FIN, tres letras; o el caso fuera “al final”. Este planteamiento no es para disertar ni mucho menos polemizar sobre etimología o epistemología sino en rayar con su interacción cotidiana.
Como por ejemplo cuando tu mejor amiga o amigo te cuenta una situación o vivencia con detalles y pormenores, hace una pausa, entonces tú con cara de asombro o en ascuas, tal vez preguntes ¿eso es todo? Tras un suspiro te responden: “al final…” que viene acompañado de una síntesis de lo sucedido y la actitud frente a ello, pues claro ese fue el final.
También cuando ves una película al 90%, la pantalla o la imagen se torna en negro, con segundos de silencio y luego viene una escena desencadenante de la trama, te preguntas ¿ahí termina? y al instante respondes: “no, falta la palabra fin”, pues cuando llega a ese punto y salen los créditos, sabes ese fue el fin. Lo que presume que todo final tiene una notificación previa con una distancia prudente.
Los mejores “finales” son aquellos sin aspavientos, sin remordimientos, ni culpas, ni melodramas de por medio, que incluso llegan a ser liberadores. Porque sabes y racionalizas el luto que supone el fin un ciclo, de una etapa. Esos finales en que reflexionas y eres consciente de guardar los mejores momentos o experiencias y sabiamente dejas ir el resto.