¿Sabías que este fue una vez el edificio más alto de Latinoamérica? Esos fueron buenos tiempos. En verano el sol era tan cálido por las mañanas… y por las noches, no te imaginas lo hermosas que eran las luces de la ciudad. Todo se iluminaba, de todos los colores, y la virgen brillaba en la cima del San Cristóbal coronada por la luna nueva. No ahorrábamos energía, no era necesario. O eso creíamos.
En otoño podías caminar por las calles y sentir el viento tibio en el rostro. En agosto los ciruelos florecían, transformándose en una suave nube rosa. Los pétalos caían como nieve sobre nosotros, pero casi nunca nevaba realmente.
En ese entonces aún teníamos la duda, ¿esto es smog o neblina? Y cuando llovía, no podías evitar girarte a mirar la cordillera blanca.
La ciudad era bella, y estaba llena de gente. Antes todos queríamos vivir aquí, porque aquí estaban las oportunidades (eso decían nuestros padres). En esos años podías salir a dar una vuelta y ser anónimo, siempre rodeado de desconocidos. Luego todos huyeron al sur. Pero yo me quedé, porque amaba esta ciudad más allá de las oportunidades.
Y bueno, ya ves ahora… esas son las ruinas del que fue el edificio más alto de Latinoamérica. Siento que no lo hayas podido conocer. Lo siento porque en el fondo todos sabíamos qué pasaba, y no hicimos nada para evitarlo.