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Fotocapítulo 52: La Ventana.

Son las diez de la mañana. Una treintena de extranjeros en el paradero de Puerto Viejo. Sin dejar de caminar con la mochila y sujetando los tirantes con ambas manos, levanté la barbilla para saludar a Citi, una chica Londinense. Estaba ubicada en un pésimo lugar y seguí de largo. Sabía exactamente donde el bus se detendría. Lo tenía estudiado desde ayer. Los pasajes no eran numerados y era un viaje de 6 horas, sin baño, sin aire acondicionado.

Cuando el bus frenó y abrió la puerta en mis narices la fila se formó en mi espalda. Arriba revisé lo importante, que mi ventana abriera. El bus casi completo y desde mi asiento miré sobre las cabezas. Quedaba un puesto en el fondo del bus. El asiento junto al mío lo liberó el chofer con una orden a viva voz, porque el sujeto sentado a mi lado no tenía pasaje y viajaría de pie. Subieron los dos pasajeros rezagados. En el pasillo apareció el argentino que en el hostal en Panamá nunca le escuche hablar. Pensé con poder mental: Sigue de largo sigue de largo. Pasó. Entonces sería la chica con cara de seria.

Días atrás en el Hostal Cliff, en la terraza de fumadores, carreteaba con Gilbert y un peruano. Me recordaba a Peter la Anguila, pero pecoso, de cabello corto y peinado como un cepillo dental gastado. Su bling bling era un colgante con dos placas de identificación militar sobre la camisa. Renunció a la milicia para ser Pura vida y se radicó en Panamá. Se dedicaba a fotografiar y vender postales y cuadros a las familias de la Isla. Era un alivio hablar en español. Mis palabras salían del pensamiento sin esfuerzo. Luego se sacó un tremendo porro. Los temas divergían sobre la muerte, filosofía, extraterrestres y mujeres. Él asentía mis ideas diciendo “Ofi” y terminaba sus frases diciendo “Fokoff”. No pregunté, lo diría tantas veces que entendería el uso por contexto.

Conversábamos los tres, mientras me balanceaba en la hamaca fumando cigarrillos, tomando cerveza y agua de la llave. Me aconsejaron que comprara embotellada. La lógica aplicada fue ¿Si acaso los jugos de los carritos o los hielos de los tragos los harían con agua purificada? Entrené mi estómago desde el primer día bebiendo de la llave en pocas cantidades. Mi digestión era un reloj.

Estaba muy pegado. Recordaba algo y me reía solo. También al escuchar las anécdotas de Gilbert. Un tipo amable y de palabras convincentes. Un ganador con la mujeres, fachero y casi siempre andaba a torso descubierto. Era panameño pero tenía nivel “God” en inglés. Me recomendó que fuera al Selina y, mejor aún, que fuera al Aqualung. Lleno de tías borrachas y que no me iba arrepentir.

A la terraza llego un grupito de cuatro, dos parejas. Argentinos. Se adivinaba antes del saludo. La chica de cara seria, allá en el otro extremo se quejaba en joda con su grupo, que la lluvia, que tanto caminar y para qué, para llegar a Bocas hoy y el día feísimo. Y que si mañana seguía así, lloviendo, se devolverían.

—¡No! —exclamé con lamento. Me salió del alma. Me miraban con cara de esperar la explicación. Me explayé—. Que no podían irse, sin antes ir a playa estrella. Vayan… y si llueve, será por un rato. Ten fe. Y mañana estará bonito.

Les conté como llegar, que yo fui hoy. Les hablé del lugar y sus estrellas gigantes en el mar como un vendedor poeta.

Ahora en el bus nos reconocemos. Era rubia natural y a su bronceado le faltaban varios veranos. Pero de seria, nada. Era muy fácil hablar con ella. Ayelen era profesora de italiano y vivía en Merlo. Sin pausa hablamos una o dos horas, una distorsión temporal como si la conociera de mucho tiempo.

—Te siguen. —Le dije, indicándole con el dedo para que viera hacia la ventana.

—Che, los chicos me van matar si en San José también esta lloviendo. —dijo, apoyando una mano en su mejilla, simulando la preocupación.

—Los manipulaste. Shuuu.

—Qué mal pensado sos. Fue una decisión grupal —enfatizó, con tono de no creer tal afirmación.

—Te apuesto. Tú te querías ir. El de pelo largo quería quedarse y manipulaste a su novia para que lo convenciera. El que no habla mucho… Tu novio, no dijo nada.

—¿El Ema? El chabón es mi amigo ¿Vos también pensás que éramos pareja? —Sonreía, la conclusión le causaba gracia—. Sabes, en el viaje no me encaró nadie. Pero tenes razón, el Ema no dijo nada.

Saqué mi botella de agua de la llave y le convide. Luego de beber, le dije.

—Ahora me va a dar hambre.

—Vos no tenes idea del hambre que me da mí. Yo tengo algo a la Tiroides. Como y como y no engordo nada.

—Cómo deben odiarte tus amigas.

