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Carla pulsó impetuosa el botón del ascensor. Todo estaba saliendo según sus planes establecidos, se encontraba en la treintava planta de un lujoso edificio de oficinas, su mirada se perdía en la flechita que indicaba que bajaba.”¡Maldita sea!,se ha parado en la treinta y dos, ¿quién puede haber hoy en el edificio?”.Se decía a si misma. No deseaba que nadie la viese alli, no le dio tiempo a mas pensamientos cuando las puertas del ascensor al igual que grandes fauces se abrieron. Dentro de blanco, una toca en la cabeza, rosario a la cintura, una cruz al pecho, había una monja, como salida de una loca noche de haloweid, la mirada de Carla la repasa un segundo, entra rápido a la vez que susurra.
-Buenas noches.
-Buenas noches, hija.
Pulso el bajo un par de veces, con contenida rabia, aun cuando la luz daba verde, aquellas frías puertas se cerraron y comenzó su descenso. Carla toca la semiautomática que portaba en la cintura, a la vez que pensaba que hacer con aquella monja, ¿seria dejar testigos de su paso?, Otra sorpresa le deparaba en la planta veintiséis, de nuevo el ascensor se abrió y esta vez entraron dos hombres uno de ellos joven de unos veintiséis años, fuerte y bien parecido, el otro llevaba unas gafas oscuras de pesada concha y un bastón blanco, nada mas verlo se dio cuenta que era invidente, saludaron mientras el ascensor se aventuraba de nuevo a su descenso, esperando que fuese la definitiva.
-Buenas noches.
-Buenas noches
-Buenas noches, hijos
Carla se mantuvo en su silencio, observando y mascullando para sí que hacer, las cosas se estaban complicando, con lo fácil que le había resultado salir del sanatorio, burlar la vigilancia y recoger aquellos informes, ahora tres testigos podían testificar su presencia
allí esta noche, por su mente se dibuja la idea de la muerte, no dejar rastro, es mucho lo que ha arriesgado para perder ahora.
El silencio se acomodo en aquel pequeño espacio, hasta que un chirrido inexplicable de cables sonó, y con un fuerte movimiento el ascensor se queda como bestia paralizada quejándose, con pequeños temblores, mientras sus ocupantes estupefactos habían mezclado sus gritos de asombro y ahora se preguntaban confusos, Carla no había soltado ni un lamento, observaba que ocurría en silencio, persiguiendo con su mirada todo aquel pequeño espacio de ratonera en busca de una salida, a su mente llegaban las voces, era el ciego el mas asustado que preguntaba.
-¿Qué ha pasado?, ¿nos hemos quedado encerrados en el ascensor?
-Si, pero tranquilo hijo, que dios nos ayudara a salir de aquí
-Maldita sea no responde ni para arriba ni para abajo, es domingo nadie nos oirá, y yo tengo mañana la clasificatoria. Me parece hermana que nos va hacer mas falta que dios para salir de aquí.
-¿Hermana?, ¿es usted monja?
- Si soy, Sor María, de las hermanas claras.
- Yo soy Norberto....
- ¡Cómo no se me ocurrió antes!, Si llamamos con el móvil alguien de fuera vendrá o al menos sabrá que estamos aquí, voy a ver si doy con mi entrenador él tiene las llaves y algo podrá hacer.
- Buena idea, yo no utilizo móvil, bueno si tienes mañana la clasificatoria, ¿debes ser del Valladolid o del rayo vallé cano?.
- Soy el delantero centro del Valladolid.
- ¡Ah!, Ya, Arturo Serna, muy buen jugador chaval, ya escuchare el partido, yo soy Norberto Rubiola, un ciego poeta, encantado de conocerte aunque no sea la mejor ocasión.
- Tendió la mano al vació en dirección a Arturo este le estrecho la mano mientras con la otra sujetaba su móvil sobre su oreja.
- Maldita sea, perdona...encantado de conocerte tío, pero el móvil no tiene cobertura aquí dentro, vamos a tener que buscar otra forma de salir.
- Tengamos paciencia todos, que dios no nos abandonara aquí, ya veréis como salimos de esta, lo importante es la calma.
- ¿Nadie mas lleva un móvil para ver si tiene cobertura?, Estos trastos ya saben.....

