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Así son las cosas, mucho desean con ansiedad tener un hijo, criarlo como Dios manda hasta convertirlo en un profesional, orgullo de toda la familia. Otros, en cambio, agonizan en vida con tal de que este hecho no ocurra.

Este es el típico caso de mi madre, adolescente, incapaz de razonar por sí misma, con una inocencia reflejada en su rostro y un cúmulo de irresponsabilidades cabalgando sobre su exigua existencia.

Mi madre---Quién lo va a creer—nunca deseó mi llegada al mundo; más bien, agonizaba al pensar que un día llegaría, causándole a la familia una deshonra—porque quiero que sepan---mi familia era una de la más encumbrada del condado, su reputación no fue nunca cuestionada y, sus apellidos “Rodríguez y Henríquez” nunca estuvieron en entre dichos.

Pasaba los días cabizbaja, su sonrisa limpia de niña, se le fue una madrugada cualquiera en un cuarto de hotel entre suspiros y gritos de placer y los efectos de lujuria de una embriaguez alucinante, borrando para siempre la alegría de sus labios seductores, aflorando muy temprano una arruga en su frente fruncida por la preocupación que tan sólo ella conocía. Su voz meliflua, apenas se oía en la casa, siendo escuchada cuando el abuelo la despertaba de su letargo, respondiendo con monosílabos y una timidez grabada en sus ojos asustados. Yo, indiferente, apartado de todo prejuicio, desarrollándome en mi pequeño mundo, lejos de imaginarme los sufrimientos de mi desafortunada madre, imbricado en conjeturas que sólo atañen a una sociedad embrionaria, construida en lo reducto de la miseria de un mundo azaroso, envilecido antes los patrones de una cultura que se deshilacha y salta airosa los muros resplandecientes del progreso. Por tan solo esto quise ser el “Ser” y no lo fui, el ser existió en mí; pero yo no existí en el ser, porque el ser es la vida y la vida no estaba en mí.

