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Inicio / Cuenteros Locales / MRWINKLE / EN BUSQUEDA DE LA CHICLOSIDAD

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Me desperté un día muy temprano a pesar del desvelo que tenía, había llegado en la madrugada, y no dormí más de tres horas, me toqué las bolsas del pantalón, ya que ni la ropa alcancé a quitarme, me preocupe al sentirlas vacías, -¿Dónde podrán estar?-, me pregunté tratando de tranquilizarme y pensar con más claridad, llegué muy aturdido por el alcohol y tal vez no me di cuenta que los dejé sobre la mesa de la entrada. Mis chicles han sido muy importantes a lo largo de mi vida, es lo que le da consistencia a mis días, tanto en una nieve de limón, como en una paleta de sandía; al final la preocupación logró levantarme de la cama, recorrí la recamara con un mareo sin igual, vaya que los años pesan, -ya no estoy para estos trotes-, me reprimí, pero no con la severidad como para no volver a hacer lo de la noche anterior.
Llegué al recibidor, y los chicles en la mesa no estaban, repase el piso con una minuciosa mirada, y aunque no lo creía, los chicles no estaban ahí; se preguntarán, que tiene de especial un paquete de chicles, y lo entiendo, podría ir a la tienda de Doña Concha y comprarme unos, pero mis chicles ni Doña Concha los vende, no son chicles comunes, los míos no son duros, pero tampoco son blandos; no son muy dulces y tampoco muy ácidos, simplemente son unas gomas de mascar deliciosas extremadamente difíciles de encontrar. Se encuentran en movimiento, un día los puedes ver en algún lugar, y es posible que al siguiente día ya no se encuentren ahí, o puede que cuando los busques no estén, pero por la tarde regresen, lo complicado es que para saber que son esos los chicles, tienes que probarlos, y eso, déjame decirte no es tarea fácil.
Como suele pasar, salí de mi casa lamentándome por la noche anterior, la resaca quedaba de lado al pensar, no puedo andar así por la vida, sin chicles que saborear; se me venía el mundo encima al imaginar que sería imposible tratar de seguirle el rastro a mis alcoholizados pasos antes de llegar a mi casa, solo recordaba los primeros tres cocteles que me tomé, “jamás combinaré de nuevo mezcal con ponche de granada” grabé en mi cabeza.
Salí a la calle pensativo, el cargo de conciencia que llevaba sobre mis hombros me dificultaba el caminar, pero soy un hombre de soluciones, así que no me enfrasqué en el problema, y tomé la decisión de comenzar a resolverlo, “¿por dónde empiezo?” me pregunté, y lo que pensé primero fue en subsanar la resaca que tenía, -un menudo no estaría mal-, así que me encaminé rumbo al mercado, ahí se encontraba mi menudería favorita, elegí una mesa que se encontraba en un rincón, un poco alejado de los demás comensales, ordené un plato grande, con carne surtida, no acostumbro a comer cebolla, pero a este le puse un poco y bastante limón, pero que buen bálsamo para mis malestares, pensaba mientras daba las primeras cucharadas. Así mi cuerpo comenzó a rehabilitarse, recuperé la energía y mis ánimos se activaron; me sentía con ganas de salir a buscar mis chicles inmediatamente.
Salí del mercado satisfecho, había cumplido mi objetivo, me di cuenta que la cantina en la que había perdido la cuenta de mis copas estaba a unas cuantas calles, y supuse que era un buen lugar donde comenzar mi búsqueda, siempre he sido un hombre de presentimientos, y algo me decía que en la cantina podría encontrar algún indicio. Las cantinas abren desde las cinco de la mañana, la gente de por aquí acostumbra tomar café antes de comenzar su jornada de trabajo, es un café muy fuerte, procedente de una formula bastante protegida, y que su conocimiento viene de la herencia de generación en generación de familias cantineras. Es famoso no solo por su alta efectividad de quitar el sueño, lo es también por sus propiedades energizantes, así que se vende muy bien, ya que es una excelente forma de empezar el día; por supuesto que pedí uno, esas oportunidades no se dejan pasar, mi abuelo hasta la fecha de su muerte había bebido uno cada día, uno nada más, se dice que si te tomas diez en un lapso de veinticuatro horas, podrías decirle adiós a este mundo, así que más vale prevenir; vi con detenimiento el método que el cantinero usó para su preparación, el extracto se guarda en una botella de vidrio, se le abre a la tapa para que adquiera oxígeno, se cierra de nuevo y se agita un poco para después verterlo en una tasa de tamaño regular diluyéndolo en un poco de agua, su olor exquisito me abrió los poros y su sabor me puso a pensar.
-¿Le sucede algo?-, me preguntó el cantinero, probablemente mi expresión denotaba la preocupación que me embargaba,
-anoche perdí algo muy importante-, respondí;
-recuerdo haberlo visto ayer por aquí muy alegre, creo que se le pasaron las copas-,
-ni me lo recuerde, que probablemente sea la causa de mi descuido-,
-¿pues que es eso que perdió?-,
-¡MIS CHICLES!, sé que suena tonto, pero no lo entendería-; pensé que no tendría sentido tratar de explicar al cantinero que tipo de chicles eran los había perdido, es probable que pensara que seguía delirando producto de mi borrachera.