Pregunto Arturo, mientras su mirada se quedaba fija en Carla esperando una respuesta de esta, sabia que Norberto no llevaba, la monja dudaba, pero aquella chica, no había dicho nada, sus miradas fueron cazadas en el vuelo y antes de que se formulase una pregunta ella dijo.
-No. No llevo móvil, habrá que encontrar otro modo de hacer que esto funcione
-Yo tampoco llevo hijo, la iglesia es pobre, ya sabéis, no tenemos para esos lujos, la madre superiora olvido los donativos de la semana y mañana, tiene la entrevista con el obispo de modo que me mando a mí recogerlos, ¿quién podía imaginar esto? ¡Ahí jesusito ayúdanos!
-Igual ahí una salida en el techo, decidme, ¿en qué planta nos hemos quedado?
-Entre la diecisiete y la dieciocho y no, este no es como las películas, que salen por el techo, este parece una lata de sardinas,¡ maldita sea!, esto solo me podía pasar a mí el día de la clasificatoria.
- Anda que yo, la culpa de mi insomnio que me arrojo de la cama impúdicamente, tenía que traerle mañana a mi editor él ultimo poemario y decidí traerlo y dejárselo para que lo vea a primera hora, y aquí estoy encerrado en un ascensor.

La alarma inundaba el silencio de todo el edificio penetrando de forma ensordecedora, atacando y violando los pensamientos de cada uno, sacando a sus rostros las huellas de la incertidumbre y el miedo, Sor Maria, susurraba una oración mientras sus manos apretaban fuerte el crucifijo de su pecho, intentando con su plegaria que aquella maquina volviese a funcionar, Norberto, seguía con su bastón recorriendo el techo del pequeño espacio, todo era de acero inoxidable y un gran espejo, como había dicho Arturo, se asemejaba a una enorme lata de sardinas, parecía una pieza compacta sin ninguna apertura nada mas que aquellas grandes fauces, ahora solo visible la mitad de ellas, estaban entre dos plantas, Norberto después de la inspección con su bastón de aquel frió espacio, parecía mas tranquilo y se Limito con mucha seguridad a decir.
- Lo mejor será que no hablemos mucho, el aire debemos de mantenerlo para respirar, por el espacio en que estamos, podemos tener para cinco horas como mucho, antes de que se nos presenten los primeros síntomas de asfixia.
- ¿Cómo dices?
Increpo Arturo, de forma asustada y fuera de sí.
-A las siete llega el portero y las limpiadoras, nos encontraran y oirán la alarma
- Y hasta entonces que sugieres, ¿qué esté en silencio?
- No es una sugerencia, es la única forma de sobrevivir sin consumir el aire que tenemos aquí.
- Venga hijos, creo que él tiene razón, este ascensor es hermético y si no aprovechamos el aire no tendremos para muchas horas, dios nos ayudara, pero hasta entonces lo mejor creo será orar, cada uno para sí.
- ¡No puede ser!, Esto es una pesadilla.
- Tranquilo Arturo, no pierda la calma chaval, tu tienes buenos pulmones, no nos dejes sin aire.
Una amplia sonrisa se dibujo en la cara de Norberto, se notaba que le gustaba el deporte y que le resultaba simpático Arturo, quizás motivado por su mundo de oscuridad, era el que había reaccionado de forma más fría y contundente, Arturo a su vez, seguía mirando la pantallita del móvil que decía “buscando red”, mientras captaba la realidad de lo ocurrido y se sentaba en una esquina, como derrotado después de un partido perdido, Carla solo observaba en el silencio le imito y se agazapo en otra esquina, sujetando sus piernas entre los brazos y dejando caer su cabeza entre las rodillas, parecía una diosa caída, con su largo cabello color fuego, cubriéndole parte de su rostro y derramándose en bellos bucles alrededor de sus brazos, espalda, su mirada perdida En algún punto de su mundo interior, abstraída como errante ángel, Sor Maria, se sentó en silencio, comprendiendo la situación de lo que ocurría, se quito el rosario que llevaba en la cintura y lo ultimo que dijo fue.
-oremos a dios omnipotente por que tenga misericordia de nosotros.
