opuesto, pero tan deliciosa esta vez que quería pasar toda mi vida pegado a ella, chamagosos los 2 amándonos sin confesarlo. Sonó la vie en rose en mi cabeza. No se por donde comenzar a describir su cuerpo, la magnificidad de las letras y el lenguaje se quedan cortos cuando se trata de expresar lo que sentí aquel día, amor, sexo, pasión , mordidas, fluidos, calor, calor calor, las palabras pierden sentido y se da paso a las respiraciones entrecortadas, las cuales tienen mas significado.


En ese instante, el abuelo moría a 200 kilómetros de nosotros, dormido en su cama, soñando con luciérnagas.

Texto agregado el 18-01-2012, y leído por 175 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
20-02-2012 el relato es muy fluido a pesar de ser largo. Coincido con KRIVUS en que hay errores de redacción. Las caracterìsticas de cada personaje son muy peculiares, nada que ver con la típica descripción, lo hacen mostrando sus gustos literarios, musicales, manías. Está rebueno Matarazo
20-01-2012 "Un cuchillito plateado de luna lunera ahí donde nace la profundidad del grito"... ¿Es lo que quieres... es lo que buscas?... Yo no lo tengo sigue buscando. Carelo
18-01-2012 Me corrigo, el vinculo con el titulo es claro pero revela mucho más de lo que debe arruinando hasta cierto punto el final. Deberias probar algo como LUCIERNAGAS ONIRICAS, o algo asi pero esto es más un consejo personal que una critica. Repito buen cuento. KRIVUS
18-01-2012 Tienes algunos errores relacionados al armado de las oraciones pero hay dos que me parecieron llamativos. hasta que una noche me despertó de pie junto a mi cama. Llorando, y no supe que hacer; ella me conto de su madre y de su vida, hasta que se nos vino encima (El llorando deberia estar al final de la primera oración) El otro es cuando Silvia se asusta al ver a las luciernagas pero luego esteban dice que son cucarachas. Es un error de continuidad grave ya que corta el hilo del relato. KRIVUS
18-01-2012 Los personajes están bien detallados gracias a la narracion desde distintas perspectivas. KRIVUS
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