TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / xysko / La otra metamorfosis

[C:49422]

A Kafka, por su maravillosa obra...

Cuando despierto, observo el reloj y miro sorprendido que son cerca de las siete de la mañana. ¿Es que el despertador no ha sonado? Debería estar despierto hace rato pienso, eso si quiero llegar a tiempo al trabajo, pero por alguna extraña razón, ya no parece ser tan importante. Me reprocho, me digo que se me hace tarde, que tengo que levantarme, que hay mucho que depende de mí, pero quiero unos minutos más. Un poco más de tiempo. Quiero olvidarme de todo por un rato. A fin de cuentas ya es tarde y no puedo cambiar eso.
Rodeo la habitación con la mirada, los primeros rayos de sol se filtran por las cortinas, haciendo que las cosas se bañen de penumbra y de sombras misteriosas. Alteran el escritorio, juegan con el placard, crean monstruos que se pasean por las paredes, y observo todo aquello entretenido. A lo lejos se escucha el paso del tránsito sobre la ruta y más allá el sonido del tren, afuera la vida se alza ruidosa al nuevo día. Aquí en casa, en cambio, no se escucha un solo ruido. Todos duermen. Van a hacerse las siete y media, y todavía soy el único con ánimo suficiente como para despertarse y encarar el día.
- Bueno, basta. – Me digo - que ya me permití mucho tiempo - Debo levantarme, ir a trabajar, cumplir con mis obligaciones. Pero estoy tan cómodo y tranquilo, que tardo al menos diez minutos más en reaccionar.
Cuando abandono del todo mi desazón e intento ponerme de pie, me doy cuenta que en la postura en que mi cuerpo se encuentra no puedo hacerlo. Es que mi espalda, siento la espalda extraña. La siento diferente. Hay algo allí que no debería estar allí. Pero no me preocupo, lo único que pienso es que tengo que levantarme y salir de casa antes que padre se levante. Bajo sus ojos soy un irresponsable que no piensa en su familia, en él que ya no puede ser el sustento de la casa. Quiero demostrarle lo contrario.
Ya que en la posición en la que me estoy me es imposible ponerme de pie, intento rodar y ponerme boca abajo. Lo logro pero tardo más de la cuenta, tanto que ya escucho movimientos y voces del otro lado de la pared. Intento apurarme, evitar el encuentro con la familia, pero no puedo. Mi cuerpo parece dormido y siento una picazón que me recorre la espalda interminablemente. Un eterno escalofrío que me hace cosquillas y caricias a la vez. Pero persisto, no me doy por vencido, y al poco tiempo estoy en el suelo, arrastrándome hacia la puerta. Las piernas no reaccionan y yo que no me resigno.
Cuando me encuentro frente a la puerta, observando la llave en la cerradura y pensando en el obstáculo de que mis piernas parecen que ya no pueden mantenerme en pie, escucho el teléfono. Dos llamadas y alguien atiende, padre de seguro. Apoyo los brazos contra el suelo, pensando sólo en levantarme y tomar la llave con los dientes de ser necesario, y es allí que caigo en cuenta que mis brazos han cambiado. Los encuentro muy cortos y flacos, y los cubre una extraña pelusa grisácea. ¿Pero qué sucede? ¿Qué me ha pasado? Siento que he cambiado, que algo extraño ha sucedido con mi cuerpo. Los brazos, la espalda, todo está fuera de lugar. Debería estar enfermo, ojalá lo estuviera, quizás así resignaría esta idea fija de mía y pasaría el día en casa reconociendo mi cuerpo. Pero estoy lleno de energía y me urge ver los rayos de sol sobre el trigo en movimiento, aquellos paisajes que observo desde el tren. El cambio, mi cuerpo, no importa aquello. No es tiempo de andar pensando. Tengo que abrir la puerta, llegar al trabajo, demostrar que puedo vivir la vida.
Me apoyo sobre la puerta e impulsado con ambos brazos, haciendo lo posible por estirarme, mi boca toma dimensiones gigantescas y logro asirme de la llave con los dientes. Giro la cabeza lentamente, escucho como entre sueños el ruido de la puerta destrabándose. Luego abro el picaporte con el mentón y me quedo algunos segundos recostado sobre el umbral, estoy cansado y mucho. Abrir la puerta ha requerido de toda mi energía. Sin embargo, me pongo en marcha al poco tiempo y ya estoy en el pasillo cuando escucho los gritos furiosos de padre.