Tras sus palabras comenzó su movimiento con los dedos, persiguiendo una bolita tras otra rezaba los misterios del rosario. Transcurrió mas de dos horas en total silencio, La mirada de Arturo era la que más perseguía los rostros de todos, mientras de vez en cuando volvía a pulsar la alarma con la esperanza de que alguien les escuchase. Carla seguía con su mirada perdida en las perlas del rosario, mientras en su mente se dibujaban escenas de su infancia, el orfanato de monjas, los castigos de estas, sus burlas, recuerda que tiene que volver antes de que pasaran revisión y eso era a las seis treinta de la madrugada, contaba con dos horas escasas, tenía que pensar rápidamente como salir de allí o todos sus planes se vendrían abajo, todo había sido estudiado hasta el mas mínimo detalle y ahora su mirada inyectada de odio se reprochaba el no haber calculado un percance de estos, se suponía que el edificio estaba vació un domingo, no tenían que estar allí aquellas tres personas, pensaba en la forma de huir, vio el recuadro de botones, su mirada se fijo en la apertura de Llave, una luz ilumina su mente, recordó la primera vez que escapo del internado, ¿Cómo no se la había ocurrido antes?, Se levanto y se dirigió a ella, la siguieron con la mirada en silencio, del bolsillo trasero de su tejano extrajo una especie de orquilla, la introdujo en la ranura de la llave y comenzó a mover indistintamente, Norberto ante la curiosidad del sonido que se producía y sin saber que ocurría pregunto.
-¿Qué ocurre?.
Un segundo de silencio y se escucho un sonido metálico y un leve meneo del ascensor.
-¿Qué pasa?.- Insistió Norberto.-
-Nada, parece que este bicho se va a poner a funcionar, esta chica es un genio, como en las películas.
-Dios nos ayude. Han pasado ya tres horas y nadie viene.
Un par de movimientos mas y se puso quejumbrosamente en marcha, mientras Carla cogiendo su semiautomática de la cintura, quita el seguro, y volviéndose lentamente sin titubear con la tranquilidad y el pulso de su espíritu asesino, dispara, son segundos, ninguno de los tres pudo reaccionar entre el movimiento del ascensor y los disparos limpios en el entrecejo que va dejando primero Arturo, después Sor Maria y por ultimo Norberto, donde ni una exclamación dio tiempo a salir de aquellas gargantas, confundidas y sorprendidas entre los crujidos mecánicos de aquella bestia que los deslizaba, mientras sus cuerpos caían tumbados inertes sin vida, trozos de masa encefálica y sangre se impregnan en las brillantes paredes de acero, el espejo refleja la imagen de la muerte doblemente, dejando un espectáculo de lo mas macabro para La Vista. El ascensor se para, aquellas frías puertas se abrieron en el bajo, ahora si parecían las fauces de un león devorando su carroña, dejando marcas de sangre a su paso, Carla salió y mirando hacia el interior, en voz alta dijo.
- No teníais que estar aquí, pero no puedo dejar testigos.¡Jamás volveré a ser pobre!.
Atravesó en hall, surco la puerta del edificio con paso rápido se lanzo por la fría escalinata de mármol, él frió estaba en todo su esplendor, la noche había dejado sobre las calles una ligera manta blanca, los cristales de las ventanas aparecían empañados por el vaho, vio a dos o tres personas a lo lejos, irían a sus trabajos enfundados en gruesos abrigos y
Bufandas, de sus bocas surgían finos hilos de vaho que se mezclaba con la neblina de la noche. Carla rodeo el edificio, dejo el arma y los documentos en el hueco del viejo roble que había a la entrada norte, escalo la verja y con gran maestría se introdujo por el conducto del aire acondicionado, cinco minutos mas tarde estaba en su cama, nadie se había percatado de su ausencia y aun quedaba mas de media hora para la inspección matutina, se acurruco con una relajante cara de felicidad.
Al día siguiente los periódicos sacaron en grandes titulares la noticia, se barajaban varias hipótesis, pero ninguna aclaraba la muerte de aquellas tres personas.
Quince días mas tarde, Carla Mauricio, recibió la visita del inspector Morales, para comunicarle que queda fuera de sospecha de la muerte de Fernando Artero, su marido. Ella siempre alega que lo encontró muerto, cuando volvió a casa, el arma pertenecía a el, pero jamás apareció, ni huellas de robo, por ello ante la fortuna que heredaba se la considero sospechosa. Había simulado una fuerte depresión y planeado su ingreso en el sanatorio. Ahora la policía había encontrado la bala del mismo calibre en el cuerpo de Fernando Artero, que los asesinatos del ascensor, buscaban un asesino suelto, que no era Carla.


Xesca Almécija




Texto agregado el 10-10-2004, y leído por 251 visitantes. (0 votos)


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