Pude haber sido un astronauta y poder contemplar desde lo alto la miseria de éste mundo y sus gazapos; un aviador famoso luchando con denuedo en mi avión, tratando sudoroso de rebasar con proezas la furia de una tormenta con trescientos pasajeros a bordo, corriendo histéricos en la nave con sus ojos desencajados queriendo salir de sus cuencas, o un gran médico en una sala de cirugía trayendo con mis manos a la vida, el inventor de la vacuna preventiva contra el SIDA, al premio nobel de literatura versión 2030 o tal vez, el mortal que como Moisés conduzca a su pueblo con sapiencia, sacándolo del atolladero en que lo han sepultado, políticos desaprensivos.
Los días pasaban lentamente para mi madre, luchaba impaciente con su mundo interior, mientras sus bustos crecían, queriendo romper el mutismo que envolvían sus horas amargas, convirtiéndose para ella en una brutal pesadilla. Su cadera estrecha fue perdiendo la gracia, notándose la convexidad de su vientre cada vez que se acercaba al espejo. Nerviosa corría a refugiarse en la cama, presintiendo que alguien la observaba desde un lugar cercano; pero como se ha de saber, todas las cosas tienen un principio y un final, el fin de esta tragedia estaba llegando.
Comenzaron los mareos, las jaquecas comunes acompañadas de vómitos y dolores fuertes de cabeza, siendo de gran preocupación para la familia el estado anímico de mi madre. La compunción de ella afectó a mis abuelos, quienes de inmediato, mandaron a llamar al médico de la familia. Al saberlo mi madre, se asustó bastante aumentando su desesperación, llegando a perder el conocimiento. El médico—como es natural--- indicó varios análisis, en el que estaba indicado un gravindex, resultando como era de esperarse, positivo.
El médico condicionó a mis abuelos, luego, comunicó la noticia, entregándole el resultado de los análisis. Mi abuelo tiró un brinco al recibir la noticia encabritado igual que un potro salvaje. “¡Maldita!, ¡Maldita!, ¡La mataré!, ¡Desgraciada!”—gritaba paseándose de un lado a otro de la casa, parecía un lobo acorralado. “¡Con esto nos paga, condenada!”, “¡Es una vergüenza para la familia!”. La abuela lloraba estrujándose las manos, como si esto tan solo fuera lo único que podía hacer en esta circunstancia. El abuelo iracundo se dirigió hacia donde estaba el médico gritando ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Tienes que ayudarnos! “¡No puede nacer!”. Mi madre en silencio lo oía todo. Exangüe en la cama, sin ejecutar un sólo movimiento, su respiración cansada, sin fuerza para defender el fruto que llevaba en su entraña, producto de su amor desenfrenado y cobarde. ¿Qué podía hacer?, ¿Luchar para defender el fruto de su entraña?, ¿huir? No, eso era más que imposible. La proposición imponente del abuelo era irrefutable, él era hombre de una sola palabra y esta debía ser cumplida al pie de la letra por las personas que le servían. Por esto el médico, acostumbrado al trato con mi abuelo, entendió su propuesta de inmediato, aludiendo, “Está bien, el riesgo corre por su parte”, como era de esperarse, el abuelo aceptó. No se habló más. Mi madre fue trasladada de inmediato a la clínica, donde rápidamente el doctor le administró algunos medicamentos como inicio a su actuación vil.
En el mundo hay seres diversos, seres que por su bajeza sientan un precedente en la sociedad, reconociéndose como tal, personas que no deberían llamarse hombres, sino máquinas. Su actuación comparada con el proceder del animal más repugnante del globo, quedaría por debajo.
Mi madre comenzó a sentir unos dolores fuertes bajo su abdomen, experimentando una sensación de impotencia y acobardamiento producto de su actuación mezquina frente a la vida. Por su imaginación circularon rápidamente, imágenes de su vida; el idilio con su amante, los prejuicios sociales; al mismo tiempo, el salto cualitativo hacia la independencia de su pensamiento inmerso en las vorágines del embarazo indebido. Por otro lado, el riesgo por el que estaba atravesando, le causaba fuertes espasmos que iban de la vida a la muerte.
En lo que a mí concierne, lo primero que se experimentó en mí, fue un dolor fuerte de barriga, convulsionándose todo mi cuerpo débil—apenas contaba tres meses en el vientre prolífico de mi madre--- los estremecimientos aumentaban al paso del líquido administrado al pasar a través del cordón umbilical que me unía a mi progenitora, luego, se desgarró la membrana que envolvía mi cuerpo tierno quedando libremente al descubierto, flotando como una peonza en una tina repleta de un líquido viscoso, cortándose el oxígeno proveniente de mi madre para poder realizar el metabolismo que mantenía mi pequeño corazón latiendo, por ende, me dotaba del hálito de vida que existía en mí. Más adelante, se fueron desprendiendo los miembros que integraban mi todo armónico. Primero se desprendió un brazo, luego cayó el otro, pasando en seguida al desmembramiento total, estallando mi cabeza cayendo fraccionada en mil pedazos. Al cabo de un rato, todo mi cuerpo se convirtió en un amasijo de deshecho, para luego ser extraído lentamente con largas pinzas a través de la vagina de mi madre, demostrando el cirujano con su paciencia, alardes de sus vastos conocimientos en la materia.
Mi madre, similar a un papel blanco, con sus ojos enganchados, débilmente respirando, con su frente perlada de sudor y su cuerpo tirado agónico sobre la cama igual que una muerta regresada de ultratumba; mientras mi abuelo feliz, con una débil sonrisa aflorando en su comisura, colocado frente a la entrada de la puerta, contemplaba satisfecho, la actuación prominente del profesional escogido por él, para realizar a perfección su macabra encomienda.

JOSE NICANOR DE LA ROSA.



Texto agregado el 21-11-2013, y leído por 547 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
05-04-2015 Buena historia, pero, me parece que a pesar de que el narrador es "el no nacido", el juicio de valor que se emite con tanta emotividad respecto del quehacer profesional del medico, bien podía omitirse y dejar a los lectores hacer lo propio. En fin, por ahora yo me lo reservo, ni condeno ni apruebo, sino que reflexionaré al respecto. Como siempre un gran gusto leerte. sagitarion
03-07-2014 Tu historia es muy conmovedora. Lamentablemente se repite a través de los tiempos, sea por prejuicios sociales, comodidad, mezquindad, indignidad. Ojalá textos como éste despierten la cordura de los seres humanos. Clorinda
25-11-2013 Tremendo... Impresionante... MarceloE51
23-11-2013 Fuerte historia.Bien narrada. jaeltete
22-11-2013 Desafortunadmante, asi es la vida, muy buenas letras, agiles y versatiles, felicidades, un saludo cordial. heisenhen
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