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Inicio / Cuenteros Locales / filosofotrizte / “Ecos de la Eternidad: Un Viaje a través de los Universos”

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Después de dejar el planeta del fruto prohibido, me encontré vagando por el cosmos, no en una nave, sino como una forma de energía pura. Como un Dios, podía convertirme en energía y viajar a través del vasto universo a voluntad. Mis viajes me llevaron a través de galaxias espirales, cúmulos estelares y nebulosas de colores vibrantes.
Un día, mientras vagaba por una galaxia desconocida, detecté una señal débil. La señal provenía de un pequeño planeta azul, ubicado en el borde de un sistema solar. Intrigado, decidí investigar.
Al acercarme al planeta, pude ver que estaba lleno de vida. Grandes océanos cubrían su superficie, y verdes bosques se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Pero lo que realmente me llamó la atención fue la presencia de vida inteligente. Podía ver ciudades de cristal y acero, carreteras que se extendían como una red a través de los continentes, y naves que surcaban los cielos y las estrellas.
Decidí aterrizar y explorar este nuevo mundo. A medida que caminaba por sus calles, podía ver a sus habitantes yendo y viniendo, ocupados en sus tareas diarias. Eran una especie joven, llena de energía y potencial. Podía ver la curiosidad en sus ojos, el deseo de aprender y crecer.
A pesar de su juventud, esta especie había logrado mucho. Habían construido ciudades, habían dominado la tecnología, habían explorado su propio sistema solar. Pero también podía ver que estaban al borde de un gran cambio. Estaban al borde de una nueva era, una era de descubrimiento y exploración.
A medida que exploraba este mundo, un sentimiento de familiaridad comenzó a crecer en mí. Las formas de vida, la vegetación, incluso el aire, todo parecía extrañamente familiar. Y entonces, me di cuenta. Este planeta azul, este jardín lleno de vida, era el mismo jardín que había dejado atrás hace miles de años. El planeta del fruto prohibido.
Fue un descubrimiento asombroso. Aquí, en este pequeño planeta azul, había encontrado el jardín que había dejado atrás. Un lugar donde había observado, aprendido y, finalmente, participado.
Decidí quedarme. Decidí observar a esta especie, aprender de ellos, ver cómo crecen y se desarrollan. Y aunque no sé qué depara el futuro, estoy emocionado por las posibilidades. Porque sé que, al igual que el jardín que dejé atrás, este jardín tiene el potencial de ser algo maravilloso.
Un día, mientras observaba a los habitantes del planeta desde una distancia segura, un aroma familiar llegó a mí. Era un aroma que no había olvidado, un aroma que había anhelado desde que dejé el planeta del fruto prohibido. Era el aroma del fruto prohibido.
El aroma venía de una montaña distante, una cumbre cubierta de nieve que se elevaba por encima de las nubes. Era un lugar al que los humanos no podían llegar debido a su condición de mortales. Pero para mí, un Dios, no había barreras.
Me convertí en energía y me transporté a la cumbre de la montaña. Allí, en un rincón oculto, encontré un árbol. Era un árbol antiguo, con ramas que se extendían hacia el cielo y raíces que se hundían profundamente en la tierra. Y en sus ramas, colgaban los frutos prohibidos.
No podía creer lo que estaba viendo. El fruto prohibido, que pensé que se había perdido para siempre, estaba aquí, en este planeta, en este jardín que había dejado atrás hace tanto tiempo.
No sabía cómo había llegado el árbol aquí, o cómo había sobrevivido. Pero eso no importaba. Lo que importaba era que el fruto prohibido, el fruto que había anhelado, estaba aquí.
Y así, con una mezcla de asombro y alegría, recogí uno de los frutos y lo llevé a mis labios. El sabor era tan delicioso como lo recordaba, una explosión de dulzura y acidez, con un toque de algo indescriptible.
Mientras saboreaba el fruto prohibido, me di cuenta de algo. Este planeta, este jardín, no era solo un lugar que había dejado atrás. Era un lugar al que pertenecía. Un lugar donde podía observar, aprender y, tal vez, guiar.
Y con esa realización, supe que había encontrado mi hogar. Un hogar en este pequeño planeta azul, en este jardín que había dejado atrás, pero que ahora había vuelto a encontrar. Y aunque no sabía qué depararía el futuro, estaba emocionado por las posibilidades.