—¡Sí, me odian! Por eso con mis amigos en el viaje andaba al peo. Ellos en plan austero comiendo verduritas, re pila con las frutas. ¡Qué bajón! Yo necesito papas fritas, hamburguesas ¡Una milanesa! ¡Ohh… ¡Sufrí mucho!

—Yo sólo tengo mamones ¿Quieres uno? —le dije, mientras buscaba en mi morral.

—¿Si tenés? Bueno.

—Intentaré pasar las semillas en el aeropuerto y plantarlas en mi patio. Ojala no me las quiten.

—Vos no me vas a creer. Yo pensé lo mismo.

—Podría tragarme este cuesco y ser un traficante de mamones. Igual son grandes. Pero tendría que no ir al baño hasta llegar a Chile. No sé ¿Y si no baja nunca?

—Mi madre cuando la llame, me dio otra idea… —Ayelen no terminó la frase porque reventó de risa.

—Pero dime –insistí. Ya sabía, pero quería escuchar cómo lo diría.

—No, qué vergüenza. Acordate que recién nos conocemos.

—¡Que sabiduría la de tu madre! —Completé la idea— ¿Por arriba y por abajo no?

Los pasajeros del bus debieron preguntarse ¿Y esos subnormales? ¿De qué se ríen?

Mi vertebra L5 fracturada despertó para joderme el buen momento. Me tuve que balancear hacia adelante y atrás. Mecía a mi vertebra quejosa como un bebé. Se volvió a dormir cuando quedé echado con los codos en el respaldo del asiento delantero. En esa posición, con mi cabeza de lado y apoyada en los antebrazos, le miraba hacia atrás. Desde esta perspectiva podía, por primera vez de cerca, verla mejor; y Ayelen sabiéndose observada, quizá se quitó los anteojos para verse mejor aunque me viera peor. El sol de la tarde, ahora sin obstáculos, sin nubes, le bronceaba el rostro. Tenía ojos celestes.

Luego giré el cuello para el otro lado. La vegetación volando por la ventana. Verde, súper verde, verde hermoso. Tanto verde que aburrió. Otro giro de cuello. Ayelen dormía. ¿Pero si lo de mi agua con somnífero era broma?

Saqué el celular y accedí a la galería. Había otra ventana a la cual mirar. Abrí la última foto y pasé a la anterior. La pantalla era como una ventana de un bus viajando hacia el pasado. Cada foto la cambiaba con el dedo: más rápido y mi dedo era el poste de luz que siempre se atraviesa; más y más rápido y era la ventana de un tren bala. Cuando llegue al comienzo, a la primera foto de estas vacaciones, comenzaría con el dedo a repetir el viaje, pero muy lento, porque lo haría desde una carreta. Iba andando y dejaba atrás a MarJorie y Juan, que me saludaban desde la orilla del camino. Luego Gianino, el artesano veterano que en Tamarindo me clavó la idea de cruzar la frontera y llegar a Panamá. Vittorio y Agustina, indicándome donde ver al oso perezoso. Aparecía Lisa esperando sus papas fritas. Y ella se había subió a la carreta, porque podía ver los paisajes que ella había capturado a cientos de kilómetros de distancia. Le había escrito que nos enviáramos algunas fotos destacables, que así yo podría conocer otros lugares con sus ojos y ella con los míos. La carreta era mejor que un Delorean, también servía para un viaje cuántico, y podía estar en dos lugares a la vez: Me envió un cocodrilo, yo una lagartija; Ella unos flamencos, yo una rana roja; Ella una luna llena, yo la luz de una farola. Luego estaban los suizos y alemanes: Tino, John Lennon y la princesa Diana de Gales, cuando me enseñaron a jugar Asshole. También Fabián, el lugareño que conseguía todo más barato a cambió de una comisión. Peter la Anguila y Gilbert. Los niños que me convidaron Jafru. Y Ayelen viajando en este en bus.

Entonces apago el celular. Dispuesto a dormir. Imagino que sigo en la carreta. Se detiene. Brinco con un salto hasta la arena y camino hacia al mar en playa Wizard. No hay nadie. Veo la ola en movimiento y, justo antes de reventar encima de mí, se congela como se vería en una foto. En el futuro esa ola continuaría y me reventaría de verdad. Entonces sólo queda recordar las anteriores. Las olas son como esas pequeñas interacciones con personas, llegan a la orilla, te alcanzan y se van. No son tsunamis de cinco o diez años que te sumergen por completo y hacen creer que dejarías de ser una isla para siempre. Existieron con un inicio y un final. Paréntesis gigantes.

En mis viajes tampoco he vuelto a ver alguien de nuevo. Paréntesis pequeños dentro de paréntesis gigantes.


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Pd: Voy recomendar una desconocida película Chilena. Cero sesgo político, o sea una rareza. Bajo presupuesto con una historia mínima, sin pretensiones. Excelentes actuaciones, aunque la protagonista, no sé. En eso culpemos al guion.

Se llama Paréntesis.

Se encuentra en el buscador de youtube así:

Parentesis * Pelicula 2005 * Subtitles in English * Chile

Texto agregado el 31-12-2023, y leído por 37 visitantes. (0 votos)


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