Un cierto día, alojado en mi cuidado, como no de otro modo podría ser posando mis pensamientos en tu persona, pues bien sabes querida mía que mi única manera de conciliar el sueño es. Dende mi mente entonces nasció una hermosa imagen en la cual tú, amada mía preciosidad, princesa de mi corazón, y yo un humilde vasallo te declaraba mi incondicionado amor. Apoyado yo en mi rodilla cogiendo tus jarifas manos y de mi voz fuerte y plagada de vigor, unos armoniosos versos suenan:
"Noble princesa! no soy digno
ni merecedor de su espléndida
y majestuosa figura, pues un simple vasallo soy,
sin embargo a pesar de que mis haberes mas bien
sin valor alguno son, mi vida yo incluso
pongo a su disposición."
No necesito palabras de tus asombrosos labios rojos, como las dulces fresas de los campos italianos. Una mirada tuya de esos ojos que mas que la luna brillan y alumbran la oscuridad que hasta ahora ha reinado en mi alma. Solo eso necesito, para saber que mi corazón a buen recaudo está. Mercedes a Dios por traer tal belleza a este mundo y que me hizo enamorar de esta forma, y por consiguiente llenar de felicidad mi ser.