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Es el deseo o el amor que ha venido a destruirle. Siente su envoltura culpabilizadora. «De gentiles es no renegar de la tentación del pecado» dictamina la época. Sin embargo la visita es atroz. Luchan su carne y su espíritu bajo la pelliza con la que se echó a los descampados a requebrar en vano a esa casta pastora, súcubo invertido, plaga destructora de anhelos. No le importan ya las atónitas lenguas desencadenadas de los lugareños que le vieron remanecer como espectro insolente transfigurado en pastor por las polvorientas calles del pueblo manchego.

Atrás queda el liceo de Salamanca en el que a su vera, Ambrosio, su amigo, compartía banco y plática gozosa sobre Astrología y Poesía, talismanes ahora inútiles para conjurar su ansiedad aparejada al desamor que la pastora le profesa.

Ella, tez de luna, largas pestañas, mirada altiva, rosetas fulgurantes, lacera su memoria célibe y le recuerda aquella su primera visión en el aprisco donde una fuente alimentaba un melocotonero. El agua aliviaba entonces los pies níveos de ella cuando jalaba del faldón descubriendo sus firmes pantorrillas a sus ojos espías. Lo que sigue a esto no son los hijos de la memoria, sino los de otra cosa, enemiga de la decencia requerida a las mentes recatadas que se esperaban a la vuelta del liceo. Antaño estudiante domesticado por la razón secular y las expectativas paternas, desbocaba ahora su pensamiento más allá del faldón recogido por la muchacha para herrar despiadado su mente con cosas reprobables que ya nunca conocerá: el cierre de los muslos turgentes hacia la hendidura húmeda que nos devuelve a la vida; la tersura del abdomen que nos regala después el prodigio de la carne libre y grávida; el amanecer trémulo de las aréolas; el cuello, el gollete, el mentón socavados por la respiración entrecortada: el viejo sendero cíclico por el que trastabillan los besos hacia el oasis de unos labios amantes.

Grisóstomo ya no las conocerá. Quedarán para él tan alejadas de su realidad, como aquellas que fabuló para sí el hidalgo loco que se avendrá una noche de verano a escuchar entre pastores la historia repetida de su destino aciago.

Pero esto es aún futuro…

Bajo un árbol en cuya corteza otros desfavorecidos han roturado el nombre maldito o han colgado coronas laudatorias en ramas tronchadas o se han reclinado para entonar amorosas endechas por ella, se tortura ahora él imaginando esas perdidas cosas que sabe ya nunca tendrá y fraguando el plan fatal que lo libere para siempre.

Entonces sus ojos empañados por las lágrimas y el polvo de la tarde que declina divisan a lo lejos la figura desgarbada del amigo que, siempre fiel, lo ha secundado también en mudar atuendo estudiantil por pastoril y ya su corazón no se conmueve, exhausto de pura entrega a ella. Cuando cayado en mano el otro alcanza el abrazo sombrío del árbol que los ampara la conversación acontece inusitadamente lacónica:

—¿En dónde?—pregunta el allegado

—Bajo la peña donde está la fuente que alimenta al melocotonero.

—Que así sea, compañero.

Y la voz se esfuerza por no parecer quebrada.

David Galán Parro
7 de octubre de 2023

Texto agregado el 08-10-2023, y leído por 134 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
10-10-2023 Parece que es una historia del Quijote yosoyasi
09-10-2023 Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía." Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo cafeina
08-10-2023 Grisóstomo y la pastora Marcela, tomado de El quijote cafeina
08-10-2023 Exquisita forma de narrar. Delicadeza al tocar lo atrevido. Te felicito. peco
08-10-2023 Muy bueno. TETE
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