- Gregorio, las ocho. ¡Levántate de una buena vez! – E intento responderle, decirle que ya bajo, que voy en camino. Mas cuando abro la boca para hacerlo, escucho un sonido que no es mi voz. No puedo hablar, ni emitir la menor palabra. En cambio escucho algún tipo de sonido, demasiado parecido a las noches de verano.
- ¡Gregorio, que llegas tarde al trabajo! - ¿Pero no ves padre que quizás nunca vuelva a trabajar? Inválido como tú, compraremos sillas gemelas y nos sentaremos en el porche a tomar el te, viendo el tránsito en la ruta ajena y cansadora. Quisiera poder decirle aquello, mas parece que jamás volveré a formular palabra alguna, y nunca en vida podría decírselo. Después no podría verlo a los ojos de nuevamente. Sería un paria, un traidor. Viviría luego, avergonzado ante la atenta mirada de la familia que depende de mí. No, no puedo. Debo olvidarme de todo esto y seguir.
Ya que cada centímetro que recorro arrastrándome me quita un poco de energía, decido hacer un nuevo intento de caminar, y descubro sorprendido, que puedo hacerlo, utilizando mis cuatro miembros. Lo encuentro mucho más cómodo que caminar erguido. Doy algunos pasos tambaleantes, uno, dos, tres, y al quinto ya domino bastante bien esta nueva facultad descubierta. Recorro el pasillo rápidamente y me detengo junto a la escalera, con ojos asombrados abiertos de par en par.
Es que la veo más empinada que de costumbre. Desde esta perspectiva, cada escalón es un desafío, y el miedo hace que me paralice. ¿Realmente hasta el día de ayer bajaba y subía aquella montaña como si nada? Pero si vista de cerca parece riesgosa y mortal. Quiero desistir, volver a mi habitación y pasar allí el día, pero desde abajo me llega el olor del desayuno de madre, y siento hambre. Un hambre atroz como nunca antes sentí en mi vida. Esto hace que pierda el miedo y comienzo a bajar los escalones lentamente. He conseguido bajar un pequeño tramo cuando me llegan las voces de madre y padre desde la cocina. Nuevamente discuten y por mi culpa. No puedo dejar que suceda, tengo que salir de casa lo antes posible, y me pongo en marcha nuevamente. Estoy por dar un paso y cuando escucho un grito angustioso a mis espaldas. Hermana se ha levantado y me ha visto. Dios ¿Por qué gritas así? ¿Es que ya no me reconoces? ¿Ha sido mi cambio tan terrible? ¿Tan desagradable a la vista resulto para que grites de esta forma? Jamás en mi vida he escuchado gritar a alguien así. Debo ser un monstruo, un ser horrible. Razón de más para olvidarme de todo y volver a mi habitación, alejarme de todos. Sobre todo de madre, no puedo dejar que me vea. Sería demasiado. Últimamente no la encuentro bien. Es que se está haciendo vieja de cuerpo y creo que soy lo último que necesita en este momento. Temo marchitar su corazón.
Preso del pánico, intento darme vuelta y volver inmediatamente a la habitación. Lo hago tan deprisa y sin pensar, que trastabillo y caigo pesadamente por las escaleras. Doy contra la puerta, el golpe es duro y seco. Me deja atontado por algunos segundos. A lo lejos, quizás a miles de kilómetros de donde me encuentro, escucho todavía los gritos de hermana. También siento la estampida de padre que se hace paso desde la cocina rápidamente. Madre viene detrás, a ella también la escucho gritar. Grita mi nombre, el de hermana. Dios, no permitas que me vea. Dame fuerzas para salir de aquí.
- Gregorio – es padre - ¿Has escuchado? ¿Has sido tú? – Y las preguntas se interrumpen. En ese momento todo parece detenerse junto a su voz. Hermana al pie de la escalera, madre que flota en el aire de su carrera. Sus ojos encuentran mis ojos, y el resto del mundo guarda silencio y calma. Es sólo un instante, pero juro que el tiempo mismo se detuvo para inmortalizar la escena.

