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Inicio / Cuenteros Locales / inkaswork / UN SECRETO EN LA FAMILIA (Primer Capitulo)

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1. INESITA
-Dolores, cuanto falta para que venga?
-Me dijo que vendría a las 10. Faltan cinco minutos, ¡Paciencia, seño…
Ding, dong, ding, dong.
-Es el, señora, siéntese en el sillón, al lado de la ventana para que su rostro se ilumine con la luz natural. Necesita recargarse de energía, mi señora. ¡Está usted muy inquieta!
-Claro que si, no es para menos. Es la primera vez que alguien pedirá la mano de mi hija.
Dolores se acercó muy lentamente y abrió la pesada puerta de madera negra, que al empujarla empezó a crujir como un ronquido de muerto.
Zenon Pacheco apareció bajo el umbral de la puerta, con un ramito de margaritas envuelto en papel de platina entre sus manos, una corbatita que parecía un pasador de zapato y una descomunal sonrisa de oreja a oreja.
-Hola, señora Amable, ¡qué bueno verla de nuevo!. Le hizo una forzada reverencia que había visto en una antigua película de blanco y negro y se sento en una silla de paja que la empleada olvido tirar a la basura.
-No, hijo, siéntate en el sillón, esa silla tiene la pata rota.
El saco al aire el pequeño discurso que se lo había aprendido de memoria tres días antes de ir.
Antes de empezar, tosió tres veces, pidió un vaso de agua para suavizar las palabras atrapadas en su estrecha garganta; se dio fuerza y con los ojos entrecerrados dijo.
-Desde hace unos meses vengo saliendo con Inesita. Ella ha correspondido a mis invitaciones, hemos salido al cine, a la feria de la esquina, a las fiestas del barrio y ambos estamos muy felices de estar juntos. Estoy enamorado de ella y quisiera decirle que tenemos intención de casarnos.
Mientras Zenon se esforzaba en sacar al aire sus intenciones, doña Amable se retorcía en el sillón, miraba de un lado a otro intentando controlar su dicha. Quería demostrar que ignoraba el romance entre su hija y aquel muchacho. Se hizo la interesante.
Apretaba con fuerza el pedazo de papel higiénico, lo estrujo y humedecio con el sudor de sus manos. Las manos temblorosas de Amable se aferraron una a otra, para no evidenciar que ella estaba más nerviosa que Zenon.
Zenon pensó que su futura suegra se estaba empezando a incomodar. Pidió otro vaso de agua para remojar sus gruesos labios. Se levantó con actitud de irse por donde vino.
-Creo que mejor me voy, no quisiera incomodarla más.
Doña Amable saltó de su lugar como un resorte y con voz suplicante le dijo que continuara, que terminara su discurso, que ella lo escucharía hasta el final.
-Como le decía, quiero formar una familia con Inesita, tener una casita, un perro y llenarme de hijos.
El buen deseo de ambos fue sellado con un apretón de manos y un abrazo que se prolongó más de la cuenta.
-Tienen mi bendición y celebremos por el próximo casamiento. Amable estaba pasando por un momento de increíble goce. No imaginaba que su hija mayor, que frisaba los 35 y con un carácter acequible, fuese la elegida para ir al altar. Era un milagro que un chico de nivel, hubiera fijado sus ojos en ella. Los rezos de Amable habían tenido eco en ese limpio cielo primaveral.
Ines era la mayor, una catarata de rulos le colgaban desde la nuca hasta la cintura y esos ojillos de picarona, que movía de un lado a otro, era el mejor encanto que tenía. Era esbelta como una sirena y, eso sí, siempre se mostró delicada al hablar, nunca soltó un ajo al aire libre. En ese tiempo, era la adoración de su padre, su Sirenita de Mar, así es como la llamaba.
Estas cualidades que adornaban a Inesita, era el orgullo de la familia Winter.
-Tenemos a la mejor hermana del mundo. Linda, suavecita, cariñosa, excelente cocinera, con gustos exquisitos para adornar la casa…no le falta nada, decía la pequeña Natacha, la hermana menor, después de meterse un pedazo de panetón a la boca.
