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Me acordé de ella el otro día. Tal vez porque me sentía solo. Sentía que mi vida se había ordenado hasta el punto en que la rutina me sofocaba. Estoy bien. Tengo un trabajo estable en un local propio de venta de celulares. Me va bien. Los celulares hoy se venden como “pan caliente” diría mi abuela. Pero no pasa mucho en mi vida. Los días de semana voy y vuelvo al local. Hablo con clientes. Después llega la noche, cocino yo o mi mujer. Hacemos la tarea de los chicos. Nos vamos a dormir. Los fines de semana nos juntamos con otras familias en casa. Hacemos asado y hablamos siempre de lo mismo: series, fútbol, política, que dura que está la vida, que difícil está llegar a fin de mes.
Entonces sucedió, fue hace unas semanas, me acordé de ella. La mujer. La reina de la noche en Latino. Un boliche bailable de cumbia donde iba mucha gente de barrio. Yo solía decir, éramos todos negros, pobres, borrachos y felices. Había un detalle, no te dejaban entrar sino era con zapatos. Ella, Fátima, era la reina de la noche. A decir verdad no sé si lo era. No sé si tantos hombres la deseaban pero yo sí. Y la deseaba con vehemencia. Me encantaba. Usaba calzas negras ajustadas con unas caderas amplias y maduras. Ella debía tener 40 y yo 25. Siempre escotes. Escotes abiertos lo justo y necesario como para despertar la bestia que había en mí.
Una vez leí a un escritor que decía que aunque intentáramos evitarlo había un orden en la vida y Jung hablaba de un inconsciente colectivo, algo que nos envuelve y conecta a todos. Me encontré con Fátima la semana pasada en el colectivo. Yo estaba parado, sostenido del caño casi a la altura de la puerta de atrás. No había mucha gente. La vi subir. Me costó darme cuenta de que no era un sueño. Parpadeé. Enfoqué. Era ella. Me acerqué y le dije:
Fátima.
Ella me miró sorprendida.
Santiago, dijo.
La última vez que nos habíamos visto en Latino era como diez años atrás. Yo me casé y dejé de ir. Una noche, ya casado, me escabullí y me fui para el boliche pero cuando entré, me senté a una mesa, me pedí una cerveza y de repente me pregunté:
¿Qué hago yo acá?
Me sentí desubicado.
Al principio yo iba a Latino porque sabía que pescaba bastante fácil. Era un muchacho de veinte años, apetitoso para las veteranas de entre treinta y cincuenta que circulaban por el lugar. Había aprendido a bailar cumbia de manera básica pero suficiente como para sobrevivir. Si no sabías ibas perdido. A las mujeres, en ese lugar, les gustaba bailar. Pero esa noche en que me escapé de mi casa, con la excusa de un asado con amigos, y me encontré solo en Latino, me sentí triste. Ese ya no era mi lugar. Las cosas en mi vida ahora pasaban por otro lado. Tomé medio vaso de cerveza y me fui. Nunca volví. Después lo cerraron. Nunca supe bien cuándo pero me enteré por alguien que solía ir.

¡Tanto tiempo!, me dijo Fátima en el colectivo.
Ella tenía algunas canas. Algunas arrugas en torno a los ojos, en la comisura de los labios. Seguía teniendo buen cuerpo. Aunque esta vez no usaba calzas negras sino un vestido verde con flores azules. Tenía las manos llenas de anillos.
¿Me reconociste?, le dije.
Puffff, dijo, estás más gordo, más pelado pero tus ojos brillan de la misma manera.
¿Adónde vas?
Al centro.
Yo iba a la presentación de un libro también en el centro, pero a la hora de bajar me bajé con ella. Le pregunté si no le molestaba y me dijo que no. Abandoné la idea de la presentación. Compraría el libro en otro momento. Además no tenía muchas ganas de ir y Fátima era Fátima, incomparable.
Caminamos a la par unas cuadras. Hablamos de cosas sin importancia. Tratando de acomodarnos a la presencia del otro después de tantos años.

Ella bailaba lentos conmigo. Eso me dijo una vez. Que no bailaba lentos con nadie más que no fuera conmigo. Pero nunca arrancaba. Yo le decía que podíamos ir a algún lado después de que terminara la música y ella siempre tenía una excusa. Un día me confesó que era viuda. Todavía usaba la alianza. Que cuando su marido murió en un accidente ella se quedó en banda. Los pibes ahora eran grandes pero en su época había que mantenerlos. Así que empezó a laburar. Iba a buscar hombres hambrientos y con ganas de pagar a Latino. Tal vez era algo obvio. Yo lo presentía. Pero no lo había visto con claridad.

