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Inicio / Cuenteros Locales / dagalan / Los jueces, la luz y el niño

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La penumbra y el aire frío de esta celda son su reclamo.

Llegaron silenciosos, flotando. Ahora se colocan en torno al catre en el que intento dormir. Los faldones de sus togas manchadas de muerte levemente desceñidas ondean. Sus ojos llenos de recriminación fulguran como carbón ardiente. Envuelve sus demacrados cuerpos una piel acartonada que espanta la luz. Estoy aterrorizado. Sobre mi rostro acercan los suyos. Siento el hálito venenoso de su perfecto odio quemando mis mejillas. Sus palabras laceran mi corazón: "No la mereces a ella. No has hecho lo prescrito para merecerla. No tienes iniciativa. No tienes valor. No fuiste ni serás entregado. Eres egoísta. No podrás amar al prójimo porque no hiciste para amarte a ti mismo. Estas condenado a no alcanzar la vida plena. No quisiste estar con nosotros y por ello nunca podrás ser sin nosotros."

Son los fantasmas de los jueces que antaño dictaminaron mi prisión perpetua y que la ansiaban para regocijo del cumplimiento absoluto de su despiadada moralidad.

Así hablan y la leve luz que malvive en la celda va huyendo poco a poco sin esperanza alguna. Es la noche infinitamente insomne: saberme muerto en vida.

Siento el horror al caos que se avecina. Sin los jueces soy una abigarrada masa de pretensiones incumplidas; una raquítica voluntad arrojada al futuro como trozo de corcho al mar, cometa sin hilo al cielo, piedra ciega montaña abajo.

Escucho las paredes que me cercan arrastrándose hacia mí. El aire se comprime y se espesa en el ámbito menguante. Ya no estoy en una celda. Ahora mi cuerpo ocupa una caja mortuoria. Afuera, las voces lapidarias de los espíritus perversos que preconizaban mi hundimiento resuenan triunfantes. No puedo respirar y mis ojos sedientos de luz se revuelven inútiles en la tiniebla del atroz habitáculo. Desesperado golpeo y araño la lisa dureza negra sobre mí. Siento la humedad sangrante en mis dedos frenéticos heridos por las astillas desprendidas. Me entierran vivo y vivo me quieren en el infierno. Mis fuerzas se extinguen. Ya una plácida renuncia me embarga. Ya mi oscuro cuerpo se diluye en la sombra infinita; ya me sumerjo en el sueño sin retorno.

Pero de repente de una hendidura de la tapa arañada brota un hilo, una veta de luz que la anuncia…

Es ella, absoluta en su entrega incipiente, ajena a su fuerza sanadora, la que se asoma para abrirse camino en la oscuridad del ataúd en el que yace mi cuerpo estragado; ella, que viene a salvarme y a derrotar con su ingrávida naturaleza a los fantasmas de aquellos jueces que inoculándome su sabiduría de libros muertos y su terrorismo moral emponzoñaron mi corazón para hacerme a imagen y semejanza; ella, que ante mis ojos dolientes, desperezados por la luz diáfana, trae las siluetas aún confusas de las elementales formas del mundo que ellos me negaron prisionero.

Salgo de mi ataúd y voy de su mano convertido en un niño.


2 de enero de 2023
David Galán Parro

Texto agregado el 03-09-2023, y leído por 241 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-09-2023 Trágico por donde se mire hasta que un hermoso recuerdo termina con tanta ingratitud. Muy bueno. Clorinda
05-09-2023 Buen breve, me da la sensación que puede tener una interpretación literal y otra un poco más honda y simbólica. Me recordó al Arcano 20, la carta del juicio. Saludos Dhingy
04-09-2023 Cuento oscuro e ingenioso, que nos hace creer en la reencarnación. Saludos. ome
04-09-2023 Me parece un cuento muy oscuro por el asunto de la desolación, esos seres de tinieblas y la muerte. Lo bueno es que hay una esperanza en la figura femenina de luz, cual Beatriz del Dante. Gatocteles
04-09-2023 Encantada de haber leído semejante crudeza yosoyasi
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