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Inicio / Cuenteros Locales / Urgull / LA NIÑA QUE REGALÓ LA PAZ

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Había una vez un país muy lejano en el que la gente sólo sabía decir palabras hermosas, como Luna, Mar, Mamá, Hada, Cuento, Niño...

Sus habitantes eran amables y cariñosos y era rarísimo ver a dos de ellos discutiendo. Cuando no estaban de acuerdo en una idea buscaban un pajarillo, se lo daban al otro y a continuación seguían charlando tranquilamente.

¡Ah! Se me olvidaba deciros que este país se llamaba Haur y que en él no había ni soldados, ni cárceles, ni siquiera gobierno porque la gente se ayudaba y conseguián las cosas por las buenas.

Fijaros si era un extraño país que tampoco tenía moneda. Cuando querían comprar algo, los hauritas pagaban con unas flores especiales que nunca se marchitaban.

Estas flores, que se llamaban dirus, se las había entregado una sombra misteriosa que surgió entre las olas hacía muchos años.
Los hauritas eran un pueblo dedicado sobre todo al cuidado de la Naturaleza, con la que habían establecido un pacto sagrado: ellos la protegerían, evitando cualquier desastre ecológico y Naturaleza les facilitaría todo lo necesario para vivir bien: alimentos, reposo, frescura y la alegría que les entregaban los animales.

Así, a ningún haurita se le hubiera ocurrido nunca talar un árbol para hacer una carretera; ni destrozar un bosque para construir una casa; ni contaminar el aire con humos o ruidos de máquinas.

Y es que Haur no estaba invadido de coches, ni trenes, ni aviones... Las máquinas no necesitaban ni petróleo ni gasolina; funcionaban gracias a unas aguas subterráneas que sólo brotaban por allí.

Naturaleza, viendo lo buenos que eran los hauritas con ella, había transformado todas las plantas en medicinales y ningún animal era peligroso para nadie.
Pero al otro lado de las montañas había otro país muy diferente a éste. En él sólo podían escucharse palabras desagradables y feas como ¡Caca!, ¡Idiota!, ¡Prohibido!, ¡Cállate!, ¡No!...

Sus habitantes eran violentos y cuando se cruzaban en la calle se amenazaban, aunque no se hubieran hecho nada. Era un pueblo triste.

Los que más trabajo tenían eran los médicos porque estaban día y noche atendiendo a los heridos que se producían en las continuas peleas.

¿Queréis saber cuál era la afición favorita de aquellas gentes? Pues bien, no había casa en la que no hubiera un laboratorio para poder experimentar nuevos venenos y armas para atacar a los demás.

Había numerosas cárceles porque la policía detenía continuamente a cientos de personas. Pero se volvían a escapar destrozándolo todo... y seguían las peleas callejeras.
Aquel espantoso país se llamaba Goibel y en él casi nadie tenía un trabajo honrado. ¡Para qué! Cuando necesitaban algo se lo robaban al primero que encontraban. En vez de monedas usaban navajas y pistolas.

Una tarde, mientras perseguía a un grupo de conejos, una niña haurita se perdió en el bosque.

Al principio no se asustó porque estaba contenta y comenzó a caminar silbando alegremente. Pero pasaron las horas y el cielo se fue oscureciendo.

Bake, nuestra amiga, empezó a sentir que algo le llevaba a caminar hacia el norte; era una fuerza extraña, pero parecía amistosa.

Se dejó llevar hasta que, al fin, llegó a un gran lago. Se inclinó para beber y pudo ver como la Luna se reflejaba en el agua.

Levantó los ojos y la miró con alegría porque su presencia le tranquilizaba.

—¡Hola, Luna, me alegro de verte! -saludó la muchacha.

—¡Hola, Bake! He venido a buscarte porque necesito de ti para realizar una difícil misión.

—¿Has sido tú quien me ha traído hasta aquí?

—Sí, pero escucha, no tenemos mucho tiempo. Vas a hacer un viaje montada en la noche y has de regresar antes de que vuelva el amanecer.

— Bien, estoy dispuesta porque confío en ti. ¿Qué he de hacer?

— Noche te conducirá al otro lado de estas montañas, donde está Goibel, un país muy distinto al tuyo porque en él reina el odio y el terror.
Debes ir allí y buscar a un muchacho llamado Lagun en cuyo corazón crece el amor a la paz y la ilusión. Habla con él y dile que estás dispuesta a ayudarle a hacer que su pueblo viva tranquilo como el tuyo.

—¿Y cómo sabré quién es Lagun? -preguntó Bake.

—No te preocupes -contestó Luna. La noche te dejará a su lado.

Bake y Luna se despidieron y la muchacha se dejó envolver por el manto profundo de Noche.

