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Inicio / Cuenteros Locales / saxini / El retrato del anhelo de una vida dentro de un caparazón.

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Y de repente se cerraban y volvían a su lugar, bailando. Sus pestañas eran en realidad grandes y lindas. Mis ojos observaban su cuerpo ya casi sin movimiento, mientras pensaba, qué seria de mi vida sin ella. El destino habría de haber estado confundido, mientras aquella lagrima atolondrada se llevaba un pedazo de mi alma al suelo frío

Hay momentos inesperados que cambian la vida de uno. Vienen tan rápido que te atrapan en una explosión de cambios fortuitos que marcan tu vida para siempre. Nunca imagine que algo en mi vida iba a cambiar, tan repentinamente, hasta que lo viví. Cuando mi mama la trajo, el nerviosismo y el miedo invadían mi interior, estoy seguro que mis ojos brillaban y mi corazón palpitaba, pero de eso ya hace tanto, que no recuerdo con exactitud. Sus ojos eran grandes y bellos y su boca, seca. Nos miramos durante largo tiempo y nos hicimos amigos repentinamente. Hasta ese entonces no había tenido amigos de ningún tipo, nunca necesité entablar ‘amistad’ con alguien, por eso lo que venia era algo nuevo para mí. Después del primer reconocimiento supimos que nuestro destino era estar juntos, nuestro destino era jugar en las tardes que antes yo pasaba en la oscuridad, leyendo. Mis ojos se clavaban en los suyos y era lógico. Para nosotros no existían palabras, era digamos, como telepatía. Alguna vez vi un programa de eso en mi tele, claro con ella, y entonces nos miramos y lo supimos. Teníamos un don y era de los dos y sus ojos profundos y sus pestañas inmensas me llamaban como diciéndolo todo sin decir nada. Fueron días hermosos donde compartíamos el té y las galletitas que nos daba mi nana. De vez en cuando, nomás, escuchaba a la nana susurrar a mis espaldas con alguna visita, pero a mi no me importaba. No me importaba nada sino mi única y mejor amiguita en el mundo. La alegría volvió a aquella casa tan inmensa y triste y por mas que los recuerdos volvían y volvían, ya casi no recordaba la tristeza, que abandonaba mi corazón, lentamente. A veces no entiendo, porque tenemos que hacer cosas que no nos gustan. Mi nana decía que teníamos que ser bien hombrecitos y bien educaditos, pero a mi eso me interesaba un comino, simplemente no quería ir al colegio. Las noches eran agonías para mi. Esta premisa diaria penetraba en mi cabeza y no dejaba que mis pensamientos actúen por si solos, obligándome a permanecer despierto. En las mañanas, al despertar, corría a abrazarla, a verla, a saber si aun estaba ahí, si todo estaba bien, si en el mundo aun existía la felicidad. Al llegar al colegio nuestra separación era evidente, por lo que mis ojos se llenaban de lagrimas vanas y concurrentes, que luego llegaban a mi cara, convirtiéndome, así, en el hazme reír del aula. Mis pesares acababan al final del día, cuando al fin, luego de tanta espera, podía tenerla en mi brazos, jugar con ella, observarla. Después de algunos días, el aire que se respiraba en la casa no era bueno, sabíamos, yo y ella, que algo malo iba a pasar. Es increíble como alguien puede llegar a presentir cuando lo inevitable se aproxima, ella lo sintió, y yo también. La felicidad en el mundo me fue prohibida. Y en las tardes a pesar de que lloré y estoy seguro ella también sufría, me privaron de ella. No podían hacer eso, deje de comer, de dormir, de soñar, mis tardes se resumían a un llanto tenue y cansado y mis manos temblaban en el colegio cuando alguien se me acercaba. Derechos humanos, derechos del niño, nada podía protegerme de mi soledad. Era inmensa aquella soledad llorosa que me atrapaba y arrastraba por los inmensos cuartos delirando estar con ella. Cada día era una tortura peor, en el colegio la gente se movía a mis espaldas señalándome y murmurando ponzoñosas palabras que yo sentía como chuchillos en los oídos. No me importaba nada, que no fuera ella. De repente todo se nublo y a mi alrededor no había mas que sombras. Mi nana dice que estuve tres días en cama, qué sé yo, desde que la había perdido no vivía mas. Nunca entendí como las personas pueden juntarse, de ser tan distintas o de ser tan iguales. Mi soledad, el frío que sentía, sus movimientos pausados, su forma de comer la lechuga por partes, moviendo aquellos pequeños dientes y tomando agua, sorbo a sorbo, cada media hora se unieron para convertirse en amistad profunda y eterna. Una ciega amistad que vino tan rápido como ahora me era privada. Todo lo que vino durante el momento de privación fue realmente oscuro y no recuerdo mucho. Mas bien hasta ahora sí recuerdo el olor de aquella mañana de abril, cuando las cortinas de mi cuarto se abrieron, mientras el sol entraba atolondradamente llenando cada rincón, incluso de mi alma vacía. Mi corazón dio un vuelco cuando la vi en los brazos de mi nana, ella estaba ahí. No podía creerlo, después de tanto sufrimiento al fin nuestras miradas se cruzaron ansiosamente. Era todo como la primera vez, pero ya nos conocíamos y no había tiempo que perder. Ninguno dijo una palabra, puesto qué no había que decir y las palabras son indispensables, tan