Todos la halagaban, incluso tenía muchos pretendientes que estaban en la lista de espera. Le proponian matrimonio, pero a todos les decía “lo voy a pensar”. No se decidía por nadie, creyendo que habría de llegar uno, que fuese mejor que el anterior.
Pasaron los años y muchos se habían cansado de esperar por el Sí de Inesita. La mayoría dio un paso al costado, agotados de tanta incertidumbre. Se fueron a otro lado para buscar su porvenir, quejándose por el tiempo que habían esperado inútilmente.
-Ni que fuera la reina de Saba!,
-Yo también me voy. Decían, con sorna “Dejemos que Penelope siga esperando al Ulises de su vida”.
Algo no anda bien, pensó doña Amable. A ella no se le pasaba por alto que Ines estaba a un paso de quedarse soltera. Era atractiva, suave y tenía un prodigio de cualidades que muchas chicas quisieran tener. Lo malo era que tenía un terco carácter del demonio, que nadie, ni sus padres, podía doblegar. Su capricho, a veces, no tenía límites.
Pensaba que siempre quedaría como un capullo fresco. No se le ocurrió que hasta las rosas dejan de tener el perfume que las mantiene radiantes y que algún día sus petalos caerán agotadas y sin fuerzas. Así estaba ella, a punto de caer. No se daba cuenta de su realidad y seguía pensando que su belleza sería eterna.¡Ni las piedras son eternas, mi hija!.
El día en que Inesita cumplió los 35, Zenon se dio el valor de pedirle matrimonio. Serían una pareja hecha a la medida y no faltaba ni sobraba nada. Ya no más indecisiones, esta vez solo les quedaba cabalgar juntos hacia un solo punto. Era hora de tomar el mando y Zenon fue el primero que lo hizo, cuando aquella mañana se presentó frente a su futura suegra.
Así estaban las cosas cuando ocurrió el histórico encuentro de Amable y Zenon.
Era el comienzo de una historia de familia que ha estado guardada bajo siete llaves. ¿Qué sucedió?. Paciencia…ya lo veremos poco a poco.
La fecha del matrimonio sería justo el día de los enamorados. Había tres meses por delante para prepararlo todo.
-Hagamos la lista de invitados, decía Zenon, emocionado de saber que volvería a ver a sus amigos de infancia. La lista pasaba de los trescientos, incluyendo al cura y al coro de la iglesia.
-El centro de esta fiesta es la torta, decía Zenon muy ilusionado con los planes. Tiene que ser impresionante, adornada con novios de azúcar, que se parezcan a nosotros. Me encantaría que visitemos a Paquita, la viuda que vive en la casona de al lado para que nos prepare la torta.
-Pero Zenon, ahora mismo tengo que ir a probarme el vestido de novia. No puedo acompañarte.
Inesita estaba tan ilusionada con el vestido de novia que solo tenía ojos para las vitrinas, de la calle Bodegones. Ella alucina con ser una de aquellas modelos rubias que figuraban en las revistas fashion que pasaban por sus manos. Había hojeado todos los magazines de las salitas de espera, de cuanta peluquería visitó en ese tiempo.
Nuestra novia cantaba en el coro de la iglesia Virgen del Carnaval, estaba comprometida con el grupo “las aleluyas”, tenía que practicar un cántico de alabanza que requería un entrenamiento diario de solfeos y gritos en forma de do, re, mi , fa, sol, que cantaba mientras se bañaba. Su melodiosa voz traspasaba las ventanas de su sala y entraba por la puerta principal de sus vecinos más cercanos.
Doña Quiquita y don Gregorio, justo vivían al costado, fueron los primeros en escucharla. Ellos movían los labios porque se sabían de memoria las letras de tanto escucharlas en la iglesia, cada domingo y los días en que Ines se bañaba. Siempre cantaba las mismas canciones y las finaliza con un aullido de pajarito. Era como ponerle punto final a su voz de gorgojo.
-Viejo, ella se parece a Ima Sumac.
-Parece que viviéramos en la selva. Siempre escuchamos los mismos gorgojos de Inesita, parecido al sonido de pajaritos y ruiseñores.
- Pronto se irá del barrio. Si ella se casa, !que pena!, todo estará en silencio.
Fuera de este hobby, Ines tenía otras cualidades que llamaban la atención del vecindario. Era limpia hasta los extremos. Barría las pistas y veredas del silencioso vecindario. La calle Belen lucía sin un papel o basurita en el suelo.
