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Y él se besó


Al principio siempre es difícil entrar en la historia, meterse en ella, zambullirse en la piscina. Antes no hay nada, pero instantes después, vemos como recortada por el marco de una ventana lo que sucede. Es abrupto el comienzo, es singular, alienante y deliciosamente perturbador. Todo es nuevo, los personajes, el lugar, el tiempo; y cada uno de los elementos que conforman la historia.
Pipo así empezaron a llamarlo sus compañeros al empezar la escuela secundaria. Son esos apodos de los cuales uno no les encuentra significado, pero que están ahí presentes para que podamos hacer más placentera nuestra adolescencia.
El Pipo: chico más o menos esbelto pero no muy alto, pelo castaño oscuro y cortado de manera que pudiese peinarse un jopo, el cual le llevaba casi los treinta minutos que tenía al levantarse a la mañana para ir a la escuela. Armarlo para que cayese a la perfección sobre su amplia frente era casi una obsesión en el chico. Aplicaba grandes cantidades de fijador y luego con su mano y el peine, lo alisaba hasta que quedara en el ángulo correcto sobre su ojo izquierdo.
Listo entonces salía de su casa casi siempre con una galletita en la boca, y otras cuatro en la mano. En la esquina esperaban Fer, Pato, y Nuncia; la hermana mayor de Fer. Ella siempre los acompañaba hasta la escuela, porque le quedaba de paso. Y además porque le gustaba la personalidad de Pipo, esa oscuridad en todo lo que hacía podía verse a través de sus ojos, oírse en sus palabras y sentirse en su piel.
La hermana de Fer poseía una tranquilidad más allá de lo conocido, que se reflejaba en su andar. Movía su cuerpo al caminar de manera que el aire a su alrededor se dilataba y detenía para dejarla pasar. No era más alta que Pipo, y poseía un cuerpo redondeado y voluptuosamente barroco.
Con Pato siempre hablaban de futuros viajes mientras gastaban las baldosas de las veredas que los conducirían a la escuela. París, Lucerna decía Nuncia; Nueva York, Sydney, Sudáfrica decía Pato; Roma decía Fer. Pipo no participaba del juego, porque no le gustaba viajar, y le daba vergüenza que ante tan renombradas ciudades a él le gustase Buenos Aires.
Al llegar a la puerta del colegio Nuncia se despedía de todos: su hermano, Pato, y por último Pipo. Lo dejaba para el final como quien separa lo más rico de un postre. Luego se dirigía a la Panadería donde trabajaba con su tía desde que abandonó el colegio, más o menos en segundo año. Ella no era como Fer, no le gustaban las escuelas, los números, y esas cosas. Le gustaba aprender, pero no allí, no con modelos de la realidad.


Todo el día Pipo había estado pensando en lo que Nuncia sin decoro le había susurrado al oído, cuando se despidieron a la mañana. Me gustas, dijo con su voz siseante, y su apacible forma de ser que todo lo aquieta a su alrededor. Luego alejó armoniosamente su cabeza deslizando su dorado cabello a un lado y al otro, y se fue a trabajar a la panadería.
Pipo extático, no podía despegar los pies del suelo, en ese lugar, en ese momento habían echado raíz en la tierra. Lo sostenían, no lo dejaban moverse, prolongaban aún más el instante para que nunca pudiese olvidársele. Por un segundo le pareció que además de sus latidos, otros se le adosaban y golpeaban su pecho de manera que cuando se superponían provocaban un doloroso placer. Todo a su alrededor quedó modificado, transformado; podía oler, ver y sentir la naturaleza como nunca antes lo había hecho. Se le revelaba por primera vez distinta esa mañana; veía claramente lo que se traslucía desde el fondo del agua. El agua estaba calma, clara, y las ondas en su superficie no podían desfigurar la realidad.
Vamos que ya van a dar ocho menos cuarto, dijo Pato con su voz gruesa que podía sorprender a cualquiera que la oyese. Pipo giró su cabeza y los vio a los dos, Fer parecía comprenderlo todo con esa inteligencia escondida, y Pato creo que no sospechaba nada. Pero ahí estaban los oscuros ojos de Fer y los inocentes y grises de Pato, junto con los otros muchos pares que miraban desde adentro de la escuela. Pipo casi podía sentir lo que pensaba cada uno; los escuchaba a todos dentro suyo, percibía sus pensamientos, pero cuando lo razonaba un instante le parecía imposible.
¿Quién podría haber escuchado las dos palabras que ya hacían germinar en la cabeza de Pipo, un bosque de pensamientos voluptuosos ? Eran propios de la edad, cuando el cuerpo de una mujer es algo nuevo por descubrir, cuando todo se enfoca en un solo deseo, y se lo trata de conseguir a cualquier precio.
¿Dónde vas? Le habían preguntado Pato y Fer cuando vieron que Pipo a diferencia de lo que hacían siempre; se despedía de ellos.
Habían salido mas temprano de la escuela, y en esas ocasiones iban a la plaza. Pero esta vez Pipo con el jopo totalmente desalineado, les decía que tenía que ir a ver un asunto, y además no quería que lo acompañasen. Ésta acción desconocida en Pipo llamó la atención de sus amigos, pero no quisieron profundizar en el asunto y lo dejaron marcharse. Sin embargo sospechaban cosas, que empezaron a contarse cuando Pipo desapareció de su vista; ninguna dio en el clavo, a pesar de que Fer se aproximó mucho.


