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"¿Cómo llegará uno más rápido a la parte final del boulevard, en patines o corriendo?”, soltó al aire Amador cuando estuvo cerca de aquella jovencita de ojos hermosos. Ella le obsequió una sonrisa y salió "disparada" hacia la meta. Antes le dejó en claro que aceptaba entrar al juego propuesto: "Pues hay que averiguarlo".

Un par de kilómetros adelante, la jovencita alcanzó la meta unos segundos antes que su adversario, a quien de nada le sirvieron todas esas tardes de ejercicio acumuladas. "Gané. Gané. Soy la mejor patinadora del mundo. Nadie lo puede negar. Cuando gustes te doy la revancha", dijo entre pequeños gritos de júbilo.

"Cualquier día de estos vendré por la revancha. No lo dudes. Pero ahora, dime tu nombre. Yo soy Amador y reconozco que eres la mejor patinadora del mundo", le dijo él con una sonrisa dibujaba en los labios para inspirar la confianza necesaria. "Pues yo soy Gretel, y claro que soy la mejor", respondió ella, aún entre risas.

Después de escuchar el nombre de la chica, Amador extendió su mano para formalizar la presentación de unos segundos antes. Gretel hizo lo propio, pero además lo atrajo hacia ella para incluir un beso en la mejilla en todo ese ritual que estaban escenificando, con el cual quedaba claro que existía química entre ellos.

Sentir el cuerpo de Gretel tan cerca, al momento que ésta le dio el beso en la mejilla, provocó que de manera involuntaria, Amador dejara escapar un leve suspiro. Mismo que disfrazó con una simulación de estar aspirando el agradable aroma de la jovencita. “Hueles muy rico”, le dijo de prisa para evitar preguntas.

Aprovechando su comentario anterior sobre el agradable aroma que desprendía la jovencita, Amador no perdió tiempo y continuó llevando la batuta de la conversación. “Es más, si adivino qué perfume usas, tendrás que invitarme un helado doble”, le propuso con una sonrisa perfectamente dibujada en los labios.

“Quiero mi helado de vainilla con muchas chispas de chocolate encima”, dijo Amador entre risas después de que Gretel aceptó usar el perfume “Tommy Girls”, tal y como él lo adivinó. “Está bien. Vamos por los helados. Estamos empatados. Pero la siguiente me toca ganar a mí”, respondió ella con un falso enfado.

Entre risas, regresaron a donde él había estacionado su camioneta para poder ir en busca de los helados. Cuando llegaron al lugar donde los comprarían, Amador se ofreció a bajar por el pedido de ambos. En minutos, regresó con dos conos rellenos de una pasta congelada sabor vainilla y chispas de chocolate encima.

Una vez que estuvo adentro de la cabina de su camioneta, Amador entregó un helado a Gretel y se quedó con el otro. Con una mano sostuvo su cono y con la otra empezó a conducir hacia el boulevard costero nuevamente. “¿O prefieres que vayamos a un parque que está muy cerca de aquí?”, propuso él haciendo un giño.

Gretel accedió ir al parque. Había que cambiar un poco el escenario de lo que ya se estaba convirtiendo en una “salida”. Al llegar, Amador la invitó a caminar por los andadores para disfrutar sus respectivos helados. Al tiempo que imaginaba el posible desenlace de su encuentro ocasional con esa jovencita de ojos hermosos.

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Durante toda la tarde, Amador había conducido como autómata por las calles de la ciudad, sin tener un rumbo fijo. Los últimos días habían sido anímicamente difíciles para él. La lucha que mantenía con sus demonios internos, le hacía prácticamente salir corriendo de su oficina, y vagar por horas en busca de la esquiva tranquilidad.

No había pasado ni una semana desde su última víctima. Quizás esa era la razón por la cual se sentía raro. Quizás recordar los momentos en que llevó a conocer el cielo y el infierno al mismo tiempo a aquella jovencita que conoció en un café, le hacían estar intranquilo y con la necesidad de vagar por horas sin un rumbo fijo.

Por más que intentaba, Amador no hallaba respuestas a su intranquilidad. Hacía años que no experimentaba esa sensación; sin embargo, ahora se repetía. La única solución que encontraba era salir a despejarse a la calle, aunque no siempre resultaba efectivo, porque su estado de ánimo en ocasiones tocaba fondo.

Como esa tarde bastante calurosa, cuando tras detener su camioneta en la extrema derecha del boulevard costero, con un dejo de fastidio recorrió con la mirada el amplio espacio de cemento que lo separaba de la playa, que a pesar de que casi oscurecía, continuaba abarrotada de bañistas y pescadores inexpertos.

Por un momento, pasó por la cabeza de Amador descender del vehículo para ordenar sus ideas. Caminaría un rato por el boulevard costero, donde podría sentir la refrescante brisa marina rebotando en su cara. Sin embargo, aun cuando ya eran más de las seis de la tarde, el calor en el exterior resultaba insoportable.

