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FUTBOL

Con el campeonato mundial de fútbol realizado en Sud-África, sin querer queriendo nuevamente me volví a aficionar al bendito juego de pelota.

Desde pequeño, era uno de los dos deportes que más practicaba... el otro era el trepar árboles y paredes; deportes que tampoco hace mucho no practico al igual que el fútbol, pero éste no por falta de ganas sino debido a una “inoportuna” operación a la columna que dejó para siempre la prescripción médica de que “del fútbol... ¡olvídate!”.

Uno de los mejores regalos navideños, fue una pelota de fútbol, de cuero, casi verdadera; Casi porque era del número 3 y no del número 5 como es la oficial... o era, ahora no se si son por números o no, antes sí. Con tantos primos y primas, no había necesidad de buscar más gente para unos ardorosos partidos caseros en medio de un polvadera cual tormenta en el desierto.

Para mí, el ecuménico y dichoso juego del fútbol no ha cambiado en su principal propósito que sigue siendo el anotar el gol en la valla contraria y no dejar que anoten en la propia.
Pero si hay otros cambios, empezando por las vestimentas, los calzados, las pelotas y los guantes que ahora usan los arqueros, que por otro lado, desde hace tiempo ya, y algo que siempre me preocupa: no usan rodilleras.

Ese campeonato y el ver a los arqueros sin rodilleras, me hizo recordar un pequeño experimento que realice con mi favorito “conejillo de indias”: Ego, Yo mismo.
En mis tiempos de novel futbolista gustaba de ser arquero y una de las cosas que más ansiaba era tener un par de rodilleras, cosa que nunca se dio, principalmente por que los padres siempre anteponen las algunas veces innecesaria comida diaria y otros superfluos gastos, a los urgentes, lógicos y razonables pedidos de un niño.
Entonces, una tarde, doblé unos pañuelos… dos o tres, y los puse sobre mi rodilla derecha y los aseguré con un otro pañuelo, haciendo un fuerte nudo tras la rodilla elegida. Me encaramé sobre la vieja máquina de coser de la mama, de esas “Singer”, de cabezal negro retinto, y de allí me lance al suelo para “probar” mi improvisada rodillera, cayendo de propósito sobre la rodilla tan “bien” protegida, y…
¡Au…!
¡Sí!, así de chiquito y apagado fue mi quejido, porque fue tan fuerte el dolor que hasta las ganas de respirar se me quitaron.
El dolor me hacia cerrar los ojos, pero los abría de inmediato porque veía más estrellas que cuando los tenía abiertos.
Echado me quede, creo que algo más de tres horas, o así me pareció, hasta que poco a poco mi alma fue retornando a mi cuerpo, que así son las almas: ante el menor indicio de peligro se despegan del mísero cuerpo terrenal, o no han escuchado eso de “... ¡me volvió el alma al cuerpo!”.

Una vez recompuesto, desatado el pañuelo, desdoblados los otros dos o tres y vueltos al cajón de la cómoda de donde los había sacado, salí al comedor, callado, sin decir nada y disimulando mi cojera, porque si no, venían las preguntas, y mejor dejar mi orgullo, aunque algo resquebrajado, lo más intacto posible.
Quizá una disculpa, por el desacertado experimento: lo hice en mis primeros 7 añitos juveniles.

Texto agregado el 09-05-2012, y leído por 220 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-05-2012 Me gusta el football y por ese motivo elegí este texto que me dejó un poco de pena al pensar en este pequeñito que deseaba unas rodilleras y de verdad imaginé ese dolor***** Victoria 6236013
09-05-2012 Simpática y dolorosa experiencia... pero, te recomiendo o aconsejo que en último caso, la próxima vez también desde el suelo, quizás sobre un frondoso prado, por la noche, te recuestes boca arriba, abras tus ojos y en una noche plena de estrellas las disfrutes.... sin dolor. Mis acolchadas y suaves estrellas...***** mahanaim
 
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