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—¡Qué pena me dio el muchacho! Parece joven pero en verdad ya tiene sus años, Amparito. Dicen que es muy buen maestro que lo quieren mucho en el colegio donde da clases, sí. Las madres están encantadas con él. Eso me dijo Rosi que tiene a una nieta de seis años en su clase. Es un amor de hombre. Eso dicen todas, sí. Porque los chiquillos iban muy mal con los profesores anteriores, porque por lo visto los ponían sólo a pintar y ni se aprendieron las vocales y no tenían normas que dice que cuando entraron la primera vez a su clase aquellos chiquillos parecían cabras que no paraban quietas todos zafados y consentidos como están casi todos ahora que no se sabe en que andan pensando esta generación de padres que parecen amigos de los hijos y todo lo permiten…

—Pero ¿qué fue lo que pasó, má? —se escuchaba al otro lado de la linea telefónica.

—Que no podía entrar en su casa a cuenta de que le fallaba la llave para entrar y yo le dije que llamara a un cerrajero y él que no, que a veces se le atascaba pero que al final conseguía abrir. Y yo, Amparito, le insistí a que entrara en mi casa y se relajara porque se ve que es un buen muchacho y yo lo sé porque él me dijo una vez que en las tardes echaba mucho tiempo en preparar sus clases para los alumnos y yo se lo decía para que mientras esperaba aprovechara el tiempo aquí en el salón para trabajar en sus cosas que tengo todavía la mesita escritorio de tu padre, nuestro "tormen", en el descanso lo tenga el cielo, que en ella hacía las cuentas de la comunidad de vecinos que le tenía loco a pleito por derrama y como te decía eso le ofrecí hasta que llegara el cerrajero, porque tú sabes que en esta parte de la ciudad esperar a un cerrajero o a un electricista es como pedir audiencia al papa. Pero el muchacho no quiso entrar. Y así estuvo un buen rato mientras yo cada vez lo veía más nervioso en el rellano dándole que te pego a la cerradura como si se le fuera la vida en ello y me daba pena porque se le ve buen chico, Amparito. Pero yo no le insistí más, cada uno sabe lo que quiere y hace…

* * * * *

Cuando iba a la playa se había acostumbrado a meter la llave de casa en un bolsillo del bañador con cremallera. Era la única solución posible para evitar la repetición del robo. Fue un episodio incómodo aquel: tuvo que cruzar media ciudad calado de frío y con solo el bañador puesto para llegar a casa de Matilde, su novia, y hacer las llamadas pertinentes para acceder a su apartamento situado a pocos metros de la avenida. Ya le había advertido su hermano: «Valentín, no dejes nada en la arena a primera hora cuando entres al agua que esos moros cabrones que merodean por allí son capaces de robarte hasta un paquete de clínex» De modo que inventó la llave de casa acuática por consejo del hermano.

Pero la humedad de la llave con los meses se volvió herrumbre. Y la herrumbre impedía que cediera con facilidad el cilindro de la cerradura. Y su negligencia posponían la simple solución del duplicado de la llave. Y esto fue la premisa del embolado. La negativa del cilindro fue aquella tarde rotunda y decisiva.

* * * * *

—…Y te digo más, Amparito, que yo entré en casa pero sentí que subía Manuela la del quinto B y se quedó hablando con él. La pobre mujer resoplaba porque tú sabes que está fatal de las caderas y estamos a punto de hacer la derrama para instalar el elevador en el hueco de escalera, pero no sé porqué se retrasa el asunto, que la gente Amparito, no piensa en las que estamos con una edad y achaques…

—Sí, pero es que te perjudica también a ti, má, no sólo a doña Manuela. Eso hay que arreglarlo. Llamaré al presidente en cuanto pueda a ver qué pasa…

* * * * *

El esfuerzo por abrir la puerta sólo valía para dejarle las manos doloridas. Miró el reloj del móvil. La hora le apremiaba. Se le venía el tiempo encima. Entonces sintió el roce de unos pasos cansados ganando peldaños y vio por el hueco una mano arrugada aferrada con dificultad al pasamano, también avanzando hacia el rellano. Los resoplidos eran inconfundibles. Otra vez la cantinela de siempre.

