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Se siente extraño, como si tuviera un gusano por dentro que le va carcomiendo su esencia lentamente. Siente que sus venas se empequeñecen y que la sangre le apreta más fuerte y más interno. Es como un grito hacia dentro, que rebota entre los huesos y el hígado, temblando en el páncreas y reverberando en su columna para transmitirse a todos los puntos de su cuerpo. Es una sensación rara y limítrofe, no sabe qué ocurrirá después, no sabe si es que habrá un después, pero tampoco quiere regresar.

Regresar sería volver a una seguridad conocida pero insuficiente. Prefiere abrazar el infierno que someterse a la predictibilidad. Aunque sea terrible, está dispuesto a seguir avanzando, porque seguir avanzando significa que aún no ha perdido la esperanza. Como todo es desconocido, es aceptable pensar que quizás llegue a un punto en que tendrá una revelación profunda y encontrará una paz duradera. Aunque también es lógico pensar que no y que se desintegrará antes de alcanzar cualquier destino. Está dispuesto a aceptarlo. Está dispuesto a convertirse en polvo de sí mismo, en la sombra de lo que fue, por la sola posibilidad de llegar a una respuesta.

¿Pero regresar a qué? ¿Ir hacia dónde? ¿Respuesta a qué pregunta? Si no concretiza esos puntos puede quedarse una eternidad vagando en la inconsistencia de sus planteamientos. Imagina que su amiga le hace las preguntas. Siempre se muestra tan renuente a contestar cuando se trata de sí mismo, cuando se trata de su interior a brasa pura, del estado limpio de su corazón. Yo ya sé, si sé, es que suena tan feo decirlo así, tan burdo, tan violento, piensa. No es capaz de poner las palabras en su boca, no es capaz de mirar a la gente y penetrarla con toda su furia, con esa intensidad rabiosa por hacer latir la sangre en su cuerpo.

No puede volver a la vida que desea. Debe acostumbrarse a la bruteza de sus sentidos, a la estupidez, a la ansiedad venenosa de sus sueños; no puede regresar allí desde donde ha partido, el lugar en donde empiezan a rodar las piedras por el cerro. La punta de la montaña. La partida de los caballos. La línea de meta. Todo eso. No puede regresar y decir que ama con vigorosidad, que realmente disfruta de las cosas básicas, que necesita de la risa y que extraña, y que quisiera manipular la tómbola de las pelotitas de la lotería para forzar su suerte; porque echa tanto de menos la piel, el frío, la decencia de su ingenuidad, su sencillez.

11.5.11

Texto agregado el 02-05-2012, y leído por 158 visitantes. (0 votos)


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