Supongo que nunca vió un amacener.
Y, si lo hizo, fue hace mucho tiempo.

Se la pasaba enfrascado en algún libro, solo que su espiritu no penetraba la escritura.
Intentaba sentir los latidos de la música, pero se concentraba en revivir los suyos.
Sus manos luchaban por sentir nueva piel, a pesar del desgarre de su corazón.

La tristeza dictadora lloraba su derrota, él habia llegado más lejos.
Su mundo era negro y su vida una melancólica monotonía. Su amor estaba en la nostalgia y no en su día a día.
Las miradas preocupadas que antes le dirigian habian desaparecido.
Se rendian ante ese perdido.
Si estaba solo, acomodaba su vinilo y dormia sin sueños.
Sueños son futuros, y él ya no tenia ninguno.

De vez en cuando escuchaba sus risas.
Creyendose loco buscaba el unico pilar que le quedaba. Tembloroso lo sostenía y lo leía de nuevo, acercaba lentamente las hojas para oler sus recuerdos.
Duraba poco, no queria que se fuera.
Arrodillado susurraba sus nombres, temía al olvido.
¿Por qué seguia ahí?

Porque se aferraba a conseguir al menos un atardecer.

(En memoria a Otto Heinrich Frank, marido de Edith Frank y padre de Margot y Ana Frank. Unico sobreviviente de toda su familia durante el holocausto)