—Eres un sinvergüenza ¿eh? —dijo la vieja en un susurro mientras jadeaba y se paraba tras él, que inclinado, trajinaba con la cerradura simulando sordera—. Que ande yo así de esta manera porque esté una a la espera de un ingreso. Y que lo tenga que esperar de alguien que lo gana. Tu madre estará contenta de parirte, bicho…

De repente la pantalla de su móvil se iluminó por un mensaje entrante en whatsapp. Leyó: «Cómo estás, cacho puta? Buenas noticias. Mañana viene Martín con sus primas guarronas ¡Picadero en tu piso por la noche! Ten al menos preparado el hielo rata asquerosa» Mientras oía por detrás que la vieja seguía:

—…Pero ya mi hijo está moviéndose. Que si el dinero no lo sueltas por las buenas ya lo soltarás por las malas. Y bien me vendrán el cobro de las costas del juicio, más la multa que te va a caer, desgraciado. Sí, sí, hazte el sordo, sinvergüenza, que ya oirás bien al juez…

Y diciendo esto la pobre mujer retomó su paso sufrido escalera arriba.

* * * * *

—…Pero no todo el mundo va a lo suyo: el maestro tiene una novia, Amparito, algo más joven que él, que un día me la tropecé en la entrada del edificio y me ayudó a subir las bolsas de la compra; una chica, muy mona ella, y yo pensé: «esta es la novia del joven maestro»; y ella me dijo que era ortodoncista y se entiende que no vive con él porque lo gana como él pero pasan algunos fines de semana juntos en el piso, porque se oye la música que ponen, no muy alta por la mañana, son respetuosos y se ve que se quieren porque a veces los he visto por la avenida de la mano y me saludan con una sonrisa, muy guapos y jóvenes los dos, y se nota que tienen estudio y son educados…

* * * * *

Tenía que abrir ya de una vez. Aquella mujer se iba a presentar y él de aquella forma. Los fines de semana andaría con Matilde y entre semana un aperitivo extra. El plan nunca le había salido tan redondo y tan ajustado para no levantar sospechas. Nunca excepto aquella tarde en que la llave insistía en chafarlo todo. Con lo que le había costado Débora "tu sumisa caliente a domicilio". Ya el pago por anticipado estaba hecho a través de la aplicación bancaria después de muchas reticencias de su parte de que fuera así. No eran mujeres de fiar. Ralea de mal vivir, desesperada por una raya de perico. Debía ser precavido. Muy precavido. Pero ahora, seguro, tras la mirilla de la puerta de enfrente y después de rechazar, minutos antes, su solícita ayuda, estaría la vieja marujona preguntándose quién diantres sería la desconocida del rellano ¡Qué penoso se le hacía todo por momentos!

Estaba ya pensando en abortar el plan y renunciar al costoso servicio cuando oyó un taconeo firme y regular, en el que se barruntaba el bamboleo impostado de unas caderas. Al rato se oyó la voz melosa y arrastrada de Débora, "tu sumisa caliente a domicilio"; era igual a cómo sonaba en la llamada que concertó la cita.

—Hola, lindo ¿Todo preparado para un momento de placer?

La miró con la cara desencajada. Llevaba un vestido rojo enterizo ceñido hasta los muslos y en el que brillaban unas estridentes lentejuelas moradas; también un bolso negro ancho algo sobrecargado: debían ser los artilugios que él le dejó elegir a su criterio para hacer más sorpresiva y excitante la sesión.

—¿Pasa algo? —preguntó ella con indolencia

—No, no…

—Pues, apúrate, lindo, que la hora vuela —dijo y se reclinó en ademán de espera sobre la jamba de la puerta. Él seguía emperrado en lo suyo.

—¿Hay tiempo para un cigarrillo, mi amor?

—Sí… no…sí…

—Vaya, pues parece que sí —dijo sacándolo del paquete—. Me parece que a este ritmo sólo te podré ofrecer los preliminares de los preliminares —lo prendió y liberó su primera bocanada—. Aunque tengo margen antes del próximo cliente, mi amor. Previo pago, claro.