Ella tenía un recogedor y una escoba de paja, guardados en el hueco de un árbol, en frente suyo. Nadie los tocaba, los vecinos ya sabían que eran de Inesita. Ella pasaba revista cada hora viendo que todo estuviera limpio. Los adoquines lucían brillosos de tanto escobazo que recibían.
Mientras barría, practicaba sus acostumbrados cánticos que mantenían despierto a los vecinos, desde las cinco de la mañana. Nadie se podía dar el lujo de usar el despertador, pues se despertaban con la vocecilla de Ines. Era mejor escuchar los tonos musicales de una garganta bien entrenada, que el de un ruidoso despertador, en los oídos.
Así fue cada amanecer matutino de los vecinos de La Caleta. En los últimos quince años, Inesita los despertó con esa prodigiosa voz que cultivó desde muy niña. Hasta las mascotas se rendían cuando la escuchaban. Los perros dejaban de ladrar, los gatos no aullaban y los pajaritos no piaban para dejarla cantar.
--Aun recuerdo cuando Inesita vino al vecindario, metida en un cajón de leche Gloria. Con manos temblorosas, Juanacha tuvo el valor de dejar aquella caja destartalada, en el piso del garaje de los Winter.
Isidoro, había palomeado con una vecina del otro barrio. Al tener una noche de ensueño con una atractiva chilena, casi le costó muy caro, su matrimonio. Karen, la chilenita, salió embarazada, no estaba preparada para asumir roles mayores y ordenó que dejaran el paquetito en el garaje de Isidoro.
Para no cargar culpas, le pidió a su empleada que lo hiciera por ella. Le soltó un buen billete para que callara y mantuviera en secreto el nacimiento de su criatura. La Juanacha cumplió el encargo. Luego de limpiarse las manos en el mandil, respiró hondo y dejó la caja con la recién nacida, en el garaje de su padre.
-Dejaste el paquete en la puerta de los Winter?
-Si, señora, nadie me vio.
- Ahora, empecemos una nueva vida. Se echó su larga cabellera hacia atrás, levantó su quijada puntiaguda y se fue a la cocina a seguir cocinando su guisado de papas con crema de maní.
Ese mismo día fue uno como cualquiera. Volteó el letrero de su negocio. Decia “abierto”, al público. Con un rostro encendido de placer, atendió a su primer cliente que vino para llevarse a la tierna mascota que aullaba, en su dorada jaula.
-Son treinta soles, señor.
Su vida siguió como si nada. Ningún remordimiento le comía el alma. Nada de nada. Nunca más volvió a saber de ese “paquetito”, llamado Ines Winter.
Cuando Dolores salió a botar la basura, al cruzar el caminito que conduce a la calle, se tropezó con la caja de cartón que estaba medio remojada, por la lluvia del día anterior. Dio un ligero salto para no caer en el suelo húmedo.
Al intentar tomar la caja para tirarla a la basura, se dio cuenta que una masa suavecita y tibia se movía. El llanto estrepitoso la sacó de la incertidumbre. Los ojos de Dolores se posaron en la carita medio morada que estaba mirándola.
Sin perder tiempo, sacó a la criatura de su prisión, la envolvió en la manta de lana morada que había en su interior, se la puso entre sus brazos y con un cuidado maternal, se la llevó dentro de la casa, cerca de la chimenea, para calentar a esa masita de carne tierna.
En su manita tenía una pulsera de papel que decía “ soy hija de Isidoro, no me boten por favor”.
Doña Amable dio el grito en el cielo. Corría como gallina loca por el pasadizo, buscando a su esposo.
-¡Qué quiere decir esta nota, Isidoro!. ¡Te largas ahora mismo de la casa, lo nuestro llegó a su final!
-No te enfurezcas, te lo voy a decir todo. Puse los pies fuera del plato, lo siento Amable. El año pasado me dijeron que en el otro barrio había llegado una chilenita que bailaba merengue y se movía como un trompo sin pita. Hubo un concurso de baile en un local del municipio.
- ¿Te acuerdas cuando te dije que me acompañes?
- Si, me acuerdo. Ese día tenía que ir a mi cita con el oculista.
