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Inicio / Cuenteros Locales / kroston / Una de mis aventurillas, faltaba más!

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Para contextualizar las cosas debo decir que soy un avezado hombre de mar. He navegado por océanos ignotos y he conocido muchas pero muchas tierras salvajes e inhóspitas. Que le vamos a hacer, uno es lo que es y no puede ir en contra de su naturaleza aventurera. Otra cosa. Si la historia que les voy a relatar les parece inverosímil, allá ustedes, incrédulos, porque esta aventurilla, una de tantas que he vivido, la cuento tal y como me ocurrió, faltaba más. Pero me desvío.
Mi pequeño barco se dirigía a Sumatra. Surcábamos los mares de Oriente próximos a la desconocida isla de Pulay Simuk. Teníamos que rodearla y seguir hacia el archipiélago Indonesio. Nos azotaba una marea recia y los constantes embates de las olas minaban el ánimo de mis subordinados. Quiero que sepan una cosa antes de continuar, a mí el peligro me alimenta. No temo andar sobre el filo de la espada. Es más, dichoso soy de vivir en constante riesgo. Porque el peligro me alimenta. Me nutro del peligro. Ya lo dije, faltaba más. En fin, sigo.
De pronto, apareció una embarcación atestada de fieros piratas. Se nos acercaron a gran velocidad, nos cañonearon y nos abordaron. La cubierta se convirtió en el escenario de una batalla campal, una verdadera carnicería. Brazos, piernas y cabezas esparcidas por doquier. Terrible. Opusimos resistencia por horas, pero finalmente los sádicos forajidos, más acostumbrados y mejor preparados para la lucha que nosotros, vencieron. Debido a mi agilidad suprema, fui el único que logró sobrevivir. Para detenerme tuvieron que sujetarme entre diez o doce. De lo contrario habría seguido descuartizándolos hasta reducir esa tropa de malnacidos a un montón de carne picada. Me ataron al palo mayor, y al ver mis muchas heridas pensaron que moriría pronto, por lo que me abandonaron a mi suerte. Craso error. Los ilusos no conocían mi colosal resistencia. Estuve tres días con sus noches tratando de liberarme, al cuarto finalmente lo logré. No es gran cosa, en peores me he visto. Los barcos son mi hogar, el mar es mi elemento, el horizonte mi destino, en fin. Una vez recuperado tomé el timón y, auscultando de vez en cuando con mi catalejo, dirigí la nave hacia el Este, en busca del puerto más cercano. Avanzaba cuando el cielo se ennegreció. Un viento tibio comenzó a aumentar y empezaron a caer gruesas gotas de lluvia. Se venía una espantosa tormenta. Pero no como otras que había superado con poco esfuerzo. ¡Era la más grande tormenta que hombre alguno haya visto! De inmediato inicié las maniobras para arrostrarla. Estaba en estos menesteres cuando la cubierta se empezó a inclinar hacia la proa. Todo lo que había en ella se deslizó con gran rapidez y empezó a caer por la amura, incluido quién les habla. ¿Qué demonios pasaba? Mi barco era tragado por un remolino gigantesco. ¡Santo cielos, pensé, tendré que enfrentar a Poseidón! Mi destreza se agudiza en los momentos críticos, creo que lo he dicho, y si no, es bueno que lo sepan. En tanto rodaba veloz hacia el borde, desenvainé mi puñal y lo enganche en el aro de una cadena. El desplome de la nave fue lento, pero intenso. Mientras caía, furiosas olas azotaban la cubierta y terminaron por destruir todo que quedaba en pie. Y, para colmo, el casco no resitió y se partió a la mitad. No sé cómo pude sobrevivir a eso. En realidad sí sé, pero no quiero contárselos. Está bien, lo diré. Tengo una fuerza descomunal. Una vez, luchando cuerpo a cuerpo con un enorme oso polar, en un arranque de furia lo alcé sobre mi cabeza y lo arrojé a más de 10 metros. Pobre animal… ¿dónde quedé? ¡ah, si! el barco cayendo y yo colgado de mi puñal.
No había tiempo que perder, en cosa de minutos la nave iba a ser tragada. Desaté el esquife y lo lancé al mar. Cayó boca abajo, pero eso fue una suerte porque tenía un forado en la base. Tomé impulso, y salté sobre ese pequeño y frágil trozo de madera como los vaqueros saltan a su caballo. ¡Oh, dureza infernal! El golpe me hizo ver sirenitas multicolores. Pero no me quejé. Hombres como yo no se quejan. Es verdad. Aunque pongan fuego bajo mis manos, como hicieron unos facinerosos de pacotilla en la posada del Pez Tuerto ¿Sabían que una vez, cuando venía de vuelta con un cargamento de marfiles de África, fui atacado por un calamar gigante? Pero esa es otra historia, no me interrumpan.
