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A un rey triste y solitario se le ocurrió una idea siniestra: encontrar al más egoísta de su inmenso reino. Convocó a un concurso y ofreció una gran recompensa al que demostrara ser el más insolidario y mezquino. Muchos se presentaron, pero solo tres llegaron a la final.

El primer finalista era el Sabio Ermitaño, que vivía en una cueva apartada de la civilización. Poseía un gran conocimiento de las ciencias, las artes y las letras, pero no lo compartía con nadie. Era tan egoísta que ni siquiera hablaba con los animales que lo rodeaban. Cuando el rey le preguntó por qué era tan egoísta, el Sabio Ermitaño respondió:

— Mi sabiduría es como una perla preciosa que no debe ser mancillada por las manos sucias de los ignorantes. Solo yo soy digno de admirarla y custodiarla.

El segundo finalista era el hombre más rico del reino, que se había vuelto rico por su egoísmo. Acumulaba dinero y bienes sin cesar, pero no los gastaba ni los donaba a nadie. Era tan egoísta que ni siquiera se permitía disfrutar de sus riquezas. Cuando el rey le preguntó por qué era tan egoísta, el hombre más rico respondió:

— Mi dinero es como un océano sin fondo que nunca se llena ni se vacía. Solo yo puedo navegar por él y explorar sus secretos. No necesito nada más que mi dinero.

El tercer finalista causó asombro porque era el príncipe, el hijo del rey. Era el más egoísta de todos, pues solo pensaba en sí mismo y en sus caprichos. Era tan egoísta que ni siquiera quería a su padre ni a su pueblo. Cuando el rey le preguntó por qué era tan egoísta, el príncipe respondió:

— Mi egoísmo es como un fuego helado que me consume y me protege. Solo yo puedo sentir su ardor y su frío. No me importa nadie más que yo.

El rey quedó perplejo ante las respuestas de los tres finalistas. No sabía a quién elegir como el más egoísta, pues los tres lo eran en extremo. Entonces se le ocurrió una idea para ponerlos a prueba. Les dijo:

— A vosotros tres, finalistas del concurso, os propongo un desafío: quien sea capaz de renunciar a su egoísmo por un instante y hacer algo generoso por alguien más será el ganador.

Los tres finalistas se quedaron mudos ante la propuesta del rey. No entendían cómo podían ganar siendo generosos si el concurso era de egoístas. El rey les dio un plazo de una hora para cumplir el desafío y los dejó solos.

El Sabio Ermitaño pensó que podía compartir un poco de su sabiduría con alguien que lo necesitara. Salió de su cueva y se encontró con un campesino que estaba arando la tierra. Se acercó a él y le dijo:

— Yo soy el Sabio Ermitaño, el más sabio de todos los hombres. Sé la historia de todos los pueblos y las naciones. Sé los secretos de la naturaleza y del universo. Sé las leyes de la lógica y de la matemática.

El campesino lo miró con indiferencia y le dijo:

— Y yo soy el campesino Pedro, el más trabajador de todos los hombres. Sé sembrar y cosechar la tierra. Sé cuidar de mis animales y de mi familia. Sé vivir con lo que tengo y ser feliz.

El Sabio Ermitaño se sintió ofendido por la respuesta del campesino y volvió a su cueva sin haber sido generoso.

El hombre más rico supuso que podía compartir parte de su fortuna con alguien que lo mereciera. Salió de su mansión y se encontró con un mendigo que pedía limosna en la calle. Se aproximó a él y le dijo:

— Yo soy el hombre más rico del reino, el más adinerado de todos. Tengo tanto dinero que no sé qué hacer con él. Toma, te regalo esta moneda de oro para que compres algo.

El mendigo lo miró con sorpresa y le dijo:

— Gracias, señor, por su generosidad, pero no necesito esta moneda de oro para ser feliz. Con la moneda de cobre que otro señor me dio, tengo suficiente para comprar pan.

El hombre más rico se sintió humillado por la respuesta del mendigo y regresó a su mansión sin haber sido realmente generoso.

El príncipe tuvo la idea de hacer algo bueno por su padre, el rey, a pesar de su falta de afecto. Salió del palacio y se encontró con el rey, quien esperaba los resultados de un desafío en su trono. Se acercó a él y le dijo:

— Padre, soy el príncipe, tu hijo. Sé que no nos queremos mutuamente, pero he venido a realizar un gesto generoso por ti.

El rey lo miró con curiosidad y preguntó:

— ¿Y qué es lo que deseas hacer por mí?

El príncipe sacó una daga y la clavó en el pecho del rey, diciendo:

— Quiero liberarte de tu tristeza y soledad. Quiero obsequiarte la muerte.

El rey cayó al suelo sin vida, mientras el príncipe sonreía maliciosamente.

Texto agregado el 30-05-2023, y leído por 117 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-05-2023 Creo que ganó el príncipe. Enmascaró su ambición de heredar reino en un gesto de liberación. El más jodido de todos. Muy bien narrado, Musquy. Dhingy
 
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