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Emilio llega y se sienta en el banco. Incómodo intenta parecer a gusto.
Antes de cruzar la puerta registra la intrépida pregunta que ya conoce y se le aparece cada vez.
- ¿Qué mierda vengo a hacer yo acá?

Sabe la respuesta pero no se deja ni pensarla. Precipitadamente se le amontonan respuestas subsidiarias que fundamentan su estancia allí a modo de defensas que atajan la goleada de derrota que significaría hacerle lugar a la real.

Emilio llega y se sienta en el banco. Incómodo se hace notar simpático y conversador.
Comentarista.
En el banco verde que una vez fue riel negro plomo del ferrocarril del pueblo que vio crecer a su abuelo, comenta porque sabe y los de alrededor le reconocen la pericia.
Pero teme.
Algunos ya no lo ven como la figura que todos querían de 7 en su equipo.
Algunos imberbes que aprenden verbos inventados en esquinas sin poesía lo conocen por “el comentarista”.
Aquel Emilio que sabe, que tiene calle y picardía.
Pasto y barro de algún pasado que en el mirar desprovisto de memoria parece lejano. Sin embargo, para él es presente, es el ingenuo mañana por el que lucha transitando interminables caminares andamiados que sabe no reconstruirán sus destrezas perdidas.
Esperanzado se convence que las mañas y el baldío le permitirán salvar los daños, las marcas y la edad que ya le sobra por unos años.

Emilio llega, deja las muletas y se sienta.
Incómodo.
Alienta a sus compañeros, examina las jugadas.
Añora la redonda, la ve danzando por el paño verde casi mojado, con olor a recién cortado.
Espera ver el juego lindo y el Tiki Tiki, aun sabiendo que hoy muchas veces se enturbia con la fuerza y el pelotazo.
Aun con verse esas piernas apocadas que en el segundo tiempo ya reclaman calmas tóxicas recetadas y de las que no lo son tanto, para poder quedarse aunque sea mirando, comentando, imaginando que volverá. Recreando en su mente las jugadas que él haría en cada momento.
Sabiendo que lo lleva en la sangre, que late su corazón cuando lo inventa posible.
Relata su vuelta temiendo tornarse amigo inseparable de ese riel vuelto banco.
Inseparable al menos de su pasión, amigo al menos de que los que con su juego inexacto adornan el arte más popular y democrático, como él lo define.
El que Emilio más entiende, el que lo lleva a levantarse de su cuarto entre colores verdes y negros que una vez lo vistieron para acercarse torpemente a esa puerta, reiterar la pregunta y esperar ansioso que sus respuestas le atajen los goles.
Los equipos del barrio lo esperan, Emilio es parte, su presencia les recuerda la pasión y les exige la entrega.
Hoy son ellos, pero la redonda es de quien la sabe acariciar.

Texto agregado el 11-08-2012, y leído por 73 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
24-08-2012 Me alegro mucho porque me han recomendado el cuento, y es, lejos, uno de los más lindos y emotivos que he leído en esta página, además me transporta a una época en que fui muy, pero muy feliz, jugando en el potrero del barrio! Te felicito y te invito a leer mi cuento "la joya del barrio" tenemos cosas en común Saludos! hugodemerlo
24-08-2012 Es una pena que no sólo 13 personas leyeron tan extraordinaria narración. umbrio
11-08-2012 La historia es preciosa, la narración (creo) que por momentos es muy lírica. Un placer leerlo NeweN
11-08-2012 Me maravillas con la intensidad de tu relato, te dejo mis estrellitas. MarthaBCh
 
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