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Años duros esos, de toque de queda, que también parecía como un acicate para violarlo por los audaces e irresponsables y era como si la muerte se pusiera alerta tras la tusa tuya y fluía la adrenalina, que se mezclaba con los licores baratos, tan baratos como ese Whisky de dudosa procedencia que te dejó a expensas de esa ruleta en que la vida se apostaba al todo y nada. Tuviste suerte, ya que los milicos te encontraron cara de gil y te enviaron a tu covacha con una patada sutil en tus nalgas.
Llegó a tanto la represión, que algunos se jugaban el orgullo, su patriotismo y esa libertad que era como un gorrión supersónico que volaba a kilómetros de altura de nuestras testas, allá arriba, orillando la ilusión. Se jugaban todo, repito y se encomendaban a la Virgen María para que Martín, el rudo Martín Vargas, golpeara sin asco a sus rivales y en cada puñetazo se divisaba la gloria y cuando el rival caía noqueado, se producía el éxtasis y parecía que los gruesos candados con que la dictadura nos mantenía prisioneros, yacían rotos para que el desbande se produjera. Craso error. A Martín le traían “paquetes” de todo tipo y la prueba está que al primer guantazo se desmoronaban como figuritas de gelatina. Y la suspicacia de algunos y el tecnicismo de los sempiternos relatores se contraponían: “Este es campeón de México”, “Pan y circo requiere el pueblo” “Martín tiene pies de barro”. Y así sucedió, cuando peleó con un boxeador de verdad que lo tumbó sin contemplaciones.
Y así, tal como a ti le mandaron para la casa para que durmieras tu borrachera, a otros les fue peor. Amigos, conocidos, gente del mundo de la cultura, políticos connotados, algunos volaron al más allá después de uno o varios balazos a mansalva, otros, perdieron la patria que afirmaba sus pies y tuvieron que tragarse a la fuerza otras costumbres, otra lengua; también, otros amores.
Los años pasaron y bueno, la historia es conocida: los “señores políticos”, tan ninguneados por el dictador, se apoderaron del feudo y lo administran en una repartija que deja abierta la puerta para suspicacias, resquemores de los dos bandos de esta patria dividida desde sus cimientos. De la censura absoluta, hemos arribado a la verborragia con y sin sentido. Opinar está de moda y es un bien que se despilfarra tal si dejáramos un chorro de agua corriendo. Pero, son los tiempos, es la democracia, ese ropaje demacrado de novia de último tren, un retintín de mensajes al viento, solapados o encubiertos. Las estrategias de los dos bandos luchan con denuedo por romperse el cuello de la manera “más decente” posible. Al final, gane quien gane, tienes asegurado el aire que respiras (demasiado contaminado eso sí) y absolutamente nada más. Tienes que hacerlo como el perro tiñoso de la esquina y rascarte con tus propias uñas.















Texto agregado el 06-02-2017, y leído por 79 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-02-2017 Gran verdad, lamentablemente, narrada con tu pluma sin tapujos y nos recuerda lo que fue y lo que no hemos conseguido. ***** Clorinda
06-02-2017 Muy buen texto. Muy buena narración y conclusión (me hago una idea). ***** grilo
06-02-2017 Leo, entiendo y comparto todo lo que dices y llego, tal como tú, a esa conclusión final. Luego me miro las manos que estan arrugadas, ajadas y cansadas; y practicamente a los dedos ya no les queda uñas. Vicherrera
 
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