Fue entonces cuando caí en una especie de ensimismamiento, algo así como lo que se dice que sucede cuando estas a punto de morir, vi pasar la historia de mis chicles ante mis ojos, de principio, ¿a fin tal vez?, no lo sabía, dependía de si algún día los volviera a encontrar. Dos veces los he encontrado y dos veces los he perdido, y que encuentros tan platónicos, la primera vez los tuve conmigo muy poco tiempo, y me bastó para extrañarlos si mal no recuerdo alrededor de tres años hasta que caí de alguna manera en la resignación y vivía una vida banal regida por una estricta rutina; rutina que me empezó a desgastar y a llenarme de polvo la mente. Cuando de repente, un día, tuve la oportunidad gracias a una antigua amiga, de cambiar un poco el rumbo, los encontré donde menos esperaba, no me percaté de que eran los verdaderos desde un principio, los vi y obviamente llamaron mi atención, son chicles vistosos, de colores neón brillantes y una intensa atracción se apoderó de mí, fije mi vista en ellos y no les perdía el rastro, no como una especie de acosador, más bien como alguien curioso, intrigado por descubrir que ocultaba esa bonita envoltura. De alguna extraña manera, la vida nos encaminó a un lugar especial, aunque ahora me pregunto si será este el producto de mi mala suerte; fue en zonas costeras donde tuve un encuentro más cercano con los chicles, ahí los olí por primera vez, pero que rico olor tan tropical, una mezcla de alguna flor exótica y sandía deleitó mi nariz.
Desde ese momento, supe que hubo química, los chicles querían ser comidos, masticados y degustados, y yo quería hacer todo eso con ellos, era un paquete grande, que me dio la ilusión de que jamás se terminarían. No los sacaba de mi boca, su consistencia llena de una chiclosidad tan suavemente viscosa producía en mi cuerpo reacciones tan placenteras y un estado de bienestar total, y así como en mi boca, permanecían en mi mente todo el día, estaba enamorado de esos exquisitos chicles; llámenlo adicción, llámenlo obsesión, la verdad es que no importa, simplemente no podía vivir sin ellos, provocaban en mi un amor tan profundo que cuando me vi sin ellos, me sentí completamente perdido.
-¡Joven!, ¡joven!-, me hablo el cantinero sacándome de mi letargo, -¿se le ofrece algo más?-, no me di cuenta del tiempo que permanecí con la mirada en el vacío.
-No, muchas gracias, la cuenta por favor-, le contesté con un tono que denotaba mi amargura.
-Tal vez no sea de mi incumbencia joven, pero tantos años en esta cantina, me han enseñado a leer estados de ánimo, me parece que usted sufre de una despersonalización producto de un profundo trastorno emocional depresivo-
Escuche al cantinero muy detenidamente, me di cuenta que probablemente ese señor de mostacho prominente era más de lo que aparentaba.
-Si de algo sirve, trataré de explicarle una forma de vida que le resultará muy benéfica, todo se basa en el amor; el amor no debe doler, si estás dispuesto a darlo sin recibir nada a cambio, el objetivo es llegar a un estado de tranquilidad y paz contigo mismo, el amor está dentro de cada individuo, puedes ofrecer y dar amor, es problema de las demás personas si decide aceptarlo o no, no debes atormentarte si alguien no ve lo que das, al final tu sabes lo que ofreces, y debes estar tranquilo contigo mismo por eso. El destino pone gente en tu vida pero está en ti elegir quién se queda y quién se va, no des segundas oportunidades porque hay gente deseando que le des la primera oportunidad, valórate, no mendigues ni ruegues amor, el que siente amor simplemente lo siente y lo da-.
Seguía observando al cantinero, su forma de hablar tan elocuente me hizo visualizarlo como un gurú ranchero, dispuesto a compartir su sabiduría con los necesitados de salud espiritual. Sus palabras me entraron como dardos en la mente, yo estaba en búsqueda de mis chicles, pero su discurso me aclaró la vista.
-Encuentro mucha genialidad en sus palabras, señor…-, dejé inconclusa la oración para que el cantinero me diera su nombre.
-La gente suele llamarme Don Vidal, espero que lo que te he dicho sea de provecho, si ya no se te ofrece nada son treinta y cinco pesos, te deseo mucha suerte-.
-Muchas gracias Don Vidal, lo aprecio de verdad-.
Salí de la cantina con un estado de ánimo completamente diferente, reflexionaba las palabras de Don Vidal una a una, y caía en cuenta de que podía aplicarse a la búsqueda de mi chiclosidad. Fue una temporada de lo más hermosa, mis chicles a toda hora, lo disfruté en verdad, habría dado mi vida por ellos, lo pienso y jamás los descuidé, los traje siempre conmigo; sin embargo hay que aceptar el hecho de que así como llegaron, tuvieron sus razones para irse. Jamás olvidaré esa chiclosidad explosivamente deliciosa, me queda el recuerdo de su belleza, de su olor, de su sabor y estaré siempre con los brazos y la mente abierta, expectante a verlos de nuevo para celebrar su recibimiento.

Texto agregado el 08-01-2016, y leído por 43 visitantes. (3 votos)


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