Montañas impregnadas de rocío son tus curvas descubiertas, entre los rayos de luz que juegan a entrar por la persiana, en una madrugada que muere y un amanecer que nace.
Tus brazos esbeltos, celestiales son las ramas que sostienen nuestras hojas verdes que florecen de amor.
Tus ojos cerrados, adormecidos, de la mano con tus labios son el mejor paisaje de un sol asomándose en las praderas de tu perfección facial.
Me pierdo en la perfección natural de dos cuerpos complementados, en la constelación de colores vivaces que me regala tu estar.
Fundidos en la medida justa, solubles en el deseo de una sed infinita.
Y ya no me siento conmigo, ya no formo parte de un ser individual, somos uno, una ecuación equilibrada con un resultado mágico.
Una explosión inimaginable dando como resultado un nuevo universo lleno de paz.