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Inicio / Cuenteros Locales / radesre / Capítulo II, El camino al andar

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Mi nombre es Víctor Manuel Fernández Varela, nacido el 27 de febrero de 1995, en Medellín y residido en Urrao, Antioquia; a 2014 con 19 años de edad soy docente.

Hijo de Maria Ligia Varela Seguro y de Rodrigo Enrique Fernández Restrepo, soy de una familia analfabeta que en sus inicios, se podría de decir que era pobre, con muy pocos recursos.

Mis primeros contactos a nivel educativo fue en la guardería de mi tía, creo que allí aprendí a socializar, a compartir, a convivir, aprendí las vocales, los números, los colores, todo sobre mi municipio, mi cuerpo, entre muchas otras cosas. Mi tía era mujer exigente, maternal, perfeccionista, con carácter y líder en la familia pues habitaba en la casa de mis abuelos maternos, una mujer con vocación y sabiduría en el acto de educar aunque solo era una bachiller académica, por falta de recursos nunca pudo ir a la Universidad.

Ingresé al sistema educativo formal con cinco años de edad directamente al grado primero, no hice preescolar, pues la rectora del colegio me había hecho, digamos que, una evaluación y a afortunadamente cumplí con los requisitos para avanzar en el ciclo de básica primaria.

Recuerdo que mi primer salón de clase era un garaje que el colegio había alquilado por falta de espacios, este era oscuro, húmedo con un estante en la pared, un pizarrón y pupitres para dos; siempre quise ir al colegio, me caracteriza por ser un niño silencioso, tímido e introvertido, amante de la pintura, la exploración, los libros y de aquellos juegos como rompecabezas, arma todos, entre otros. A pesar de las condiciones físicas de aquel garaje me sentía muy a gusto y acogido. Mi maestra de primer grado, ¡cómo olvidarla!, era un señora de baja estatura, encorvada, delgada, de pelo corto, ya estaba vieja, creo que le faltaba muy poco para su jubilación así que era toda una vocera de la educación tradicional. Cuando uno de mis compañeros hacía algo o se comportaba mal, lo cogía de una oreja y lo sentaba, otras veces con los dedos muy finos pellizcaba, nunca me ocurrió pero me causaba escalofríos y temor, sin embargo siempre tuve una buena relación con ella, todos me llamaban por el nombre de mi padre, no era Víctor si no Rodrigo.

Mi padre era vendedor de panes dulces ambulante, solo los fines de semana porque en los otros días se dedicaba al trabajo campesino, podría decir que él en ese año fue vital, me llevaba y me recogía en el colegio, a veces lo hacía mi hermano que cursaba quinto grado, mi papa todas las tardes se sentaba a revisarme los cuadernos y hacer la tarea conmigo, a pesar de que era un analfabeta, me enseñó a leer a través de periódicos y a recortar las letras de este para conformar palabras, nunca me ha dejó solo y espero que no lo haga. Me enseñó a ser responsable e independiente, autónomo en mi quehacer estudiantil, despertó en mí la motivación por aprender y ver la vida como un espacio para formarse. ¡GRACIAS PAPÁ!

Por otro lado mi mamá en ese mismo año comenzó a trabajar como madre comunitaria, lo que implicaba una guardería en mi casa, niños corriendo por todas partes, a partir de ese año mi vida la tuve que compartir con otros, el cuidado y el amor de mi madre, su tiempo y demás cualidades de ella. Pero siempre supo diferenciar y otorgar amor. Ella es una mujer introvertida, tímida a veces esto es malinterpretado, protectora, frívola y buena ama de casa.
Yo no era hijo único tenía un hermano de seis años mayor, Johan David Fernández Varela, siempre estuve bajo el mando de él, por así decirlo, durante los siguientes años fue mi compañero, mi amigo, enemigo, en fin muchas cosas. Como éramos pobres no teníamos muchos juguetes, así que él dibujaba personajes en las hojas de los cuadernos y luego los recortaba, los metía entre una bolsa y con esos ‘muñecos’ en papel jugamos, era un gran narrador de historias, abría mundos llenos de magia e ilusión de los cuales no quería salir, siempre nos escondimos de nuestros padres porque nos avergonzaba que nos vieran hablando con papeles, sin embargo montábamos en nueves que nos llevaban a lugares extraordinarios con personas increíbles, la magia de la imaginación fue un elemento muy valioso que él me otorgo. Peleábamos mucho como todos los hermanos, me chantajeaba con que iba a romper los papeles pero nunca lo hizo porque eran de gran valor para él, solo los escondía.

