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Qué más quiero de esta vida puñetera que cogiéndome por el cuello me ha llevado a un mar de dudas. Que alguien me saque pronto de aquí porque tengo peligro de hundirme.
Su mano subía muy lentamente por mi torso. No era capaz de pensar en nada. Tenía la mente totalmente en blanco. Mientras, la suavidad de su tacto bajaba, ahora, por mi espalda, acariciándola entera. Lentamente. Como una tortura. Como si quisiese que todo mi cuerpo ardiese en la oscuridad de la noche. Lo estaba consiguiendo. Muy despacio. No aguantaba más. Ardía como si estuviese en el mismísimo infierno.
Era frustrante tener algo tan cerca y no poder alcanzarlo. Desearlo con toda la fuerza del mundo. Con tanta fuerza que parecía que mi cara reventaría de calor y mi cuerpo se hundiese en la tapicería verde de aquel pequeño coche. Su mano volvía a recorrer mi pecho. Incitándolo. Preparándolo. No aguantaba más. No era capaz. No sabía como contenerme para no incorporarme y fundirnos en un mismo cuerpo. Seguía tratando de calmarme, cuando, de repente, sin prevenirlo, sin aviso y mientras su mano acariciaba mi nuca su lengua calmó el calor de mi tórax. La recibí con un leve gemido entre sorpresa y alivio. Si, alivio. Era como un chorro de agua en pleno desierto. Algo que necesitase con urgencia. Él sabía lo que quería y cómo lo quería. Todo el escándalo que se producía al otro lado de la calle era ajeno a mí. Nada me importaba más, en aquel momento, que el placer que él me estaba proporcionando. Un placer que yo había ignorado toda la vida. Como todo adolescente, yo también había esperado y deseado en silencio ese momento. Lo había imaginado cientos de veces. Quería que fuese algo mágico, bonito, especial. No tenía nada que ver con lo que yo había planeado. Me daba igual, en eso momento lo único que realmente estaba deseando era aquella explosión de carne, sudor, placer y más placer. Un gusto que mis sentidos no reconocían. Un escalofrío. Una impaciencia... Justo dos horas antes del estreno del ballet que yo, por primera vez también, protagonizaba. Pero nada de eso conseguía que perdiese la concentración en algo que llevaba 6 años esperando. No me importaba, lo más mínimo que tan sólo quedasen dos horas para entrar en escena. Eso sí, entraría relajado, como nunca lo había estado. De repente volví a gemir. Su húmeda lengua roja como el fuego pero refrescante como el mar, bajaba por mí abrasado cuerpo. Y otro gemido inundado de placer, salió de mi boca. Igual que una tortura. Llena de placer, pasión, éxtasis... Pero tortura, al fin y al cabo. En mí nacían frases, expresiones, para tratar de definir, de explicarme a mí mismo mentalmente, aquellas sensaciones. No era capaz. Todavía no soy capaz de describir aquel momento en el que dejé de pensar. La belleza y la magia se apartó para que pudiese aparecer el sexo. Puro. ¿Qué me importaba a mi nada? Sólo quería ser poseído.... Y lo fui.

Texto agregado el 23-09-2004, y leído por 95 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
30-05-2005 Y q cosa hay más bella y mágica q el sexo puro? sin palabras, me encantó Vihima
25-09-2004 Sin palabras... kaia
23-09-2004 Eroticamente hermoso. Felicidades. guasarapo
 
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