Apenas me había alejado unos metros de la tromba, mi barco se hundió como si fuese de papel y lo hubiesen halado del fondo. Pasé la noche a horcajadas, sepultado en una espesura más negra que el fondo abisal, y zarandeado por un oleaje que parecía divertirse con mi pequeña existencia. Mas, no era mi hora. Al otro día la tormenta amainó y apareció un sol radiante. Aún así mis oportunidades eran escasas. Por más que el tiempo estuviera hermoso, sin comida, sin agua y sin protección, no duraría vivo mucho tiempo. Empezaron a llegar tiburones que, como buitres, circundaban mi precario tablado. No les temo a esas bestezuelas. En fin. De pronto escucho un tum tum a lo lejos. Entonces vi aparecer ante mis afiebrados ojos una hermosa isla. Toda verde y con dos imponentes montañas que me hicieron recordar a mi querida Adelaida ¡Oh Adelaida, cuanto sufrirás por mi ausencia! Agudicé la vista y divisé sobre la arena a un grupo de nativos saltando y emitiendo alelíes como posesos. Usaban máscaras, tenían sus cuerpos pintados y danzaban alrededor de un fogón. Pensé que podrían ser amistosos, pero al levantar mi mano en señal de saludo vi que me mostraban sus machetes y apuntaban a una gran olla que en ese preciso momento ponían al fuego ¡Los malditos eran caníbales! Intenté cambiar el rumbo pero el oleaje costero inexorablemente me llevó a la playa. Los aborígenes me recibieron con algarabía, y empezaron de inmediato a sacarme la ropa, o lo que quedaba de ella. Al parecer estaban hambrientos. Pero antes de que me quitaran los pantalones, sin que se dieran cuenta extraje de mi bolsillo un fósforo, lo encendí y los amenacé con la llama. Se impresionaron tanto con mi artilugio que retrocedieron aterrorizados. Vaya, me dije, estos aborígenes sí que son estúpidos. Es posible que todavía no hayan descubierto la pólvora, eso es medianamente razonable, pero que le teman a un palito encendido es el colmo. En fin, no era el momento de sacarlos de su barbarie. Se arrodillaron, estiraron sus brazos hacia mí y me empezaron a venerar.
La situación cambió radicalmente. De apetecido trozo de carne pasé a ser un admirado brujo. Me agasajaron con un opíparo festín, danzaron en mi honor y me entregaron un cofre lleno de piedras preciosas. Y para coronar la ceremonia, extasiados por mi presencia, me ofrendaron a sus más hermosas vírgenes. La suerte tiene sus contorsiones.
Una vez terminada la glorificación, agotado por mis prerrogativas y creyendo que mi vida ya no corría peligro, disponíame a tomar una siestecita cuando alguien gritó ¡Kaluluuuuu! como si le estuvieran mordiendo los testículos. Los demás lo secundaron en el aullido y, acto seguido, me arrastraron con trono y todo al centro de la isla. Los tipos eran realmente inquietantes. Me dejaron frente a la boca de una enorme cueva y se fueron a guarecer cual nerviosas ardillas detrás de los matorrales. Una extraña bestia surgió de la garganta oscura. Pareceía un mono gigante, pero tenía tres ojos, dos bocas con filosos dientes, cuatro gruesos brazos peludos y una pequeña cola de cerdo. Una vez más agudicé mis sentidos. Al salir de su refugio el montruo se había encandilado con el sol. Eso me dió una idea. Salté de mi trono y, con la agilidad y astucia que me caracterizan, lo arrastré y lo puse delante del adefesio, que aún estaba medio confundido. Luego me paré enfrente y le grité unas cuantas ofensas. Dudo que haya entendido algo de lo que le dije, pero aún así se puso colérico y gruñó. Ahora que lo pienso es comprensible su molestia. Fue despertado con un carnaval monocorde de tambores. Así cualquiera se levanta enojado. Además, los Otemumpote (así se llamaba la tribu) le arrojaban piedras desde los arbustos. El anonimato siempre es un buen refugio para los cobardes. En fin. Sigamos.
Mi plan funcionó a la perfección. Apenas dio el primer paso, el mostruo se enredó en el trono, se fue de hocico, se golpeó la cabeza en una roca y después de un par de convulsiones, un quejido y un tronador pedo, murió. Creo innecesario relatar la apoteosis que en la noche los Otemumpote ofrecieron en mi honor. Uf, solo recordarlo me agota. A partir de ahí mi vida fue un permanente éxtasis hedonista.
Pero, señores, voy a ser sincero y les confesaré que esto de vivir como rey, no era lo mío. Me aburrí. La verdad es que comprendí que los placeres no satisfacen el espíritu, debe haber algo más. Creo que Platón estaba en lo cierto, el hombre vive en una caverna esclavo de sus sentidos. Pero cuando uno se empieza a preguntar el significado de las cosas, ve que los goces físicos se transforman en impedimento para la verdadera felicidad. No es que me haya convertido en místico o algo por el estilo, no da para tanto. Sólo que me cuestioné algunas cosas. Ustedes saben, esas cosas que uno se cuestiona de vez en cuando. Abandoné todo. Como agradecimiento dejé a mis fieles súbditos una buena cantidad de descendientes.
Y bueno, aquí estoy. Lo único que traje fue este colmillo que le saqué al monstruo. Miren ¿lo ven? ¿no les parece increíble? Si si si, lo sé, ya les contaré otra historia. Ahora me tengo que ir, ustedes saben, las aventuras y todo eso. Voy a pedir un préstamo a su majestad para un viaje a las Indias que hace tiempo estoy madurando. Se trata de una nueva ruta. Luego les cuento como me va, gilipollos.

Texto agregado el 09-02-2012, y leído por 296 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-02-2014 Después de tanta locura, terminar con el mito de la caverna ha sido como un punto de gracia. Por un instante, me pareció una historia del Barón de Munchhausen, con un poco menos de protocolo y algo más de perversión jajajaja. ikalinen
01-06-2012 Jo, jo, jo, es como si tomaras a Jack London y lo pasaras de revoluciones. Graciosete el final. Me gustó. Egon
10-02-2012 viejo libidinoso, eh? marxtuein
09-02-2012 Un aventurero andaluz, por cierto. Salú. leobrizuela
 
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