En su ofuscación empezó a verse tan mezquino y estúpido como cierta la pérdida de su inversión. La realidad era una cosa que hacía acto de presencia en los momentos más insospechados y aquel era uno de ellos. Empeñarse en no capitular lo hacía todo más deshonroso aún. Había capeado siempre los imprevistos pero aquella tarde el mundo no le era favorable. Tal vez Dios le castigaba por fin ¿Dios? ¿Quién coño se creía ese viejo cuento perpetrado por la victoria secular de una moral para almas débiles, oscuramente resignadas? Él iba a morir con las botas puestas. Inmaculado, intacto. Por sus santos cojones.

—¿Y entonces cariño? ¿Qué hacemos?

—Sí… mejor lo dejamos… Lo siento —masculló

—No te preocupes, cariño, no quiero que te estreses. El juego requiere tiempo y si nos falta, se estropea. Hay que estar muy metidos en el papel y para eso las prisas no son buenas. Habrá otras ocasiones. Llámame siempre que te veas apurado.

Y despegándose de la jamba salió del rellano escalera abajo acompasando el taconeo con la sutil fricción de su vestido de encaje.

Estuvo unos pocos minutos más intentando lo que a todas luces parecía imposible; minutos que servirían para que nadie lo vinculara a la mujer que acababa de salir del edificio. Al cabo de ellos, cuando iba a descender por la escalera la campana de otro mensaje de watshapp resonó en mitad del silencio ya nocturno. Anunciaba un audio de su amigo Raúl el Tuerca. Tuvo que pegar bien la oreja al móvil porque los asuntos del amigo no solían ser muy compatibles con su vida ejemplar. Una voz trémula empezó: «Déjame doscientos euros, bro, por favor te lo pido, los necesito, bro, me haces un favor que te cagas; estoy en un lío. Se los pedí prestados a Toni Catona y me confié y perdí la cabeza anoche y me los gasté, bro, no sabía lo que hacía, se me fueron de las manos, el puto perico, bro, y Toni me dijo hoy que los necesitaba urgentemente, y nadie me da, bro, y estoy acojonado ¡pero acojonado! porque tú sabes como es Toni y su gente. Estoy en un problema gordo ¡Por favor, ayúdame, mano! Te prometo que te lo devolveré en cuanto cobre a final de mes; lo que me prestes ahora más lo otro que te debo, por favor, Valentín ayúdame, por favor, que estos tíos son muy pero que muy chungos…»

* * * * *

—…Y es un buen chico, Amparito, ya hubiera querido yo alguien para ti así como él; no ese impresentable vividor, que tenía la cabeza para hacer con ella sólo un caldo pescao; aunque sí, yo sé que me meto en lo que no me llaman, pero tú sabes que para mí fue un sin vivir como fue para ti, porque el amor de madre es muy sufrido y ya lo entenderás cuando seas madre, que yo quiero lo mejor para ti y que aquel demonio de hombre, al que le daba sarpullido trabajar para ganar su propio sueldo, bien poco le importaba que te deslomaras para ganarlo tú limpiando en el hotel; y claro, no me podía ni ver porque sabía que yo le cantaba las cuarenta y que bien quiso ponernos en contra; y sí, yo sé que me meto en lo que no me llaman, pero es muy duro para una madre ver que abusan de lo que paren sus entrañas; y sí, que alguien así, con estudios y trabajador como el maestro es alguien que te conviene y mereces por todo lo buena y lo trabajadora mujer que eres tú, Amparito…

—Lo sé, má, lo sé…

Y las palabras sonaban llenas de amorosa paciencia.


David Galán Parro
21 de noviembre de 2023

Texto agregado el 23-11-2023, y leído por 76 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-11-2023 El resorte argumental mínimo de la llave oxidada sirve para la exposición de estos personajes tan bien logrados; todos apuntalando al protagonista: un sujeto de vida disipada que se ha presentado en el lugar con la apariencia de un respetable maestro. Gatocteles
 
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