Habia una vez un muchachito hecho de luz.

Habia na vez una muchacha que estaba envuelta en oscuridad.

Quizo Erasmo que los dos se encontraran.

Quizo Hegoteo que los dos se quisieran.

Quizo Pelegantro que los dos, juntos, al otro destruyeran.


Y de las cenizas Proteo levantó a la muchacha y le dio forma de vasija de barro y la lleno de agua y de vida.


Y de las cenizas quizo Prometeo levantar al muchacho pero de esas cenizas nada pudo.


Puesto que nuestro muchacho luminico era por derecho propiedad de Prometeo, pero las entranas, las de Prometeo, son por siempre y por derecho propiedad de los buitres y las aguilas, que merodean insaciables su cuerpo encadenado por el rayo.


Sin Prometeo.

Sin luz.

Sin fuego.



Sin fuego la ceniza se convierte en barro, el barro en polvo y el polvo en aliento. Y el aliento, el putrido aliento de las plantas y las bestias y las bocas de millones de niños quejumbrosos, bueno, es tan solo eso:



Aliento putrido como el que exhalan en este momento todos los poros de tu cuerpo.