Bien, ese día esa chica y yo quedamos como ganadores del concurso. Nos fuimos a celebrar a El Torito, cerca del puerto, y la pasamos bien. Las horas pasaron volando, estaba muy entrado en copas. Esa noche fuimos a su departamento y estuve solo hasta la medianoche.
Me sentí culpable, por eso vine a casa a toda prisa. Para no darte mayores explicaciones, caminé sin zapatos, tratando de no hacer ruido. Al día siguiente, no te diste cuenta de mi ausencia y todo siguió como si nada.
Lo cierto es que Karen y yo tuvimos un romance que duró solo unos meses, yo frecuentaba su casa libremente, pues era una chica sola, sin familia y la pasábamos bien. Estaba a punto de decírtelo después que había decidido no verla más.
No quería ni podía seguir frecuentando a Karen, mi hogar estaría a punto de venirse abajo. Si tu descubrias la verdad, por boca de las chismosas que abundan en el vecindario, fijo que me lanzarías a la calle, como a un perro callejero.
El último día en que fuimos a la playa Tortugas, ella me dio la noticia de su embarazo, yo no lo creí, pensaba que era una forma de retenerme a su lado, evitando que yo siguiera con mi matrimonio.
Desde ese día, dejé de verla, sin saber que tenía tres meses de embarazo. Pasaron los meses y ella perdió su trabajo, en la tienda de perros. Se quedó sin un centavo. Debo suponer que la desalojaron de la enorme casa alquilada que tenía, desde que enviudó. Antes, dejó a la criatura afuera de la casa para que yo me encargue de su crianza.
-Perdoname, esposa mía, no quiero irme como un perro vagabundo, solo te quiero a ti, mi linda Amable.
Luego de escuchar la historia, su enfurecido ánimo se fue apagando poco a poco. Amable tuvo que aguantar el dolor, se puso a pensar que era el sabor agrio que tenía que pasar para que su matrimonio no se rompiera del todo. Podía jalar la pita, pero no tanto, para que no se rompiera.
-¡Es la peor pesadilla de mi vida!. No puedo creer que Isidoro me hiciera esto. Debo rezar, reflexionar, superar el dolor y seguir adelante. Esto se lo repetía una y otra vez, para no bajar la guardia ante su esposo.
Pasaron los años, el tiempo fue el mejor remedio para que ambos llegaran a no caer en el abismo que por esos años había surgido entre ellos. Cada uno puso el hombro para superar el trago amargo que dejó el traspiés de Isidoro con la chilenita.
Inesita fue criada como hija de ambos. Ella puso de vuelta y media el hogar. Todo giraba alrededor suyo, atrayendo el amor de todos hacia ella. Vino como caída del cielo, uniendo aún más, a Isidoro y a Amable. Paradojas de la vida. No podían tener hijos y se aferraron al mejor regalo que les cayó como el maná del cielo.
El recuerdo de la chilenita pasó a un segundo plano, nadie tocó el tema porque no valía la pena revivir algo que el tiempo se encargó de sepultar bajo siete llaves.
Pasaron siete años de tranquilidad hogareña. Nadie vaticinaba que las aguas serían revueltas una vez más.
Isidoro estaba sumergido en su trabajo de construcción, inspeccionando la obra que tenía que entregar esa misma tarde. Orgulloso, miraba su proyecto hecho realidad, como el fruto de su inspiración. Que curioso, pero el mismo no adivinaba que estaba a punto de crear otra obra, pero esta vez, sería de carne y hueso.
La fiesta de disfraces lo celebraron en casa del ingeniero Alegría. Amable fue disfrazada llevando puesta una planta con plátanos tropicales. Causaba gracia la cantidad de plátanos que le colgaban de la cabeza a los pies. Era el más llamativo de todos los disfraces, era bastante original pero al mismo tiempo requería de estar inflando esas frutas, cada media hora. Ademas, tenia que tener mucho cuidado que los frutos no fuesen pinchados, para no desinflarlos. Así de complicado era su disfraz.