En vacaciones siempre nos mandaban para la finca con nuestros tíos, allí nos encontrábamos primos y primas, era toda experiencia es tiempo, al lado de ellos aprendí sobre el trabajo rural, a ordeñar vacas, desherbar, cultivar pero mi desempeño no era el mejor, en lo que si era bueno fue ayudándoles a hacer las tareas y refuerzos vacacionales a mis primos, les explicaba haciéndome ver como un profesor, eran mayores en edad pero “yo era el profesor” y me debían escuchar así no tuviera la razón. Con una de mis primas me sentaba a ayudarle a repasar las tablas de multiplicar porque era muy terca y rebelde, debía aprenderlas al pie de la letra o una correa la esperaba en la casa. Ese ambiente campestre me enseñó a respirar, a ser tranquilo y a aclarar mi mente, a conectarme con el suelo y el aire de mis terruños, a desarrollar hábitos de conservación natural y observar con admiración el color de las montañas, quebradas y cultivos.

Al terminar el grado quinto, mi madre decidió cambiarme de colegio, fui matriculado en la Institución Educativa Escuela Normal Superior Sagrada Familia, la más prestigiosa del pueblo, a la cabeza de Terciarias Capuchinas; estaba muy ansioso por ver a una ‘monjita’ dando clase, se me hacía bastante extraño y hasta me causaba gracia.

Comenzaron las clases y mis notas no estaban siendo las mejores era un estudiante con calificaciones aceptables, estaba muy desilusionado porque en mi anterior colegio me iba muy bien, sin embargo, nunca perdí el ánimo. Ya era más independiente pues mis padres solo se preocupan por ir a las reuniones, y de esta manera me enseñe a ser solitario, a bloquear sentimientos y a tener muy poca socialización en el colegio.

Tras cada año que pasaba hacía el intento por ser mejor estudiante y el avance fue mínimo hasta el grado 8º, en 2009, grado 9º decidí que no iba a seguir siendo invisible, que debía como mis compañeros destacarme en algo, no quería seguir siendo parte del montón. Entonces conocí a una majestuosa maestra de matemáticas, Luz Inés Tobón Echeverry, al inicio comenzó a irme muy mal con ella, no comprendía así que asistía a los refuerzos que ella realizaba por las tardes y en estos espacios me superé, ella logro sacar lo mejor de mí, me descubrió y me hizo descubrir así mismo, encontré al lado de ella en las matemáticas la posibilidad de construirme como persona y buen estudiante, me empoderé del álgebra de Baldor y las habilidades afloraron en otras áreas, aprendí a ser crítico, reflexivo, creativo, organizado y planeado; y más que eso ella me descubrió como maestro porque me permitió explicarle a mis compañeros, a realizar con ellos grupos de estudio, en fin 2009 fue el año de oro en mi vida, un renacer como estudiante y descubrimiento como maestro.

Sin embargo, no sabía si quería ser maestro, disfrutaba mucho de la argumentación en las clases de sociales y del debate, me veía a futuro como un profesional en el Derecho, un abogado.

Al ingresar a la educación media, mi Normal Superior como todas tenían su énfasis en educación y pedagogía, así que debía estudiar sobre las mismas. Claudia María Céspedes, actualmente coordinadora académica, era la profe de lectura de contexto u pedagogía, era una mujer muy inteligente, brillante, con hábitos de conservación y amante de lo natural, su discurso encantaba, me quedaba fijamente mirándola, prestándole atención; con el transcurso de cada encuentro se avivaba mi pasión por la docencia, afloró en mi esas habilidades mínimas que debe tener un maestro como dominio de la palabra y del público, dos herramientas que más adelante me fueron de gran ayuda, ella nos llevaba a observar el trabajo de los docentes de primaria y a contagiarnos de la vocación que ellos tenían, en rutó el camino que hoy he emprendido porque posibilitó mi primer contacto directo y formal con la enseñanza.

