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No hay nada más hermoso y brillante que la blancura de la nieve iluminada por los rayos de sol. Blancos inviernos, brillantes de día que congelan hasta el alma del más fuerte en las tardes, más aún en las noches. El viento que penetra los huesos, la respiración dolorosa, la voz quebrantada y las enfermedades. Sin embargo, no hay nada más bello que los blancos inviernos del hemisferio norte.
Es 17 de marzo. Todos los jóvenes están entusiasmados por las fiestas en los bares irlandeses presentes en el pequeño pueblo de esquiadores. Todo se decora de verde, una mezcla de blanco con verde hace que el lugar se vea aún más hermoso de lo que ya es por naturaleza. Son las últimas nevadas de la temporada antes de la llegada de la primavera y sus temperaturas, no cálidas, pero aún más agradables que los 30 grados bajo cero de los meses pasados. Los bares están listos y decorados. Los jóvenes se han cambiado de sus uniformes de trabajo a modernos atuendos que los harán lucir muy bien en la fiesta en el lugar que elijan, casi todos visten chaquetas y camisas verdes, las mujeres vestidos y polainas verdes. Todo con motivo de la celebración del día del santo patrono de Irlanda.
La música es excelente. Bandas locales en vivo, mucha cerveza, baile, conversaciones divertidas, mucha risa. Qué ambiente más agradable y entretenido para distraerse de la previa jornada laboral y pasarlo bien.
Asisto sola a un bar irlandés y me encuentro con conocidos del trabajo allá. Tomo un bus porque no puedo conducir en la nieve, las carreteras son sumamente oscuras, sin iluminación más que las luces de otros vehículos. Que divertido, hace mucho tiempo que no iba a una fiesta en que lo pasara tan bien y me relajara tanto.
Debo regresar temprano, el ultimo bus pasa a las 1 de la mañana cerca del lugar donde estoy. El frio me cala los huesos y el viento me quema la cara, ya no siento los pómulos ni los pies. Aun así, me divertí tanto que no me importa, llegare a mi departamento y me iré a dormir en un ambiente cálido e iluminado.
La distancia del ultimo paradero de bus es de más menos 500 metros hasta mi departamento. No tengo celular, ¿con que puedo alumbrar mi camino?, tampoco traigo linterna o algún otro objeto que ilumine. Bajo del bus trato de avanzar rápidamente para aprovechar la luz de sus focos, me doy cuenta que nadie más baja en mi parada y me apresuro hasta la calzada del frente la cual da directo a mi hogar.
No veo nada, el viento me empuja, me quema la piel, no veo, no tengo nada para iluminar, ya no puedo respirar, debe haber al menos 28 grados bajo cero, siento que me voy a morir si no llego pronto a casa. Una taza de té caliente, pan amasado, calefacción central, mi cama.
Escucho ruidos. Los pasos en la nieve son muy suaves, no es lo mismo que el sonido de zapatos en el cemento o el ripio, no. Son pasos suaves, son pasos de humano, no es un animal, lo sé. Los animales de montaña son tímidos ante la presencia humana. Cada segundo se me hace más y más eterno, son 500 metros, debo ponerme en pie y seguir caminando, me duele el cuerpo. Algo me quiere alcanzar y no puedo ver ni mis manos frente a mí.
Miro hacia atrás. La nieve golpea mis parpados, apenas abro los ojos. Hay huellas en la nieve tras de mí. Estaba intacta cuando baje del bus y nadie más bajo tras de mí. Casi no distingo, pero estoy segura que no son huellas de animal, son de humano. Me levanto trato de correr, me hundo en la nieve que me llega hasta las rodillas. Los 500 metros son una distancia muy larga, se han transformado en una distancia eterna en esta fría noche oscura.
Respiran tras de mí. Lo siento, estoy segura.Giro y no veo nada, es muy oscuro y la nieve no me lo permite. ¡La oscuridad me va a matar! Lucho por avanzar contra el viento. Pronto veo la luz del edificio de tan solo 2 pisos en el cual yo vivo en el segundo. Vuelvo a caer, creo que esta noche voy a morir si no logro levantarme algo me persigue en esta oscuridad. Parece que voy a desfallecer de susto, ya casi no puedo respirar, el pecho me duele y toda mi cara se siente rasgada con el frio. Me pongo en pie y sigo tratando de correr, logro subir las escaleras. Con la luz de mi puerta veo hacia atrás, están las huellas, pero no hay nada ni nadie. Con manos temblorosas encuentro la llave en mi bolso, se me cae, muy rápido la recojo abro la puerta y entro. ¿Qué pasó? Me pregunta Sarita, la mujer con la cual comparto el departamento, se asusta al ver mi estado de nerviosismo. Llorando le respondo que alguien me siguió en la oscuridad desde la parada de bus. Encendemos todas las luces del frontis del pequeño edificio y rápidamente vemos por la ventana, las huellas están, pero no hay nada. Vemos desde el balcón en varias direcciones. No hay un alma en la calle, pero si están las huellas de mis botas más las huellas de otra persona claramente marcadas en la nieve hasta la puerta del departamento. Sin embargo. No hay nadie.

Texto agregado el 19-10-2015, y leído por 78 visitantes. (0 votos)


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