Cuando uno ha llorado por casi todo, ya no llora cuando llega lo importante. Es obvio, como le sucedió a esa señora alemana venida a Ámerica a buscar mejor suerte, que si uno se enamora muchas veces, ya después piensa que uno nunca se ha enamorado. Que lo que uno ha venido haciendo es algo más ordinario, algo más vulgar, algo menos interesante, pero de seguro más doloroso. Las historias no llegan a entrecruzarse. No parece que nos fueramos a conocer nunca.
-Hola, mi nombre es Maria ¿y el tuyo?
-La gente no me dice por mi nombre....digo, es Russi. Luis. Pues mi apellido es Russi y mi nombre es Luis.

Una sonrisa burlona ante un nerviosismo tierno. ¿Sabías en algunos países primero se dice el apellido y después el nombre?

-Sí sabía.- dijo Maria sin mirarme. - Tienes que entender que en los próximos tres años yo siempre voy a saber más que tú.

No Pude responder a eso. Quedé mudo. Sólo seguí mirando sus ojos verdes, rogando porque esos ojos verdes algún día me miraran. Sus ojos eran aún más verdes cuando se bañaba y su pelo se mojaba. Parecían una explosión. Parecían un tornado. Eran eso. Sus ojos verdes eran simplemente destrucción. Perdición. Y yo sólo quería que me miraran. Que me tomaran, me destruyeran, por lo menos que me notaran. Pero sabemos que eso nunca sucedió.

-¿Por qué tienes que destruir lo que se ha construido?
-¿Quién lo construyó? ¿Tú o yo?
-Los dos
-No...sólo tú...yo nunca pagué para que escribieras ese poema...