De tanto caminar por el centro entramos en un bar. Me dijo que adonde tenía que ir no era importante.
Se pidió una lágrima y yo una coca cola. Hablamos un rato y después recordamos aquellas épocas de cumbia y fiesta.
Con vos no me animaba, me dijo.
¿Por qué no?
Me inspirabas una especie de respeto. Parecías un nene bueno.
Lo lamenté. Yo le tenía unas ganas terribles. Una noche se me cruzó por la cabeza de que podría tener SIDA y en ese momento pensé que lo haría igual con ella. Me encantaba. Esa forma de bailar, de menear el cuerpo, de avanzar y retroceder con esas piernas sólidas, giraba y desplegaba magia. Sabía que yo la miraba y a veces, así, a la pasada, me clavaba los ojos. Yo me derretía como una vela. Lentamente. A la sombra de su calor.
Murió mi papá, me dijo. Tomó un trago de la lágrima.
El mío también, le dije.
Era complicado el viejo, dijo
El mío también. Me serví el vaso lleno de coca cola.
Pero me bancaba, incluso se enteró de que yo laburaba y nunca me dijo nada. Lo más importante para él era traer el pan a casa.
Yo al mío lo quería, lo quería mucho, pero siempre las cosas me salían mal. Una vez lo cagué a piñas.
¿Lo cagaste a piñas?
Sí, se me saltó la chaveta. Mal. Mal de mi parte. Era autoritario mi viejo.
Tomé un trago largo de coca.
Hay que perdonar a los padres, dijo. Honrarás a tu padre y a tu madre, dice el mandamiento.
Los últimos años, antes de que falleciera estuvimos bien, llevamos una relación amable, hablábamos mucho, le conté.
Tuve ganas de comer algo. Iba a pedir un carlitos, pero en ese momento ella me dijo:
¿Querés venir a casa?
¿A tu… casa…?
Sí, vamos, te quiero mostrar algo.

Salimos del bar y nos tomamos un taxi. Yo nunca fui a la presentación del libro, ella nunca hizo lo que fue a hacer al centro. No importaba. Fuimos hasta la villa La Lata. Nos detuvimos frente a una casa pintada de naranja. A lo mejor ella vio algo en mi mirada, algo así como una sorpresa cuando vi el color. El color de su casa y de las otras. Amarillas, rojas, verdes, azules.
Las pintamos así para darle alegría al barrio, dijo.

Yo me senté a una mesa en la cocina. La mesa tenía un mantel con dibujos de racimos de uvas. Había una pequeña canasta con dos manzanas y una mandarina. Unos papeles, una birome cruzada sobre ellos. Fátima se puso a preparar el mate. Puso la pava. La deseé.
Yo era feliz en esa época, le dije.
¿La época de Latino?
Sí, totalmente, salía solo. Salía solo y sabía que con alguien me iba a la cama.
Yo no sé si era feliz. Tal vez.
Pero nunca me fui a la cama con vos.
Ya te dije. Me inspirabas respeto. No me hubiera animado ni a cobrarte.
Estuve depresivo.
¿Cuándo?
Hace unos años.
¿Quién no está depresivo?
Pero de verdad te digo. Estuve en el fondo. Intenté matarme.
Qué valiente. Yo no tengo los huevos.
Los ovarios, dije y ella sonrió.
Los ovarios, confirmó.
¿Y te salvaste?, dijo.
Sí, me hicieron un lavaje de estómago.
No te cagués la vida. A pesar de todo vale la pena. No te das cuenta, vos, yo, después de tantos años, tomando mate en mi casa.
Virtió agua de la pava en el mate y me pasó uno. Sorbí. Estaba muy caliente. En un acto reflejo alejé la bombilla de mis labios.
Está muy caliente, dijo.
Recontra.
Fue y le echó un chorro de agua fría de la canilla a la pava.
Ya no trabajo más, me dijo. Vendo ropa. Por redes sociales. Las compro en Buenos Aires y las vendo.
Yo soy escritor.
¡A la mierda!
Vendo celulares para comer.
¿Y qué es eso de escribir?
Empecé boludeando en un taller literario y gané unos premios y con eso vinieron los libros.
Vas a escribir un cuento para mí.
Por supuesto.

















Texto agregado el 29-11-2023, y leído por 145 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-12-2023 Que bonita historia. Llena de ternura y recuerdos. Así es la vida. TETE
01-12-2023 Buen cuento, muy testimonial, se siente como que lo viviste, quizas mas descripciones del caracter de los personajes, mas detalles del barrio, de como era el ambiente en el Latino, tienes para sacarle mas al tema, pero me gusto, a seguir escribiendo Pablishus
30-11-2023 Me encantó tu cuento. Hay ternura en tus letras. yosoyasi
30-11-2023 Bueno, compa, ovario etimológicamente quiere decir huevo. Técnicamente no le erró, jaja. Felicidades por los premios, estoy segura de que eso no es ficcional, escribís de una manera que lleva a uno a leer el texto de un tirón. Dhingy
30-11-2023 Me gustó tu texto,con un final abierto ***** Un saludo Victoria 6236013
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