Mientras eso sucedía, Isidoro no perdía tiempo. No tenía la paciencia de esperar, muy presto se encaminó a la pista de baile para deslizar sus caderas al compás de ese merengue tropical, batiendo sus manos y dando pasitos cortos. No faltaba más, pues en uno de aquellos movimientos, aterrizó contra una de las mesas que tenía enfrente suyo. Estuvo a punto de traer abajo los platos, copas y botellas de la mesa # 10, pero justo frenó a tiempo y solo llego a deslizarse suavemente como un tierno gatito.
-Lo siento amigos, tendré más cuidado en no volver a tropezar.
Al darse la media vuelta, pudo ver la carita morena y risueña de Karen, la chilenita. De inmediato, quedó paralizado, sus ojos se iluminaron al ver lo cambiada que estaba. Los años habían hecho de Karen una chica con una finura de princesa, sus cabellos le habían crecido hasta la cintura y sus ojos estaban perfectamente delineados, detras del aterciopelado antifaz negro que los cubria con elegancia.
-¿No me reconoces?.
-!Estas bellamente cambiada, estás divina!. ¿Me concedes bailar este tango contigo?. Bailaron divinamente aquel legendario tango Por una Cabeza, sorteando pasos que solo ellos sabían hacerlo. Esos minutos fueron eternos para ellos, se olvidaron de Amable y sus plátanos. Ahora ellos volvían a ser el centro del mundo.
-Salgamos a tomar un poco de aire.
El tormentoso romance del pasado no se hizo esperar. Intercambiaron números de teléfono y se citaron para la salida de la fiesta de disfraces. Isidoro tendría que poner una buena excusa para salir de la fiesta.
Con el pretexto de una emergencia, salió disparado a dar el encuentro a su antigua amada. El romance creció de nuevo. No se lo propuso pero era inevitable quedar asombrado de la belleza deslumbrante de Karen. También fue inevitable que ella luciera su belleza, ante los ojos de su galán.
A pesar de los cinco años en que dejaron de verse, Karen no tuvo ni una pregunta por su hija. Esta indiferencia no era nada buena. Un bloque de hielo le colgaba de su corazón. Era increíble que no le importara la suerte de la hija que dejó abandonada en casa de Isidoro.
Este amorío trajo sus propias consecuencias. Un nuevo fruto salió al descubierto. Karen quedó embarazada de su segundo hijo. Karen se mostró con una prominente barriga que trataba de ocultar bajo su poncho negro, pero vino el verano y quedo al descubierto. Isidoro, se desgarró los cabellos cuando se dio cuenta que ella lucía gorda, sin maquillaje, pálida y tenía un caminar parecido a un pato.
Toda la belleza se le fue evaporando con cada día que pasaba. Era una realidad; ambos serían padres por segunda vez.
Karen dio a luz en el hospital Los Creyentes en Dios, ordenando que la criatura se la dieran envuelta en una canasta. La cogió con fuerza, apretando la canasta fuertemente contra su pecho y la dejó en el carro de Isidoro. Apenas paró el auto en una gasolinera, ella alzó vuelo, corriendo como gacela, hacia su casa. Cerró las cerraduras, para que Isidoro no intentara darle el encuentro. No quería nada de crios en su casa. Todavía era joven, pronto recobraria su belleza y no estaba para pasar noches en vela. Era hora de dedicarse a ella misma. Total, para eso trabajaba, no?.
Isidoro se presentó con la canasta en la mano derecha. Avergonzado de haber caído en lo mismo, le contó a su esposa un cuento parecido al anterior. Todo lo que le dijo era historia conocida.
-¡Otro hijo de la misma persona!. Esto es el colmo. No entiendo cómo has caído en lo mismo.
-Un pecadillo, Amable, es solo un pecadillo. Esa mujer me atrapó en sus redes y caí redondo. !no sabes como es ella!. Tiene una belleza superficial, pero pura cáscara, eso es ella, un manojo de viruta. Yo te adoro Amable !disculpa una vez más!.
Le suplico echándose al suelo para tomar una mejor posición y verse doblegado ante su esposa. Ya no había forma de creer este cuento que se lo sabía de memoria.
Amable tenía ganas de largarlo a patada limpia, la calle para que no pise su casa nunca más. Pero también tenía el impulso de salvar su matrimonio, a pesar de todo.
Entre una y otra opción eligió la segunda.

Texto agregado el 17-10-2022, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


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