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Cuento 18: El Oso Perezoso.

Vittorio, el voluntario de mi hostal, me preguntó si había visto al oso perezoso que vive en el árbol al frente del barco hundido, justo donde le conté que había nadado toda la tarde. Me registré y rápido fui de nuevo. Llovía con intensidad. Entonces lo vi arriba de una rama como una bola y parecía una mopa de trapear hasta que logré distinguirle el rostro. Tenía pelaje de color café y sin rayas negras en los ojos, era uno de dos dedos; distinto al que vi años atrás en Iquitos y que era de tres dedos, de pelaje negro y menos nocturno con rayas en los ojos para el sol: los peluches siempre son como el de tres dedos. Pero ambos siempre parecen sonreír y sólo bajan de los árboles para defecar.

Luego visité Panamá durante una semana y hoy he vuelto a Puerto Viejo en Costa Rica. Es de noche y me siento en la playa a escuchar el mar frente al barco hundido.

—Oye mae.

Un tico me llamaba. Miro a mis costados, nada. La playa vacía. Con la mirada busque detrás mío hacia las palmeras y almendros, entonces en una oscuridad sin luna volví a escuchar el llamado. Esta vez sí me puse de pie, agarré mi morral y mi botella de cerveza y caminé hacia la voz.

No creo en fantasmas, espíritus o dioses, en nada que no pueda explicar con un fundamento razonado. Yo ahí, de pie frente al oso perezoso, él me miraba desde arriba y acostado de espalda con la cabeza colgando hacia atrás, como siempre sonriendo y sin mostrar los dientes. Por ridículo que parezca, yo esperando. Dos minutos después me volví a sentar en la arena.

—¡Qué estupidez! –me dije. Alguien que no vi pasar.

—No puede ser mae ¿Cómo puede estar pasando esta vara? Dijo la voz arriba mío, fuerte y claro. Me paré de un salto y retrocedí un par de pasos sin darle la espalda.

—Me entiendes mae? Jamás me habían escuchado —dijo el perezoso, antes de comenzar a moverse muy despacio.

—¿Y tú me escuchas? —le pregunté sorprendido.

—Sí.

¿Soñaba? ¿Alucinógenos en los tragos que bebí en el bar? Se esconden y me ven desde las sombras y aguardan que haga efecto. No… que sugestión y ebriedad.

—Mae no te veo ebrio.

—¿También oyes lo que pienso?

—Eres tú el que oyes lo que pienso. Porque yo no puedo hablar y aun así me escuchas mae. Ahora mi teoría. Quizá en otra vida fui un humano y tengo alguna especial conexión contigo.

—O quizá en otra vida yo fui un oso perezoso. Sabes, siempre cuento en broma que eres mi animal espiritual. Aunque no te ofendas, últimamente me fascinaría vivir como las nutrias.

—Qué asco mae, prefiero mi árbol a pasar todo el día en el agua lavándome la cara como un toc.

—Pero se les ve feliz sólo flotando en el agua.

—Yo lo soy durmiendo acá arriba. No hago nada y los turistas se detienen a sacarme fotos y me suben a sus redes sociales. Soy muy famoso.

—¿Entonces por qué tan solo?

—Mae, los de mi especie no podemos coger el celular, tenemos dos dedos y, si fuera de tres dedos, no cambiaría nada. Mae, no siempre estuve solo, antes vivía con una osa perezosa. Un día me sentía mal y ella en un gran esfuerzo bajó del árbol a buscarme una cobijita y una sopita al supermercado. Mae, me dormí esperándola. Nunca volvió ¿O se aburrió de mí o falleció atropellada? Ojala haya sido lo primero.

—Y sea feliz en algún otro árbol lejano –agregué— ¿Y cuánto tiempo estuvieron juntos?

—Ella se fue al día siguiente de concluida nuestra primera cita.

—¿En serio? Por lo menos fue una relación corta.

—¡Qué dices! Un año duró nuestra primera cita. Demoré meses en atreverme a invitarla a salir, ella dijo que sí y fijamos fecha para vernos el próximo verano, en la estación seca, después en un par de semanas llegamos al Hot Rock y escuchamos música en vivo desde la rama más alta y más cercana. Le conté unos chistes muy graciosos, porque siempre, al voltearnos lentamente y mirarnos, estaba sonriendo.

—¿Y qué pasó?