En mi último año iba a presentarme a la Universidad de Antioquia a Derecho, en mis propósitos estaba aún ser abogado, pero después de una de las observaciones en preescolar fue un vuelco a mis metas, me di cuenta de la grandeza y la belleza de la educación en los niños y niñas de este nivel porque recordé que yo había estado ahí, que había ayudado a mis primos, que había tenido experiencias magistrales con mis compañero de 9º, 10º y 11º y que en las clases de pedagogía mi desempeño era uno de los mejor no por las notas sino porque sentía que ser docente se me salía por los poros, sentía una gran alegría dentro cuando le explicaba algo a alguien o le enseñaba. Decidí continuar en la Normal, ingresando al Programa de Formación Complementaria, quería ser Normalista Superior.

Al iniciar me sentía desde ese momento maestro porque a pesar de que no sabía mucho sobre pedagogía, ni del acto de educar ya me habían graduado con ese título sin que me diera cuenta; pues en los corredores con voz muy entonada me veían pasar y con un abrazo, un grito a lo lejos o una sonrisa en sus rostros me decían “profe”, palabra que funcionaba como una melodía, como un dulce néctar que me llenaba el alma. Mientras sucedía eso me di cuenta de la importante tarea que se me había encomendado al decidir ser maestro, y es que más que un acto de enseñar, es para mí una acto de amar con valentía, arriesgarnos a perfilar seres humanos, un acto que nos compromete con la vida misma. Mi maestra de investigación del primer semestre hablaba acerca de lo importante que era esta profesión, hablaba de que no estábamos trabajando con materia prima sino con seres humanos que necesitaban formarse para enfrentarse a sí mismos y a la sociedad. Me sentí en ese momento orgulloso por estar formándome para formar personas pero a la vez pensé en que si iba a iniciar todo ese devenir pedagógico y reflexivo no podía hacer cualquier cosa por negligencia porque no se trataba de llenar a un sujeto de contenidos mediocremente sino que requería de mi máximo potencial como persona y como profesional con vocación que iba a ser.

Estar en el programa fue un reencuentro con mi infancia, me vi reflejado en el rostro de los estudiantes porque recordaba que de pequeño miraba a mis maestros con tanto respeto y orgulloso de que fueran ellos los que compartieran conmigo día a día mis picardías, mis tristezas, mis alegrías y un sin fin de emociones que como niños a todos nos ocurrió. Cuando iba mi profe de quinto a la casa a preguntar por qué no había ido al colegio, llegaba al otro día con el ego bien en alto hablando acerca de aquella visita y causando en mis compañeros envidia y enojo al hablar, pero disfrutaba hacerlo porque había sido un maestro quien me había visitado.

También fue un recuentro con mi vida emocional, con mi ser, me definí a mí mismo como persona, con mis diferencias, mis virtudes y mis capacidades, un proceso que me costó asimilarlo pero estuve a acompañado por los mejores colegas y amigos Doris Giraldo, Yenzuli Arango y Edison Uran, a quienes agradezco su escucha, ellos han sido mis confidentes, saben de mi y no tengo miedo a ocultarles verdades, son buenos consejeros y siempre están cuando los necesito.

Considero que he disfrutado tanto de mí en la Escuela Normal y que con orgullo digo que se convirtió en mi casa porque me sentí acogido, acompañado y con el suficiente significado para construirme, tal vez algún día salga de mi apreciada institución pero confío en que lograré regresar pisando muy fuerte, capaz de formar maestros para la vida y movido por este propósito es que me arriesgo a vivir con alegría cada desafío que me depare el futuro.

Texto agregado el 24-07-2014, y leído por 194 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-01-2016 Discurso ameno, fluido y gratamente descriptivo. ¿19 años? Mereces 5 estrellas. Excelente para alguien de tu edad. Pato-Guacalas
24-07-2014 Excelente redacción,ortografía y tu narrativa es fluida y,por lo tanto,enganchas fácilmente al lector.Como soy hijo de profesora de primaria,me leí todo tu texto(Larguísimo) y lo encontré muy divertido,además de bien escrito.UN ABRAZO. gafer
 
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