En vez de eso, Amador prefirió permanecer en su camioneta, dejar el motor encendido, el clima puesto a su máxima potencia, y los cristales de las ventanas arriba. Así no sufriría con el calor sofocante que en segundos provocaba que la ropa de las personas se empapara de sudor y les causara muchas molestias.

Con total desinterés, empezó a observar a las personas que deambulaban por ahí. De vez en cuando cerraba los ojos y recargaba la cabeza sobre el volante. Permanecer encerrado en la cabina de la camioneta no ayudaba en mucho para cambiar su ánimo y ordenar las ideas. Lo cual buscaba desesperadamente.

Para no continuar con esa agonía de sentirse atrapado en un lugar tan estrecho en plena lucha con sus demonios internos, Amador decidió emprender la retirada hacia un lugar donde pudiera tomar un café. Sin embargo, cuando empezaba a girar el volante de la camioneta, frente a sus ojos apareció la mujer perfecta.

La imagen de esa jovencita de ojos hermosos, que patinaba con singular alegría en el boulevard costero, consiguió dibujar una sonrisa bastante cínica en el rostro de Amador. Obviamente, su estado de ánimo cambió. Ya no se sentía abrumado por tener que pelear con sus demonios internos. De pronto se sintió vivo.

Rápidamente empezó a idear la forma en que abordaría a quien llevaría a conocer el cielo y el infierno al mismo tiempo. "Es hora de correr un poco", pensó mientras se bajaba de su camioneta perfectamente vestido para la ocasión. Realizó unos ejercicios de calentamiento para evitar lesiones, y se lanzó por su “presa”.

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Mientras Amador saboreaba su helado, recorría con la mirada todos los alrededores del parque. Quería comprobar si había otras personas paseando por el lugar. Apenas terminaran el contenido de los conos, pondría en marcha la parte final de su plan. Levaría a Gretel a conocer el cielo y el infierno al mismo tiempo.

Regularmente la parte final del plan, Amador la concretaba en su casa. Amparado en la fortaleza que le significaban cuatro paredes. Sin embargo, esta vez quería hacer las cosas más excitantes. La haría en el mismo parque donde estaban en ese momento. Donde se despediría de Gretel para no verla nunca más.

Apenas terminaron los helados, y luego de comprobar que nadie los observaba, Amador se paró enfrente de Gretel para recitarle todo lo maravilloso que había resultado pasar la tarde-noche juntos. Ella le respondió casi de igual manera. Haber tenido la oportunidad de conocerlo, le representaba una grata experiencia.

Cuando en la tarde se conocieron en el boulevard costero, ella tomó la iniciativa de darle un beso en la mejilla para formalizar la presentación. Ahora en la noche, casi a punto de despedirse en una banca de parque, él tuvo ese atrevimiento de besarla casi rozando sus labios, lo cual complementó con un fuerte abrazo.

“Porque este sea el primero de muchos encuentros”, dijo Gretel. “¿Has conocido el cielo y el infierno al mismo tiempo?”, preguntó él mientras apretaba el cuello de la jovencita de ojos hermosos, quien demasiado tarde entendió las palabras de Amador, las cuales no resultaban las más apropiadas para lo dicho por ella.

Una vez que tomó entre sus manos la vida de Gretel, Amador caminó de prisa hacia su camioneta en busca de los patines de la jovencita. Mientras, ocultó el cuerpo inerte entre unos matorrales para que nadie lo descubriera. En tanto no terminara su obra, ninguna persona debería encontrar a su víctima más reciente.

Cuando regresó, colocó los patines en los pies de Gretel. La acomodó sobre el césped en una pose un tanto acrobática para darle mayor dramatismo al hallazgo posterior. Con su pequeña cámara, le tomó un par de fotos para su colección personal. Después emprendió el retorno hacia donde le esperaba su camioneta.

En el trayecto hacia la calle donde había estacionado su camioneta, Amador empezó a escuchar las melancólicas notas de un violín. Volteó en todas las direcciones para descubrir de dónde provenía esa música. Miró hacia los pisos superiores del edificio que tenía enfrente y supo quién ofrecía un recital informal.

Justamente en el balcón del tercer piso, una bella mujer de complexión delgada, con poco más de 40 años encima, tocaba despreocupada un violín. Amador se quedó pensando si esa “artista trasnochadora” se habría dado cuenta de sus movimientos mientras completaba su plan de tomar la vida de Gretel.

“Mañana tendré que venir a visitarla. Más vale prevenir que lamentar”, soltó al aire Amador con su clásica sonrisa cínica. Luego, encendió el motor de su camioneta para alejarse de la zona. Ya tenía la respuesta a su intranquilidad. Necesitaba llevar más seguido a las mujeres a conocer el cielo y el infierno al mismo tiempo.

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Facebook: Animale Notturno

Texto agregado el 26-06-2012, y leído por 50 visitantes. (0 votos)


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