TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / agnessperanza / Lucy

[C:537165]

Regalo de fin de año para mi abuela, Lucy.

Me desperté un día y no estaba a mi lado.
Caminé por el pasillo, fui al baño, a la cocina, y me fijé hasta en la despensa. Pero no estaba. Salí de casa, caminé, troté y corrí para ver si encontraba sus rastros por algún lugar. Pero no lo logré. Volví entonces a mi casa, nuestra casa, a tratar de pensar. Busqué no llorar lo más fuerte que pude, ni reir, ni temer. Deseé sentarme en algún lado, en la puerta de la casa, que ya no era ni nuestra, ni mía, sentarme a no pensar. Lo último que quería era imaginar, recordar, ver… Debía olvidar, ya se había ido, y yo debía olvidar. Decidí borrar toda imagen que viniera de mis recuerdos, todas sus imágenes. Cerré los ojos y me forcé a hacerlo, sin parar, y vi como uno por uno sus rasgos fueron desapareciendo, no sin costoso trabajo. Mis ojos lagrimeaban, escupían todo eso que me había hecho sentir tan bien, pero de lo que ahora sólo quedaban restos. Estuve en ese escalón varias horas, eliminando, desechando varios de mis días anteriores para no sufrir. Temía no poder levantarme más, angustiarme día y noche y desear haberme ido yo también. Por eso borré todo recuerdo que pude encontrar. Logré terminar un tiempo más tarde, sin saber cuánto, y me apoyé sobre la pared como un ser limpio, nuevo. No abrí los ojos, los mantuve cerrados por miedo a que entrara algún recuerdo más. No tenía nada: podía crearlo todo, podía empezar de cero, podía hacerlo a mi manera.
Así empezó entonces mi nueva vida. Dentro de mi cabeza yo me levantaba, construía mi casa. Una pequeña casa de color rojo, con sillas en el jardín. Cocinaba de todo y nunca compraba nada, leía de todo pero el tiempo no pasaba. Las películas las tenía todas, aunque luego no las encontraba y hasta las olvidaba. Dormía por horas y me levantaba temprano, los días y las noches rendían a mi gusto, eran largos, cortos y justos. A veces salía a caminar, me perdía en mi nuevo barrio, daba varias vueltas pero nunca repetía un solo lugar, y cuando me hartaba regresaba a casa, así nomás, por pura decisión. Yo gobernaba mi mundo, todo funcionaba en torno a mis decisiones, ya no había temores, ni sorpresas, ni temores por alguna sorpresa. Mis días transcurrían perfectos, tranquilos, casi felices.

Hasta que un día me desperté y no me sentí igual. Algo me había estado faltando todos esos días, y yo lo sabía muy bien. Pero no quería saberlo, no quería recordarlo. No quería nombrarlo, ni traerlo conmigo. Ese algo se había ido, y yo ya no quería volver a dejarlo entrar, porque sabía que se iría de nuevo. Me senté en una de mis sillas de jardín y me prometí no volver a sentirme de esa manera. Volví a eliminar de mi cabeza (dentro de mi cabeza) todas las emociones y los pensamientos inadecuados. Intenté volver a mis días perfectos, cociné, puse una película y agarré un libro. Pero antes de que llegara a sentarme sonó el timbre, y supe que a pesar de mis esfuerzos ya era tarde. Se habían abierto las puertas del inconsciente, y alguien las había atravesado, había caminado por mi nuevo barrio, había llegado a mi puerta, tocado el timbre…
Me costó abrirle, no sabía cómo reaccionaría al reencuentro. Volvió a tocar el timbre y me hizo temblar, sentir algo por primera vez en esa vida. Abrí la puerta e intenté no mirar. Pero pronto me encontré con sus ojos, y no sólo con los que estaba mirando, sino también con todos esos que había visto a lo largo de los últimos 60 años; vi su boca y con ella las millones que había besado en el pasado, y así sucedió con cada centímetro de su cuerpo. Volvió a representarse ante mí, en su totalidad, con todos los recuerdos, todo volvió y todo estaba parado en la puerta de mi casa. Me abalancé sobre su cuerpo, lo toqué, lo abracé, lloré, grité, me enojé y volví a sonreír. Dejé que pasara, nos sentamos en el comedor, charlamos por un largo rato. Volvimos a abrazarnos, a llorar, a gritar, a enojarnos, a reir. Ya había dejado entrar todas esas imágenes, todas esas sensaciones y no había vuelta atrás. Le sonreí con honesto sentimiento, aunque ocultando unas gotas de temor que infectaban mi felicidad. La herida no podía curarse del todo, lo que ya había ocurrido por qué no podía volver a ocurrir. Pero se dio cuenta, a pesar de mi sonrisa, me miró a los ojos y me dijo. “Acá ya no hay temores, ni sorpresas, ni temores por alguna sorpresa.”

Y me relajé.


Y nos agarramos fuerte de la mano, saltamos, corrimos, comimos y nos besamos tal y cómo sabíamos hacerlo, con la diferencia de que ese miedo que molesta a todas las personas a nosotros ya no nos afectaba. Esta vez sabíamos que nunca se acabaría, que nos tendríamos el uno al otro para siempre, que nos despertaríamos todos los días y todo seguiría igual. Ese temor nunca volvió. Y mi viejo cuerpo, sentado en la puerta de mi antigua casa, apoyado sobre esa extraña pared, con los ojos arraigadamente cerrados, sonrió.

Texto agregado el 12-02-2014, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]