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Pepe, hombre cordial y dicharachero, cierta vez se vio envuelto en un litigio con un vecino. Por supuesto, él no fue quien desencadenó esta situación tan enojosa y por lo mismo, trató de calmar los ánimos de aquel que más parecía un energúmeno que un hombre dispuesto a zanjar sus diferencias en un diálogo sereno.

Por lo mismo, nuestro hombre fue demandado y se vio envuelto en una cantidad enorme de trámites que nunca le había tocado enfrentar, pero como era un ser optimista, presentó todos los documentos que le fueron solicitados, siempre con una sonrisa en su rostro, que a veces fue respondida y que en la mayoría de las ocasiones se diluyó en el ambiente atrabiliario de los juzgados.

Las cosas se fueron dando de tal manera que Pepe comenzó a darse cuenta que no había ningún avance ni retraso en el proceso y como su espíritu estaba incómodo al estar sometido a presiones nunca antes experimentadas, trató de apurar la causa aún en desmedro suyo. Amaba la paz y la tranquilidad y sobre todo la sensatez y estar expuesto a redactar documentos dirigidos a un tal Usía que parecía ser más importante que todos los dioses invocados por el hombre, le resultaba un enigma que no podía dilucidar. Que se dijera autos en vez de recursos y que se redactara otrosí en vez de además, lo complicaba de manera concluyente. Nunca en su vida tuvo relación alguna con cualquier faceta de la justicia, siempre pagó todo al contado, por lo que todo esto le parecía de una turbiedad y cursilería tremendas.

En alguna parte de sus documentos leyó la expresión Parens patriae y se devanó los sesos tratando de imaginar qué diablos significaba. Toda esta contrariedad ya le estaba haciendo mella en su carácter, que pasó de ser afable a muy reconcentrado. Se dio cuenta de ello cuando le contestó con un improperio a su esposa. Ella no podía creer que su Pepito le hubiese tal barbaridad y por supuesto, se echó a llorar. Esta fue la gota que aparte de rebalsar el vaso, comenzó a inundar los cimientos mismos de esa hasta ahora perfecta convivencia matrimonial. Abrazándola y juramentándose a acabar de una buena vez con este pleito que tanto lo desacomodaba, se propuso hablar con su vecino una vez más, quien, de bruto y desatinado que era, no quiso recibirlo y lo envió donde su abogado.

“Mi señor, usted desea dejar las cosas hasta aquí y creo que persigue una Res judicata.” Dijo con voz engolada el defensor de su vecino.
“¿Una Res qué?”
“Res judicata, es una acción o cosa ya juzgada. Podríamos apelar a aquello y esto se acaba de inmediato. Sólo se trata de cambiar la argumentación.”
“Haga lo que sea. Ya no puedo más con esto y lo único que estoy consiguiendo es enfermarme de los nervios.”
“Me juntaré con el señor Dinamarca para plantearle su posición. Creo que, además, mis alumnos se enriquecerán con esta experiencia que para mí se convertirá en un Stare decisis que facilitará los acuerdos entre litigantes.”
“Amén” farfulló un poco molesto nuestro buen Pepe.

Y otra vez trató de hacer las paces con el energúmeno de su vecino y una vez más éste le cerró la puerta en las narices. Ni esta ni ninguna de las demás manifestaciones se las merecía el correcto señor, tanto así que no desestimó la idea de cambiarse de una buena vez de ese barrio con el cual se había aquerenciado y donde ahora había surgido esa nota discordante. Y lo conversó con su mujer, a quien le disgustó la idea de cambiarse de casa y comenzar de nuevo en otro lugar.
“Ya no somos jóvenes y nos costará acostumbrarnos.” dijo ella.
“Pero en ningún otro lugar encontraremos a un ser tan irracional como este vecino que nos tocó en suerte” retrucó él.

Al final, el juicio favoreció al vecino, pero como no quedó conforme y era un tipo muy extraño en su proceder, un día cualquiera apareció un letrero en su casa que decía: “Se vende”. Como el barrio era bueno, al poco tiempo la vivienda la adquirió un matrimonio, cuyo carácter contrastó de inmediato con el del hombre aquel. Y ya no hubo necesidad de cambiarse a otro lugar, porque al poco tiempo las relaciones de Pepe y señora con los nuevos vecinos no pudieron ser mejores.

Como Pepe conservaba su esencia de hombre correcto, se atrevió un buen día a visitar a ese tal Usía para darle las gracias, acaso por nada, ya que él había perdido esa contienda. Pero su acción estaba motivada por la buena educación y no lo pensó dos veces. Al personaje aquel lo imaginaba vistiendo una larga túnica, con barba de ermitaño y que de seguro permanecía sentado poco menos que en medio de una nube mística. Pronto se desencantaría. Pepe supo hacer gala de su simpatía y le fue concedida la oportunidad de pasar a la oficina del personaje, por simple equivocación, ya que habría una audiencia muy especial y al parecer, Pepe fue confundido por otro señor. Cuando nuestro hombre fue hecho pasar a la oficina de Usía, un recinto hasta cierto punto modesto y plagado de legajos y libracos añosos era el escenario en donde reinaba malamente un señor de calva en forma de media luna, enjuto y con lentes de gran grosor. Al encontrarse frente a frente con el encopetado magistrado, Pepe sólo atinó a ofrecerle su mano. Éste, haciendo un gesto de desagrado, negó con su cabeza semicalva y se retacó en su sillón como un gnomo malhumorado.

Y allí, a nuestro héroe, hombre cortés y bonachón, se le vino a la cabeza toda esa terminología leguleya, esos otrosíes que se le habían quedado atravesados en la garganta y esos autos que no servían para viajar sino que sólo era palabrería hueca para él, al igual que esa tallarinata de términos en latín que le desacomodaban su alma de hombre simple. Por lo mismo, de repente se le vino a la cabeza la peregrina idea de que saludar a un Usía requería de una contorsión mucho más complicada que un simple y formal saludo. Y echándose a reír a carcajadas a causa de su ridículo pensamiento, sólo atinó a hacer una reverencia y salió por fin liberado de aquel lugar.

























Texto agregado el 09-01-2017, y leído por 93 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-01-2017 Seguramente no fue tu intención pero las frases y el vocabulario empleado me han resultado notables, propio de alguien que lee y cultiva la palabra. Salud, litomembrillo
10-01-2017 al igual que muchas otras profesiones, aclaro seroma2
10-01-2017 Jajajajaja.... lo compadezco, y con conocimiento de causa, a este buen Pepe, los leguleyos solemos hacernos los importantes con terminología difícil. seroma2
 
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