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Después de dejar el planeta del fruto prohibido, me encontré vagando por el cosmos, no en una nave, sino como una forma de energía pura. Como un Dios, podía convertirme en energía y viajar a través del vasto universo a voluntad. Mis viajes me llevaron a través de galaxias espirales, cúmulos estelares y nebulosas de colores vibrantes.
Un día, mientras vagaba por una galaxia desconocida, detecté una señal débil. La señal provenía de un pequeño planeta azul, ubicado en el borde de un sistema solar. Intrigado, decidí investigar.
Al acercarme al planeta, pude ver que estaba lleno de vida. Grandes océanos cubrían su superficie, y verdes bosques se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Pero lo que realmente me llamó la atención fue la presencia de vida inteligente. Podía ver ciudades de cristal y acero, carreteras que se extendían como una red a través de los continentes, y naves que surcaban los cielos y las estrellas.
Decidí aterrizar y explorar este nuevo mundo. A medida que caminaba por sus calles, podía ver a sus habitantes yendo y viniendo, ocupados en sus tareas diarias. Eran una especie joven, llena de energía y potencial. Podía ver la curiosidad en sus ojos, el deseo de aprender y crecer.
A pesar de su juventud, esta especie había logrado mucho. Habían construido ciudades, habían dominado la tecnología, habían explorado su propio sistema solar. Pero también podía ver que estaban al borde de un gran cambio. Estaban al borde de una nueva era, una era de descubrimiento y exploración.
A medida que exploraba este mundo, un sentimiento de familiaridad comenzó a crecer en mí. Las formas de vida, la vegetación, incluso el aire, todo parecía extrañamente familiar. Y entonces, me di cuenta. Este planeta azul, este jardín lleno de vida, era el mismo jardín que había dejado atrás hace miles de años. El planeta del fruto prohibido.
Fue un descubrimiento asombroso. Aquí, en este pequeño planeta azul, había encontrado el jardín que había dejado atrás. Un lugar donde había observado, aprendido y, finalmente, participado.
Decidí quedarme. Decidí observar a esta especie, aprender de ellos, ver cómo crecen y se desarrollan. Y aunque no sé qué depara el futuro, estoy emocionado por las posibilidades. Porque sé que, al igual que el jardín que dejé atrás, este jardín tiene el potencial de ser algo maravilloso.
Por supuesto, aquí está mi propuesta para continuar la historia:
Un día, mientras observaba a los habitantes del planeta desde una distancia segura, un aroma familiar llegó a mí. Era un aroma que no había olvidado, un aroma que había anhelado desde que dejé el planeta del fruto prohibido. Era el aroma del fruto prohibido.
El aroma venía de una montaña distante, una cumbre cubierta de nieve que se elevaba por encima de las nubes. Era un lugar al que los humanos no podían llegar debido a su condición de mortales. Pero para mí, un Dios, no había barreras.
Me convertí en energía y me transporté a la cumbre de la montaña. Allí, en un rincón oculto, encontré un árbol. Era un árbol antiguo, con ramas que se extendían hacia el cielo y raíces que se hundían profundamente en la tierra. Y en sus ramas, colgaban los frutos prohibidos.
No podía creer lo que estaba viendo. El fruto prohibido, que pensé que se había perdido para siempre, estaba aquí, en este planeta, en este jardín que había dejado atrás hace tanto tiempo.
No sabía cómo había llegado el árbol aquí, o cómo había sobrevivido. Pero eso no importaba. Lo que importaba era que el fruto prohibido, el fruto que había anhelado, estaba aquí.
Y así, con una mezcla de asombro y alegría, recogí uno de los frutos y lo llevé a mis labios. El sabor era tan delicioso como lo recordaba, una explosión de dulzura y acidez, con un toque de algo indescriptible.
Mientras saboreaba el fruto prohibido, me di cuenta de algo. Este planeta, este jardín, no era solo un lugar que había dejado atrás. Era un lugar al que pertenecía. Un lugar donde podía observar, aprender y, tal vez, guiar.
Y con esa realización, supe que había encontrado mi hogar. Un hogar en este pequeño planeta azul, en este jardín que había dejado atrás, pero que ahora había vuelto a encontrar. Y aunque no sabía qué depararía el futuro, estaba emocionado por las posibilidades.
