Le observé desde el umbral de la ventana. Estaba quieto, pero en cuanto batió sus alas éstas produjeron una vibración muy intensa, similar al sonido del agua brotando desde la tierra. La armonía de aquel aleteo conjugaba a la perfección con la belleza de sus colores. Su cuerpo entero resplandecía en destellos tornasolados, llenando mis ojos de encanto y luminosidad. Sentí su mirada tan tímida y huidiza. Sus ojos negros y redondos, como dos perlitas, brillaron ante mí por apenas unos segundos. Una avecilla tan frágil y pequeña ¿Cómo es posible que contenga tanta fuerza y poder?

Me acerco sigiloso a la ventana, doy un suave golpe al cristal. El agudo sonido hace retroceder con rapidez su cuerpecito que intenta escapar de mi presencia, sorprendido, retrocedo yo también en un aletear eufórico y descontrolado. Dolor y angustia en cada aleteo. Mis ojos, negros como perlitas, se clavan en el reflejo. El terror me invade. Una sombra se imprime y queda flotando tenue en el aire sostenida por dos alas. En el sillón una mujer, mi madre, doblada de dolor, llora desconsolada mi partida. No quiero provocarle más aflicción con mi visita. Recojo mi sombra. Repliego mis alas. Me voy.



M.D