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LA SOMBRA DEL VINO

OSCAR TELMO
Bah!, aunque parezca mentira, mi vida después de haberme encontrado al ángel, no cambió demasiado.
Tal vez sea difícil de creer, pero, ¿por qué habría de cambiar?
Al menos ahora, al atardecer, puedo ver con cierta esperanza a todas esas mujeres insinuando sus pechos, que cuelgan como flores en un balcón.
Sé que todavía mi mano no llega a tocar a otra mano sin que se me estremezca el alma de pena y dolor.
También sé que las hilachas tartamudas de mis palabras, aún se penetran de alcohol, bostezando naderías conocidas.
En fin,es raro, supongo que sus plumas enredadas no deberían haber podido volver la hoja de mi vida. Tengo mis dudas, aùn después de tanto tiempo.
Aunque hubiera podido salir de allí sin cambios. Aunque él no hubiera podido convencerme, justo cuando paseaba después de mi cotidiana visita a la cantina amiga. Amiga de sabores deliciosos, o, al menos, que intentaba hacerme deliciosa la vida.
Esta vida, que se me escapa todavía como un temblor, como un murmullo apenas entretejido, de entre mis manos, tan públicas como mi corazón, pero no tanto como mi alma, que nadando en la sombra del vino, pudiera haberme dado algún significado.
Digo pudiera, como una manera de acercarme a lo que quiero contar. Como una forma de seguir una cierta coherencia cronológica desde que salí de la cantina hasta que encontré al ángel enredado en los cables.
Sé que no es muy pasado, pero a pesar del poco tiempo, todavía me molesta algo. Aunque reconozco que aùn no es la hora de pagar las cuentas que largamente se han sumado en mi cuerpo. Creo (al menos tengo la esperanza) que todavía no me cierran la libreta de fiado. Y lo creo así porque sino el ángel no me hubiera pedido los favores que me pidió.
Yo pienso, ahora lo pienso, pero no en ese momento, ¿él conocería mi fin?. Y tengo que descartar que los ángeles saben sobre el fin de la vida de uno. Reitero, si él hubiera sabido que yo no tenía tela, ¿por qué me iba a pedir que lo ayudara?, que lo descolgara para seguir con su trabajo.
¿Qué no?... ¿que tal vez me equivoco y que los ángeles saben cómo uno sigue el camino de la vida, tapizada de sudores, humores, colores agarrados al alma? ¡Pobre hombre!, ¡pobre de vos hombre! que pensás sin una gota de humor cuando te apretás un dedo en la puerta. Que cuando llega tu cumpleaños y alguien te llama para decirte: ¡boludo, sos un año más vivo!, solamente pensás que, en realidad, sos un año más muerto.
Lo que te pasa es que tenés una glándula endocrina en tu cerebro que no te funciona bien y te dice que te estás muriendo, cuando en realidad lo que estás haciendo es conservarte jóven metiéndote en alcohol. O metiéndote el alcohol en el cuerpo, como yo, como tantos, que no tuvieron la suerte (¿la suerte?), de encontrarse un día a la salida de la cantina, a un ángel, en el camino del titubeante regreso a casa. A un ángel colgado de los cables de alta tensión y que te dijo con voz desgarrante: ¡Por favor me descolgás que tengo que seguir cumpliendo mi deber en el mundo que para eso fui creado por Dios nuestro señor!
Y yo, que me le quedé mirando con la boca abierta pensando “¡mi madre, me llegó el delirium tremens!”, mientras me babeaba como si fuera un idiota sentado en el porch de la casa escuchando un pajarito, e intentaba pensar que yo no era un tarado, que sólo era un mamado cualquiera y que ¿ por qué un ángel me iba a elegir a mi para descolgarlo, si poco más o menos no tenía vida en el cuerpo?, o en el alma que es casi lo mismo.
“¿Por qué a mi?”, le pregunté con asombro a mi delirium tremens, y el me dijo, “ a vos o a cualquiera que hubiera pasado por aquí , y no soy un dilirium , boludo, soy un ángel que tuvo un accidente de vuelo, como alguien joven que no tuviera experiencia. “¿Experiencia de qué?”, le pregunté (suponiendo ya que leía la mente). “Experiencia en la lluvia equivocada, que inició el viento, que empujó mis alas que se enredaron en los cables, y terminala de preguntar pavadas y dale tratá de desenredarme que se me hace tarde”.
Bueno, bueno, bueno, pensé en seguida y una idea fenomenal se me empezó a formar torcida entre los pedazos de cerebro que todavía vivían en mi cabeza. “¿Y qué me das a cambio?” le dije. A cambio, pensé, cuando en realidad no sabía qué miércoles pedir a cambio a un ángel que está colgado sobre mí.
