Mauricio y Daniela exploraban la geografía de sus respectivos cuerpos con la urgencia de sus dieciséis años, hasta que el tío Julio golpeó la puerta con sus inconfundibles tres toques. Daniela recogió a toda prisa sus ropas y corrió a esconderse en la habitación contigua. El tío Julio se sentó en el sofá, prendió un La Paz suave, barrió con la mirada el sofá, y mientras le recordaba a Mauricio que la semana siguiente debía empezar a trabajar en su tienda de la calle Colón, recogió del suelo la bombacha de Daniela, se levantó lentamente, colgó la prenda íntima en la estatuilla de la Venus de Milo, hizo un ademán de decirle algo a Mauricio, pero no dijo nada; esbozó una sonrisa pícara y le dio un leve pellizco en la mejilla.

© Eytán Lasca-Szalit, marzo de 2022