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El Cholo


La investigación se realizaría con la mayor discreción posible para evitar toda brusca alteración de la vida de palacio. Los policías llegaron al anochecer, luego que las puertas se cerraron. Se dirigieron de inmediato al despacho del Primer Ministro. Con ellos venía el Cholo, un viejo quiltro entrenado en el ejército, que prestaba servicios part-time a diversas instituciones. Cojeaba. Sin embargo, poseía un poderoso olfato y unas fabulosas papilas gustativas; ello le había permitido pasar con óptimas calificaciones el curso de rastreo de drogas y tráfico de especies. Su misión sería resguardar al Primer Mandatario. Inteligencia había recibido una serie de informes que señalaban que algo grande se estaba preparando. El Cholo acumulaba en su currículo un breve adiestramiento sobre detección de bombas, de manera que se encargaría de recorrer las habitaciones de la casa de gobierno. Este animal no era muy amigo del baño y para su instructor, el cabo Cuadra, bañarlo se convertía en una tarea titánica. Todos los 15 de cada mes, debía recurrir a algún truco para inyectar una dosis de calmante al perro y de esa forma meterlo en la ducha de la barraca canina. En una oportunidad usando la perra de peluche que compró en el persa, le inyectó por error un excitante metabólico. El furioso can se arrojó sobre él cogiéndole del brazo. Con fuerza sobrehumana se acercó al mesón y tomando la dosis correcta se la inoculó. 30 segundos después reposaba profundamente en una enorme colcha. El incidente casi le había hecho perder el brazo, no obstante, Cuadra aprendió a identificar con seguridad el contenido de las jeringas. El cabo sintió remordimiento cuando pensó utilizar la yatagán contra su mascota. Desde entonces cada vez que salía con el Cholo, partía sin el cuchillo, de esa forma no se vería tentado a dañarle aunque no renunció a cargar su pistola calibre 35. Con el tiempo había desarrollado un sentimiento especial hacia el animal. Lo trataba con un desacostumbrado cariño como si fuera de su propiedad. Por ello le molestaba que en cada ocasión que revisaba su pelaje en busca de garrapatas, apareciese en la oreja izquierda el mensaje “Propiedad del ejército, prohibida su venta”. El Cholo no contaba con la simpatía de la oficialidad ni gran parte de la tropa debido a sus frecuentes e inoportunas evacuaciones. Pero su porte de perro choro y atorrante había cautivado al comandante del regimiento, quien ordenó trato especial para él. Cuadra se encargaba de preparar comidas adecuadas a su edad y le procuraba, dentro de lo posible, las mejores condiciones de vida. El Cholo generaba algunos pequeños ingresos que le permitían darse ciertos goces. La misión en el Palacio Presidencial era una excelente ocasión, según pensó Cuadra, para que su fiel amigo demostrara que aún podía prestar un eficiente servicio al país...

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Su Excelencia bajó presuroso del vehículo, llevando en su mano derecha un pequeño maletín de cartón, el Cholo observó con atención y, sin mediar orden de Cuadra, fué al encuentro del Mandatario. El color del portafolio era similar al de la dosis que lo trastornó, de manera que su hocico se clavó en éste. El Presidente ante la mirada atónita de los asistentes forcejeó duramente con el animal. El episodio hizo que perdiera su habitual compostura. Desordenado el cabello, la corbata fuera de lugar y un botón de su fina chaqueta que dio de lleno en el rostro de Cuadra hizo que el cabo despertara de su aletargamiento lanzándose sobre el furibundo can. El Presidente fué llevado rápidamente por sus guardaespaldas a una puerta lateral, recién pintada, sin que éstos repararán en lo que se encontraba a pocos pasos de allí. Al interior una agria voz presidencial exclamó -¡ Por la mierda!-





Texto agregado el 28-08-2004, y leído por 150 visitantes. (0 votos)


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