Acaso, hombre, ¿vos hubieras sabido, en ese momento, qué pedirle a cambio?, o ni siquiera se te hubiera ocurrido pedirle algo a cambio de descolgarlo, cuando eso era para él algo tan importante que te lo pedía a vos. Vos que eras un borracho inútil y estúpido, que pasabas por ahí caminando en zigzag, lleno de antiséptico, lleno de ganas de beber, de comer y hasta, en poco tiempo, de vomitar como un gusano que sos, pero aún lleno de ganas de vaya uno a saber de qué, pero que tenía que ver , seguramente, con una extraña forma, muy rara, muy rota, y tal vez sucia, de vida.
Entonces, ¿cómo se me ocurrió decirle a cambio de qué?, no se… pero ¿de qué?...
Confié en que ya se me ocurriría algo. Algo como tal vez, a cambio de mujeres. ¡Eso a cambio de mujeres!
“Bueno”, me dijo, “mujeres si, para honrarlas, amarlas, respetarlas vírgenes, y luego casarte con ellas. Es decir”, me aclaró, “con ella, con una que pudiera yo elegir y que sea bonita, sin ser excesivamente atractiva, sobre todo diligente, amable pero firme, para que logre colocarte en el camino de la sobriedad, cariñosa pero no demasiado, para que los placeres sensuales no envanezcan tu cuerpo y te lleven nuevamente por caminos trillados pero inoportunos para una vida, con toda la regla”.
“¡Eso es lo que querés de mi!”, le dije gritando como un perro, “que tenga regla, lo que querés de mi es que sea una mujer, no un hombre. Yo no quiero una madre, ya tengo, o tenía, una, lo que quiero es una mujer”.
“Eso es una mujer”, me dice el pajarón, nunca mejor puesto el nombre, “una mujer para un hombre”.
“¡Jah!”,balé, “como una llave para un candado, una clavija para los agujeritos. Mejor cambiemos de tema”
O vos hombre, pensás que me iba a estar todo el día discutiendo con él sobre mujeres, porque, al final de cuentas, ¿qué se yo de ellas?. ¿Qué se yo de esos seres extraños que dan la vida?, si hace tiempo, hace mucho tiempo, que giro y giro y por eso no puedo ver claramente si estoy en el mundo, o lo que estoy vistiendo es solamente un sudario.
Por eso, y, como defectuoso sastre de mi mismo, pasé a pedir como corresponde, ¡dinero!. El maravilloso, lacrimoso metal que te clava en el ojo un imán que no te llena nunca de suficiente magnetismo como para que lo que atrae, te alcance.
“Pero si”, me dijo, “¿pero si qué?”,le dije, “pero no hay ningún problema, que te conseguiré cualquier trabajo honradamente bien pago”.
“¡Claro!, seguramente en una oficina sentado elegantemente a una máquina que te abotona una frase tras otra, un número tras otro, y por eso te pagan”, comprendí. “¿Y Yo? Y el mosca muerta, que en lugar de terminar cadáver tirado en un zanjón, terminaré finado sentado en una silla, con los ojos llenos de legañas, con tics en los párpados, y a contrapelo del viento. Y la preocupación, la dispepsia y los sedantes me harán terminar verde, lleno de acelgas mustias, rascándome la entrepierna con disimulo. Con disimulo de la culona del escritorio de enfrente que todos los días miraré con deseo lejano”.
“Y, por supuesto, mi estimado caballero, si eso es la vida”, me dice con purificada alegría.
Entonces yo lo miro y fijate bien, hombre, como era la cosa. Yo, parado, mirando hacia los alambre de alta tensión de donde colgaba un ángel con sus alas enredadas. Yo, con cara de tarado, mientras él, con toda su sabiduría, su serenidad y su amor por todo y por todos, colgaba, balanceándose con el viento de primavera, que en ese momento, como subrayando mi pensamiento, había empezado a soplar con una sonrisa.
Bueno, tal vez no me creas, ¿un viento que ríe?, pero yo si, intuí que el viento me sonreía, mientras sentía en mis venas un trote de lluvia de estío.
Y no le pedí por salud…¿para qué?. ¿Para qué salud sin mujeres, sino madres. Sin dinero, sino rencor estancado? Y entonces ahí tomé la decisión, hombre. Yo, que solo soy una sombra del vino, tomé la decisión de mi vida.
Y quiero que entiendas esto con plenitud, como si estuviera mostrándote mi culo sin vergüenza.
Allí, bajo esos cables tome una resolución: morir mi propia vida.
Y me fui riéndome.
Me fui yendo, cagándome de risa. Dejándolo colgado, a la espera de algún otro, distinto de mi, que lo bajara.
Mientras me alejaba me pareció oír un “¡mierda!”, que venía de lo alto de los cables, y ahí si.
Creo que recién ahí si, hombre, ese ángel me cayó algo simpático.

Texto agregado el 13-10-2013, y leído por 140 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
13-10-2013 La profunda sombra del vino simasima
 
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