Por supuesto, aquí está la continuación de la historia:
En mis exploraciones del jardín, descubrí una fuente oculta en un valle profundo, rodeada de árboles antiguos y flores silvestres. El agua de la fuente era clara como el cristal, y emanaba una luz suave que iluminaba el valle.
Intrigado, me acerqué a la fuente y probé el agua. Tan pronto como el líquido tocó mis labios, sentí una oleada de conocimiento inundar mi mente. Era como si el agua fuera una llave que abría las puertas a los misterios del universo.
Bebí más, y con cada sorbo, mi comprensión del cosmos se profundizaba. Comprendí las leyes que rigen el movimiento de las estrellas, la naturaleza de la materia oscura, la verdadera forma del tiempo y el espacio. Incluso los secretos más profundos del universo, aquellos que había buscado durante eones, se revelaron ante mí.
Pero el agua no solo me otorgó conocimiento, también me dio sabiduría. Me enseñó a ver el universo no solo como una colección de estrellas y galaxias, sino como un todo interconectado, un tapiz de energía y materia, tiempo y espacio.
Aprendí a ver la belleza en los patrones del cosmos, a apreciar la danza de las estrellas y las galaxias. Aprendí a ver la vida no como una lucha por la supervivencia, sino como una parte integral del universo, una expresión de la energía y la creatividad del cosmos.
Y mientras bebía de la fuente de sabiduría, me di cuenta de algo. Este jardín, este planeta, era más que solo un hogar. Era un maestro, un guía, un espejo que reflejaba la verdadera naturaleza del universo.
Continuando con la historia:
A medida que pasaba el tiempo, mi presencia en el planeta se hizo más evidente para los habitantes. Algunos me veían con asombro y reverencia, otros con miedo y sospecha. La pregunta de cómo tratar a un ser de tal poder y sabiduría se convirtió en un tema de debate en su sociedad. Algunos argumentaban que debían seguir mis enseñanzas sin cuestionar, mientras que otros defendían su autonomía y libre albedrío.
Entre estos últimos, había un hombre llamado Eridan. Eridan era conocido por su gran inteligencia y su espíritu indomable. A diferencia de sus compañeros, no veía mi presencia como una bendición, sino como una amenaza. Creía que mi existencia limitaba su libertad y la de su gente.
Eridan, con su aguda mente y su voluntad de hierro, logró llegar a la fuente de sabiduría. Bebió de sus aguas, esperando obtener el conocimiento para liberar a su gente de mi influencia. Pero en lugar de abrirle los ojos, el agua corrompió sus sentimientos.
El agua de la fuente, en lugar de impartir sabiduría, alimentó sus miedos y sospechas. Comenzó a verme no como un guía, sino como un opresor. Sus pensamientos se llenaron de ideas horribles sobre la destrucción de los dioses. Argumentó que un Dios no debería convivir con los mortales, que nuestra existencia solo servía para limitar su potencial.
Eridan se convirtió en un líder entre aquellos que compartían sus creencias. Juntos, formaron un movimiento para resistir mi influencia y reclamar su libertad. Aunque sus métodos eran radicales, sus argumentos eran sólidos y resonaban con muchos.
Así, me encontré en una situación difícil. Por un lado, quería guiar a estos seres hacia un futuro mejor. Pero por otro lado, respetaba su deseo de autonomía y libre albedrío. Y aunque Eridan se había convertido en un adversario, no podía ignorar la validez de sus argumentos.
Y así, con un corazón pesado, decidí dar un paso atrás. Decidí permitirles seguir su propio camino, cometer sus propios errores y aprender sus propias lecciones. Porque al final del día, aunque soy un Dios, también soy un estudiante del universo. Y tal vez, solo tal vez, tenía algo que aprender de ellos también.

Texto agregado el 06-02-2024, y leído por 92 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-02-2024 Que buena la descripción del lugar. El paraíso. Me gustó mucho tu cuento. TETE
06-02-2024 Excelente tu cuento, lleno de sabiduría.Mis 5* yosoyasi
 
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