Nuncia estaba sentada en la panadería leyendo una novela, cuando entró Pipo. A pesar de no agradarle la escuela, le gustaba mucho leer, era una de las pocas cosas que consideraba útiles aprender.
No se dio cuenta al principio quien estaba frente a ella, la historia que leía la tenía atrapada en su telaraña de palabras. Pero luego de unos segundos sintió como un aire que se escurría en su cuello, y levantó violentamente su cabeza enfocando sus redondos y brillantes ojos en los de Pipo. La visión de los dos se suspendió, y juntó en una sola interpretación de la realidad, anulando por completo el entorno. Despreciando el maravilloso contraste de colores que el sol creaba, al filtrarse por las hojas que el otoño inyectaba de sangre, y que disminuido en miles de pequeños rayos multicolores, entraba por la ventana de la panadería para reflejarse en los cabellos de Nuncia.
Pipo sintió por segunda vez en el día que otro corazón latía al lado del suyo. No tenía dudas, era más suave y lento el golpeteo, pero allí estaba marcando su propio ritmo. Percibía todas las cosas de una manera que no tenía explicación. Escuchaba los lamentos y la agonía de las hojas de los árboles que colgaban casi muertas. La tibieza de los panes que descansaban con la esperanza de ser sostenidos por las manos de un niño, antes de ser mutilados por éste. La sed de la planta a un costado de la puerta, y su angustia por no poder moverse para cambiarse a otro sitio.
Al sonreírle Nuncia desde la silla, los músculos de la cara de Pipo se contrajeron. Pudo verse a él mismo a través de los redondos ojos de Nuncia. Vio a un muchacho parado con las manos en los bolsillos. Volvió de vuelta a sus propios ojos. Para entonces estaba completamente confundido, mezclaba sus sensaciones con las de ella, por momentos se separaban, pero al rato confluían nuevamente. Sintió crecer y endurecer los pechos de Nuncia al rozarse con su blusa, y como se aceleraba su corazón.
Ambos corazones ahora sincronizados por algo totalmente incomprensible latían al unísono. Sus piernas se movían contenidas por el borde de la falda; acarició su cara. La tomó por el talle; se enredaron los dedos de las manos, juntaron sus mejillas. Sintieron el calor que su contacto generaba, rozaron suavemente sus labios. Su humedad parecía empujarlos, cada vez más, más…
Cuando él.
No, ella.
Pipo no podía identificar el origen de lo que percibía, ni de que. Toda la naturaleza, pasaba por su cuerpo, sudaba en su piel.
Fue entonces cuando sus labios se juntaron.
Y ella lo besó.
No, él se besó.

Texto agregado el 31-05-2003, y leído por 430 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-02-2004 Hay una buena tensión en la trama que concluye bien. Sin embargo, el final carece de sentido y llega a sentirse el “deus ex machina” demasiado artificioso. Si acaso se dieran pistas del final a lo largo del cuento, pero créeme, las estuve buscando y no encontré ninguna. El inicio es magistral, pero no suficiente para justificar un final “sacado de la manga”. Bien, pero puede mejorarse. Cuidado con los signos de puntuación. demabe
 
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