Sin saber cómo, se vio flotando por un espacio sin cielo, por un aire sin fondo y por todas partes pudo contemplar, boquiabierta, los sueños disparatados de los hauritas hechos realidad por unos instantes.

Cuando más asombrada estaba sintió que sus entrañas se encogían y comprendió que estaban descendiendo. Al cabo de breve segundos se vio en medio de una tremenda pelea en la que participaba un numeroso grupo de personas.

Una de ellas le empujó y comenzó a golpearle diciéndole:

—¿Qué haces tú aquí, estúpida? ¡Lárgate, fuera!

Bake intentaba levantarse cuando notó que una mano cálida le agarraba con fuerza.

—¡Corre, ven conmigo! -le gritó el desconocido.

Bake titubeó, pero al fin salieron corriendo. Al cabo de un rato, cuando sintieron que los gritos estaban lejanos, se detuvieron agotados.

—Soy Lagun y te he ayudado porque, aunque no te conozco, tengo la impresión de que te necesito.

—Yo soy Bake y te agradezco tu ayuda. No me conoces porque no soy de aquí sino de Haur, un país que está al otro lado de las montañas.

—¿Y qué haces aquí? ¿Cómo has llegado?

—Me ha traído la noche y he venido para hablar precisamente contigo. Luna me ha mandado para decirte que puedes contar con mi pueblo para hacer que el tuyo viva en paz y seáis felices.

—¡Eso es imposible, querida Bake! Mi pueblo no conoce esas palabras. ¡Qué bien suenan! ¡Paz, felicidad...! Nosotros sólo conocemos palabras groseras e insultantes, palabras malas y feas.

—Pero tú eres diferente, ¿por qué las conoces?

—Mira, hace algún tiempo, mientras contemplaba las olas, el mar me habló y me dijo que yo tenía que cambiar el destino de mi pueblo. Me prometió enseñarme palabras bellas, pero me advirtió que no podría usarlas hasta que Luna me enviara un mensajero. Tú debes ser esa amiga que esperaba. ¿Qué debo hacer?

—No lo sé; por ahora no puedo decirte más. Debo irme porque se acerca el Amanecer y debo estar de vuelta antes de que llegue. Volveré pronto, muy pronto. No te desanimes. ¡Adiós, Lagun!

—¡Adiós, Bake, amiga!

La noche tuvo el tiempo justo para regresar a Haur antes de que amaneciera. Bake llegó dormida y Luna no quiso despertarla porque se merecía un descanso. Había sido valiente y los sucesos que le esperaban pondrían a prueba su energía y su imaginación.

Cuando despertó, Bake decidió dedicar el día a pasear y relajar su mente y su cuerpo. Quería poner orden en sus ideas pues todo le estaba pasando demasiado deprisa. Estaba deseando que se hiciera de noche para hablar con Luna.

Al fin el atardecer se escondió llevándose del brazo al Sol y el cielo se llenó de nuevo de la noche. Apareció Luna y preguntó a Bake cómo le habían ido las cosas.

La muchacha le explicó lo sucedido y se apresuró a pedirle respuestas.

—No tengas prisa, Bake, pues la angustia es aliada del desorden y la violencia.
—Es verdad, Luna, perdóname. ¿Qué vamos a hacer?

—Volverás a tu aldea y buscarás a dos hauritas que te ayudarán a llevar a cabo tu misión. Tus amigos habrán de ser justos, imaginativos y sinceros. Después debéis hablar con el pueblo para pedirle que os ayude a buscar las tres palabras más importantes para ser feliz.

—¿Y cuando las hayamos encontrado...? -interrumpió Bake.

—Entonces volverás a Goibel, hablarás de nuevo con Lagun y haréis que todos los goibelinos conozcan las tres palabras.

—¿Cómo conseguiremos que las conozcan?

—Eso debéis resolverlo vosotros. Es vuestra misión más difícil.

Bake volvió a su aldea y tras contar a todos lo que había pasado, se encerró en su casa para decidir quién le ayudaría a buscar las tres palabras mágicas.

Al final, tras muchas dudas, eligió a Zahar, un anciano al que todos respetaban por su justicia, y a Gazte, una muchacha que asombraba por su imaginación.

Todo el país se puso en marcha con un solo objetivo: encontrar las tres palabras más importantes para ser feliz.

De boca en boca circulaban cientos de palabras, pero sólo algunas eran anotadas por los tres escogidos.

Estas fueron las que más sonaron por todas partes: luz, niño, pájaro, estrella, paz, Luna, mar, lluvia, amigo, salud, ilusión, libertad, alegría y amor.

Gazte, Zahar y Bake se encerraron en una cueva para decidir. Mientras tanto, los hauritas estaban preocupados y caminaban nerviosos y serios, por primera vez en su historia.