—Decidimos tener hijos y volvimos a nuestro árbol. Entonces la besé desde sus dos dedos hasta la boca, y ese beso fue tan largo que el atardecer y el amanecer fue uno solo, porque al abrir los ojos no hubo noche, no hubo día.

—Que romántico.

—Luego la lance despacio sobre una rama y me lance en cámara lenta sobre ella. La abrace, pero luego otra eternidad porque ella quería estar arriba y había que darnos la vuelta. Y cuando comenzaría lo mejor, aparecieron los turistas a tomarnos fotos y nos cortaron la inspiración. Mae, luego esperar que se fueran y empezar todo de nuevo a besarla desde los dedos…

—No, malditos voyeristas.

—Sí, malditos turistas. Tanta actividad que me sentí mal. Y ella fue a buscarme una cobijita. El resto ya lo sabes.

—¿Y la echas de menos?

—¿Y tú la echas de menos?

—Siempre en algunos momentos, como recuerdos que llegan y se van, un pensar el cómo sería cada momento que se vive si las cosas hubieran ocurrido de otra forma.

—mae, si sabes cómo es esa vara, entonces no preguntes hueas —le increpó en tico y en chileno socarronamente. Luego con un tono opuesto—. Saudade.

—Saudade.

—Me agradas, tenemos resonancia. Mae, podrías pasar a charlar mañana.

—Mañana debo regresar a Chile. Pero tú debieras ir a Panamá, habían otros perezosos.

—Me da pereza.

—¿No te preocupa morir solo en este árbol? Tenemos tanto en común que creo que te gustaría viajar y dejar de estar solo.

—Sí mae, pero esa vara de sólo pensarlo me da pereza.

—Estas atrapado en tu zona de confort.

—Mae, por favor llévame en tu mochila.

—Sería genial, pero me llevarían a prisión por tráfico animal.

—Y si publicas mis fotos en tu Facebook e Instagram. Las perezosas amorosas vendrían a mí.

—No funcionaría, no soy popular.

—Mae, y si escribes mi solicitud en un papel dentro de tu botella. El mar devolvería mi mensaje en muchas playas.

—Buena idea ¿Qué escribo? tengo lápiz.

—Perezoso de puerto viejo busca pareja. Pasatiempo: dormir.

—¿Alguna otra habilidad?

—Caminar dormido.

—Okey —me incorporé, tomé aliento, y corrí al mar hasta el nivel de las rodillas y lancé la botella con gran fuerza y la vi girar en el aire hasta caer más allá de las olas.

—Gracias mae, pero no creo que lo de la botella funcione. No te lo dije antes para quitarte la emoción, pero luego me acordé que las perezosas no bajan de los árboles y menos se acercan a la orilla.

—Tienes razón ¿Y si usamos a las aves?

—No, migran muy lejos y cruzan continentes. Es demasiado.

—¿Y las hormigas? Son persistentes y suben a los árboles. Puedo escribir el mensaje en pedacitos de hojas de Almendro.

—Tendrías que entregarme tus mamones chinos para poder cerrar el trato con ellas.

—Esta bien, pero por favor considera esto. Tienes que poner de tu parte, no puedes sentarte y sólo esperar. Podrías cruzar cada día al árbol vecino y dormir un poco más allá, aunque no llegues, estarías más cerca de Panamá.

—Pero esa vara es demasiado lejos, tanto como si tú fueras Viccenza. Mae pagaría porque vieras tu cara de sorpresa. El otro día los escuché en la playa.

—Desearía conocer todo el mundo, y aunque no lo consiga, espero que el orden en que lo haga tenga algún significado. En fin. Ya escribí en suficientes hojas de Almendro. Las dejaré junto al tronco de tu árbol.

—Mae ¿Y qué escribiste?

—Sigue a la luna por la costa. The Sloth —Leí en voz alta una de las hojas. Luego miré al perezoso y le dije—. Tu parte es caminar en el sentido contrario.

—No prometo nada —dijo el perezoso, que por fin dejó de moverse. Concluyó su movimiento iniciado desde que comenzamos a comunicarnos. Ahora me miraba sentado con las piernas cruzadas y con la mano derecha en alto con sus dos dedos en señal de saludo o despedida.

Al día siguiente pasé por ahí con mi mochila, iba camino a tomar el bus y las hojas junto al tronco ya no estaban. Los turistas miraban las ramas de su árbol y se iban con desilusión.

Texto agregado el 11-12-2023, y leído por 105 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-12-2023 Muy bueno tu cuento. yosoyasi
 
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