- En el nombre de Dios ¿Qué es eso? – Padre grita sorprendido. Atrás madre no sabe si seguirlo en su histeria o caer desmallada al suelo. Hermana ha bajado ¿Por qué lo has hecho? Desearía que nunca hubieses visto esto. A ti es a quien más le he fallado hermana. Y pensar que durante la cena tenía pensado decirte que durante el invierno podrías ir al conservatorio, sé que lo deseabas profundamente. Lo que daría por ver tus ojos en aquel momento hermana. Pero eso no sucederá y no habrá otras cenas.
Me incorporo lentamente bajo aquellos tres pares de ojos que me miran atentos y luego emito un extraño sonido, que en cierta forma es mi despedida. Aquello hace que el tiempo retome su marcha incansable de siempre, y después todo sucede demasiado rápido.
Padre me arroja una silla, consigo esquivarla, más ha dado contra la puerta, haciendo que el vidrio se rompa en millones de vidrios diferentes que se desparraman por el suelo. Hermana y madre gritan abrazadas al unísono, padre busca con la mirada objetos que lanzar. Basta, debo salir de aquí de una buena vez, y entonces corro. Vuelo hacia la puerta, sin darme cuenta que los vidrios cortan las palmas de mis manos y que una lluvia de objetos cae sobre mi espalda. El centro de mesa me golpea en la cabeza, trastabilleo pero no pierdo la marcha. El vidrio roto por la silla me ha proporcionado la ruta de mi escape y no pienso desaprovechar la situación.
Atravieso la puerta lentamente de costado, mi cuerpo es tan grande que no me permite pasar, la extraña lluvia que azota mi espalda disminuye lentamente, y cuando siento el aire de afuera golpear mis miembros desnudos, corro como si el diablo me siguiera de cerca. Atrás queda el hogar destruido, los gritos, el llanto. Y yo sigo corriendo, me alejo a largos pasos de la casa, de mi familia. Corro tanto y sin descanso, que cuando caigo en cuenta de mi huída desenfrenada, me encuentro en las afueras de la ciudad, sobre el claro cercano a la laguna. Aquel pedacito de agua al que los niños acuden cuando el sol inclemente asota la ciudad. Es entonces que me detengo, justo en medio del claro, donde parece que no puede crecer otra cosa más que el césped.

Me recuesto sobre el verde pasto y descanso largo y profundamente. Me calmo un poco y empiezo a repasar todo lo sucedido, pensando en como ha cambiado mi vida, cuando mi cuerpo siente el rocío matinal del césped. Aquel que baña de frescura el claro y hace que todo brille bajo el sol. Me llega el extraño aroma que tiene el pasto durante las mañanas, aquella fragancia exquisita que hace que me calme por completo. Luego escucho los pájaros debatirse las migajas de picnics del día anterior, los patos sobre la laguna que le hablan a la mañana, las abejas que le zumban al nuevo día, aquella voz silenciosa y sobrenatural que posee la naturaleza, y es entonces, que en medio de aquel claro que no es distinto de los millones de claros que este planeta tiene, caigo en cuenta de la maravilloso de todo aquello. Observo la brisa jugar con los árboles lejanos, rozar el agua, recorrer el pasto y luego envolver mi cuerpo, y me olvido de todo. De mi familia, mi trabajo, mi humano...

Texto agregado el 27-07-2004, y leído por 125 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-08-2004 Desbordante imaginación. Xysko, gran homenaje a Kafka. Tiene toda esa atmósfera surrealista que me motiva. Te saludo yamilethlq
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]