La tensión aumentó cuando Bake y sus colaboradores decidieron ir al bosque para hablar con Naturaleza.

—Hemos venido a pedirte consejo, Naturaleza, porque tú eres sabia y sin ti nuestra vida sería imposible. ¿No serás tú una de las tres palabras? -preguntó Bake.

—No, hijo, hay muchas palabras más importantes que yo. Por ejemplo cada uno de vuestros nombres, porque encierran vuestro corazón. Os diré lo que me hace más feliz: es importante vivir en paz, no sentirse solo y tener salud; son importantes la luna, el mar, las estrellas, los pájaros y la lluvia... Y ¿quién puede sentirse alegre sin amor?

Pero, mirad, nada hay más hermoso que contemplar la ilusión con la que un niño se mueve libremente por todas partes.

—Gracias, Naturaleza, -añadió Bake- creo que he comprendido tu mensaje.

Aquella misma noche Bake estaba junto al lago esperando a Luna para que le diera las últimas instrucciones. En cuanto la vio aparecer, le dijo:

—Hemos elegido las palabras...

—¡Cállate! -interrumpió bruscamente Luna- Si me las dices todo estará perdido. Sólo debe conocerlas Lagun.

—¿Qué sucederá cuando se las transmitamos a todos los goibelinos? -preguntó Bake.

—Debéis convencerles para que las repitan todos a la vez.

—Y ¿qué sucederá después -interrogó Bake nervioso.

—Ya lo verás; yo no lo sé exactamente. Ahora vete; esta vez será el viento quien te llevará para ganar más tiempo. Pero recuerda: deben repetir las palabras todos a la vez antes del amanecer.

Bake se reunió pronto con Lagun y tras revelarle las palabras elegidas y todo el plan, pensaron el modo de hacerlas llegar hasta los goibelinos.

Al fin decidieron hacer lo siguiente: el viento volvería a Haur y pediría a Naturaleza que consiguiera que todas las aves del país cogieran en sus picos y sus patas la mayor cantidad posible de flores

El viento condujo a todas las aves a Goibel a la mañana siguiente en secreto y Bake les expuso su plan:
—Cuando veáis esta noche a Luna acercarse rodeada de cuatro estrellas hermosisímas, volad sobre el país y dejad caer las flores.
Aprovechando el asombro de los goibelinos, les gritaremos las tres palabras que se reflejarán en el viento y así llegarán a todos los oídos.

—Y ¿cómo conseguiréis que ellos las repitan? -preguntó una vieja paloma que había conseguido llegar hasta allí a duras penas.

—Les prometeremos que si lo hacen volverán a llover flores sobre todo el país -contestó Lagun.

Mientras en Goibel seguían las peleas y los escándalos, Luna buscó las cuatro estrellas más bellas del universo y se las colgó situándose después en el centro del cielo goibelino.

Inmediatamente, todas las aves alzaron su vuelo y desde lo alto dejaron caer cientos, miles de flores sobre aquel terrible país.
Automáticamente, todos quedaron paralizados, con la boca abierta de asombro.

Fue el primer momento de sus vidas en que no hubo un puñetazo o un insulto.

Bake y Lagun aprovecharon para gritar con entusiasmo:

¡¡NIÑO - ILUSION - LIBERTAD!!

Y prometieron a todos que si repetían con ellos de una sola vez aquellas tres palabras, volverían a llover flores del firmamento.

Fue asombroso, fantástico, impresionante, escuchar a aquellos miles de hombres y mujeres que se odiaban hasta ese instante, unidos en una sola voz.

Pero mucho más fascinante fue lo que sucedió después: las flores se levantaron del suelo y comenzaron a flotar por el aire mientras todos se abrazaban y se apresuraban a pedir disculpas a los demás por todo lo pasado y unos y otros se juraban que desde ese día las palabras feas quedaban enterradas para siempre.

Todos pidieron a Lagun que fuera su rey y les enseñara palabras hermosas, pero el muchacho les contestó:

—Yo no puedo ser rey de nadie. Ningún hombre debe mandar sobre otro hombre, como ningún niño manda sobre otro niño. Tampoco puedo -terminó diciendo Lagun- enseñaros palabras bellas porque no las poseo yo; están dentro de cada uno de vosotros. Si vivís con la libre ilusión de un niño, seréis felices.

Y desde aquel día las montañas ya no separan los dos países, sino que sirven de mirador desde el que contemplar dos pueblos hermanos y felices.

[Diccionario de nombres:
Haur: Niño Goibel: Sombrío
Bake: Paz Lagun: Compañero]

Texto agregado el 25-08-2004, y leído por 275 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-11-2005 Es el cuento más hermoso que jamás leí. enkarny
 
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