indispensables, y aún así, la gente las malgasta como le da la gana. Por eso nosotros las guardábamos en pequeños cofres en nuestros corazones, cerrados a la vida externa de un mes como abril. De ahí en adelante éramos realmente inseparables. Compartimos los juegos mas emocionantes, los tesitos mas ricos y las galletitas mejor horneadas que nos daba mi nana. Todo parecía ser como antes. De vez en cuando recibía la visita de mi madre, tan distante, que gritaba su preocupación y luego disfrazaba su rostro en llanto, que la verdad me aburría. Pero cada quien es como le da la gana o como le mandan ser y a pesar de eso, yo parecía preocuparles. Su preocupación parecía ser tan grande como sus voces o su tamaño que se alejaba del suelo, que ella y yo compartíamos. La forma de ser de cada uno, debe estar determinada por como uno en realidad es y a quien en realidad necesita. Yo era como era y lo único que en este mundo, me era necesario para vivir, era ella. Siempre creí que las personas éramos demasiado vulnerables. Prefería verla, tan delicada, comiendo su lechuga, pedazo a pedazo. Cuando algún peligro era aparente se protegía en su enorme caparazón como si es que nada hubiera pasado, su escasez de oídos le hacia evitar las palabras, que son tan hirientes. En ese entonces yo practicaba ser ella. Cuando algo iba mal en casa, me tapaba los oídos a los gritos de mis padres y esperaba se divorcien de una vez. Los gritos eran cada vez mas frecuentes y retumbaban en mis oídos, perforando mis tímpanos y llegaban hasta mis ojos, desde donde caían involuntarias lagrimas que ella bebía, dándome valor. Esos días se hacían cada vez mas frecuentes y ya casi desarrollaba aquel caparazón y escasez de odios que tanto deseaba. Cada vez anhelaba más ser aquel reptil quelonio que vivía aparte y, como ella, en la indiferencia. Si hubo algo que en realidad me impresionó respecto a ella fue su capacidad infinita de escuchar. Y es que ella si me escuchaba. A pesar que el resto era para ella imperceptible, mis palabras, mis sueños, mis ideas, mis problemas, eran todos suyos y siempre bien juzgados. En aquellos días la gente común no estaba dispuesta a comprenderme, porque era raro. Gracias a Dios la encontré. Pero como todo en la vida, e inclusive la vida misma, es algo efímero, poco a poco, mi caparazón se fue rompiendo y el suyo fortaleciéndose. Me fui alejando del suelo que antes tanto amaba y mis horas de té y galletas se fueron convirtiendo en burlescas escenas de una niñez que ya no existía. Poco a poco nuestra amistad se fue desgastando. Todo al ritmo en que yo dejaba los inmensos cuartos de la casa y conocía el mundo. El olor fétido de aquella mañana gris dio luz a mi conclusión de que abril es el peor mes del año. En el suelo de aquel cuarto oscuro la encontré tirada, como muerta. Es entonces cuando me doy cuenta que sus pestañas eran en realidad grandes y lindas. Mis ojos observaban su cuerpo ya casi sin movimiento, mientras pensaba, qué seria de mi vida sin ella. El destino habría de haber estado confundido, mientras aquella lagrima atolondrada se llevaba un pedazo de mi alma al suelo frío. Era como el cristal que se rompe, cuyo sonido transcurre tan rápido que la gravedad es desconcertante. Así fue como los dos años mas intensos de mi vida acabaron. Mentiría si digo que no me dolió, como también seria incorrecto decir que su presencia me hizo mucha falta. No niego algunas lagrimas a la hora del té y algunas noches de vigilia, que, en realidad, no turbaron por completo mi la salida de aquella casa. El entierro fue una ceremonia triste. Aquel día no comí nada, tampoco hablé. Creí que la forma mas sensata de recordarla era darle mis mensajes sin palabras, por telepatía. Estoy seguro que desde donde esté me recordará como yo lo hago y quién sabe, tal vez hasta encuentre otro solitario en el camino. La pequeña caja de zapatos donde la puse por ultima vez fue enterrada por las manos temblorosas de mi nana, cuyo rostro, por mucho que tratara de ocultarlo, brillaba al intenso sol de abril, lleno de lagrimas. El fin de una etapa de mi vida, o si fue mas que eso, no puedo decirlo.

Ahora estas sentado al lado de ella, tan nervioso. Nunca antes te sentaste al lado de una niña y eso ella lo sabe. Te mueres de miedo. Acá todos sentimos el miedo, lo olemos, lo siento. Tendrás que ser fuerte, tendrás que hacerlo. De un lado al otro no hay nada, es por gusto evitarla con la mirada. Sus ojos y sus pestañas son tan lindos. Casi tan lindos como las de-tu-ya-sabes-quien y su timidez te encanta. Tanto tu como yo, sabemos que quieres hablarle, aunque no puedas. Vamos, hazlo. Su olor te recuerda a las tardes que pasabas con té y galletas. Ahora tu-ya-sabes-quien pasa por tu cabeza pero no debes recordarla, porque tu-ya-sabes-quien esta en el cielo o en aquella caja de zapatos en el patio trasero. No importa. Lo único que tienes que hacer es agradarle, lo sabes. Te sientes tan solo. Ahora te mueves nervioso, pero aparentando que sabes lo que haces.
Muy bien.
Qué bien lo haces.
Ella te mira.
se miran,
sus ojos se unen,
puede ser amor.

Texto agregado el 27-09-2004, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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