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Regalo de Navidad

Estábamos alegres faltaban pocos días para festejar la navidad. Nevaba intensamente, todos reunidos cerca de la chimenea, desarmando las cajas.
Por fin mi primer árbol en familia!!!!! Beto mi esposo, Esme mi mamá, mis adorables hijos Cata , Santi y mi perrita flopy.
Me había costado mucho poder sentir ese día como nunca, tener mi propio árbol estar todos juntos.
Cata con su ansiedad que la caracteriza comenzó a romper todos los paquetes mientras Santi estaba fascinado con la estrella dorada que no paraba de moverla reflejando un arco iris en la pared.
Nos miramos todos un instante y la felicidad se notaba inmensamente en cada rostro.
En un momento se represento mi vida en un libro, mientras lo hojeaba, vinieron a mi mente mis recuerdos, los que iba repasando de alguna manera en cada página. No podía dejar de detenerme en algún párrafo siendo la mayoría de ellos muy tristes.
Me sentía feliz ese día y mil preguntas vinieron así de la nada ¿te acordás cuando nos agarro la lluvia? vino la imagen de mi papá devastado, triste y sin trabajo .Mi madre siempre junto a él cómplices en las buenas y las malas, pobre pensé mas malas que buenas.
Con mis hermanos no entendíamos nada porque en la calle? Por que sin techo? Por que nos golpeaba tanto la vida.
Fueron años muy duros pensé. Siempre quise terminar ese libro con un final feliz y eso me estaba proponiendo.
Me dije es hora de tirarlo a la chimenea y comenzar la segunda parte Si!!! Ese era mi propósito, contagiar mi alegría. Estos momentos que estábamos pasando seria el prólogo del libro.
Miraba las caritas de mis hijos y en la de mamá su sonrisa se notaba triste. Claro estaba sola no era lo mismo. Paso ese día, el cansancio de tantas corridas y decisiones nos obligo a irnos a descansar.
Siempre me pasa lo mismo mi cabeza no para de pensar, de organizar, de sentir como de a poco se estaba poniéndose en su lugar las cosas y nuestras vidas.
Llegó el día…….

Regalo de Navidad (Continuación)

Llegó el día, y con él, la promesa de unas Navidades inolvidables. Flopy saltaba entre los pies de mi esposo mientras los niños tomaban un chocolate caliente junto a su abuela. Yo, envuelta en mi bata, contemplada la escena perfecta que llevaba años esperando. Si bien no éramos adinerados, lo cierto es que disfrutábamos de una situación cómoda por primera vez en años. Pudimos traer a mi mamá con nosotros después que enviudara y así pasar los festejos juntos.

Cata me miró con sus morritos manchados, relamiéndose, mientras Santi metía los rollizos deditos en su tazón de chocolate, y yo sentía que no se podía ser más feliz, y me preguntaba cómo había sido capaz de soportar tantos golpes de la vida, qué sería de mí si me viera como se vieron mis papás cuando nosotros éramos pequeños, y un nudo en mi garganta se hizo presente. Beto y yo siempre tuvimos una conexión especial, y en ese mismo instante vino a abrazarme, como si sintiera mi pesar. Mi pequeña interrumpió la lágrima que se asomaba a mis ojos y anunció que iba a cantar el villancico que aprendió en la escuela.

Allí, entonando sin ningún ritmo pero con mucho entusiasmo, estaba mi nena de cinco añitos, alegrándonos la mañana de Navidad con su pelo negro revuelto y su pijamita de lunares. Así que acabó, mi mamá y Santi aplaudieron con entusiasmo, al igual que mi esposo y yo. Estaba radiante.

Apuraron su desayuno, se abrigaron, y corrieron entusiasmados fuera de la casa, llevando con ellos cuanto juguete les cabía entre los brazos. Mi mamá se quedó en la casa, mientras en las aceras ya había familias enteras fotografiando a niñitos con gorros de Papá Noel, con bicis nuevas con rueditas a los lados, paseando carritos de muñecas,… Los regalos de mis hijos eran bastante comunes, nada ostentoso: unas botas para la lluvia, una granja con animales para que jugasen juntos, un par de muñecas de trapo para Cata y dos cochitos de plástico para el pequeño Santi (las abuelas y su costumbre de juguetes de niños y niñas…).

Nos sentamos en un banco de la vía mientras trotaban por la calle, viendo a los vecinos, intercambiando momentáneamente sus regalos con ellos y volteando la vista hacia su papá y hacia mí, que saludábamos y nos acurrucábamos para entrar en calor. Ellos parecían no sentir el frío, con sus naricitas rojas y sus guantes, correteando y jugando, siempre de la mano el uno del otro. Me vi a mi misma con mi hermano cuando la vida parecía habernos dado la espalda, siempre juntos, siempre él sujetando mi mano. Le extrañaba, estaba lejos, pero le sentía muy dentro. Agradecía a la vida permitirme darle a mis hijos lo que mis papá no pudieron darme a mi.

Beto llamó a los niños y nos dirigimos al parque del vecindario para seguir disfrutando la mañana. De camino pasamos junto a un hombre que caminaba de la mano de una nena que debía ser de la edad de Cata. No iban muy abrigados y sus ropas parecían viejas. Pasando a nuestro lado, nos deseó una feliz Navidad. Sonreímos y devolvimos el saludo, aunque algo me decía que para aquel hombre no eran unas fiestas muy afortunadas. No me equivocaba, iba camino de comedor social. Mi hija me tiró de la manga y me preguntó por qué esa niña no tenía un jersey como el suyo ni llevaba juguetes como ella. La tomé en brazos y le expliqué que no todo el mundo tiene la suerte que teníamos nosotros, y que había papás que no tenían dinero para escribirle una carta a Papá Noel, y por eso no podían pedir regalos. La dejé de nuevo en el suelo ¿Qué podía decirle? ¿Qué el mundo es injusto, que los niños pagan las consecuencias de una sociedad que permite que haya familias en la calle? No se puede cargar a los pequeños con eso.

Mi hija paró y se soltó de mi mano, miró sus muñecas, volteó y fue hacia el señor. Beto quiso frenarla, pero le pedí que esperase. Cata tiró de la manga del señor, que giró la cabeza y vio cómo Cata alargaba una de sus muñecas hacia su hija.

- Le pedí esta a Papá Noel para ti.

La niña no se lo pensó, agarró la muñeca y la abrazó. Santi, fiel imitador de su hermana mayor, le ofreció su coche (el más pequeño de los dos), y el hombre del abrigo raído lo cogió y tragó saliva, mientras les daba las gracias y nos pedía permiso para besar a mis hijos. Asentí. Quiso decir algo, pero negué con una sonrisa y los ojos tan vidriosos como los suyos. Cata agarró a su hermanito y volvieron a nosotros, diciendo adiós a la niña con sus manitas. Beto y yo nos besamos y seguimos hacia el parque, orgullosos de cómo estábamos criando a nuestros hijos. Definitivamente, esas unas navidades inolvidables, las mejores de mi vida.





Texto agregado el 23-12-2013, y leído por 69 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-12-2013 Tienes mucha facilidad para escribir prosa. Felicidades. uleiru
 
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