En mis exploraciones del jardín, descubrí una fuente oculta en un valle profundo, rodeada de árboles antiguos y flores silvestres. El agua de la fuente era clara como el cristal, y emanaba una luz suave que iluminaba el valle.
Intrigado, me acerqué a la fuente y probé el agua. Tan pronto como el líquido tocó mis labios, sentí una oleada de conocimiento inundar mi mente. Era como si el agua fuera una llave que abría las puertas a los misterios del universo.
Bebí más, y con cada sorbo, mi comprensión del cosmos se profundizaba. Comprendí las leyes que rigen el movimiento de las estrellas, la naturaleza de la materia oscura, la verdadera forma del tiempo y el espacio. Incluso los secretos más profundos del universo, aquellos que había buscado durante eones, se revelaron ante mí.
Pero el agua no solo me otorgó conocimiento, también me dio sabiduría. Me enseñó a ver el universo no solo como una colección de estrellas y galaxias, sino como un todo interconectado, un tapiz de energía y materia, tiempo y espacio.
Aprendí a ver la belleza en los patrones del cosmos, a apreciar la danza de las estrellas y las galaxias. Aprendí a ver la vida no como una lucha por la supervivencia, sino como una parte integral del universo, una expresión de la energía y la creatividad del cosmos.
Y mientras bebía de la fuente de sabiduría, me di cuenta de algo. Este jardín, este planeta, era más que solo un hogar. Era un maestro, un guía, un espejo que reflejaba la verdadera naturaleza del universo.
A medida que pasaba el tiempo, mi presencia en el planeta se hizo más evidente para los habitantes. Algunos me veían con asombro y reverencia, otros con miedo y sospecha. La pregunta de cómo tratar a un ser de tal poder y sabiduría se convirtió en un tema de debate en su sociedad. Algunos argumentaban que debían seguir mis enseñanzas sin cuestionar, mientras que otros defendían su autonomía y libre albedrío.
Entre estos últimos, había un hombre llamado Eridan. Eridan era conocido por su gran inteligencia y su espíritu indomable. A diferencia de sus compañeros, no veía mi presencia como una bendición, sino como una amenaza. Creía que mi existencia limitaba su libertad y la de su gente.
Eridan, con su aguda mente y su voluntad de hierro, logró llegar a la fuente de sabiduría. Bebió de sus aguas, esperando obtener el conocimiento para liberar a su gente de mi influencia. Pero en lugar de abrirle los ojos, el agua corrompió sus sentimientos.
El agua de la fuente, en lugar de impartir sabiduría, alimentó sus miedos y sospechas. Comenzó a verme no como un guía, sino como un opresor. Sus pensamientos se llenaron de ideas horribles sobre la destrucción de los dioses. Argumentó que un Dios no debería convivir con los mortales, que nuestra existencia solo servía para limitar su potencial.
Eridan, un hombre de espíritu indomable, se encontraba en la cima de una montaña, su mirada perdida en el horizonte. Había llegado hasta allí en busca de la legendaria Fuente de la Sabiduría, un manantial cuyas aguas se decía que otorgaban el conocimiento de los dioses a aquellos que bebían de ellas.
Después de un arduo viaje, Eridan finalmente encontró la fuente. Con manos temblorosas, tomó un sorbo del agua cristalina. Al instante, una oleada de emociones y pensamientos inundó su mente. Vio el mundo tal como era, con toda su belleza y horror, amor y odio, creación y destrucción.
Lleno de odio por las injusticias del mundo, Eridan gritó al cielo, desafiando a los dioses. Y para su sorpresa, uno de ellos respondió.
Ante él apareció un ser de luz deslumbrante, su presencia llenaba el aire con una energía abrumadora. Era un dios, un ser de pura energía y conciencia.
Eridan, con la valentía de un hombre que ha visto el mundo en su verdadera forma, comenzó a interrogar al dios. Le preguntó sobre su origen, sobre la eternidad, sobre el sufrimiento en el mundo. Y el dios, con paciencia y sabiduría, respondió a sus preguntas.

Eridan: “Dios, ¿de dónde vienes? ¿Cuál es tu origen?”
Dios: “Eridan, mi origen es un misterio incluso para mí. Como Dios, siempre he existido, más allá del tiempo y del espacio.”
Eridan: “Pero todo tiene un principio y un fin, ¿no es así?”
Dios: “En el mundo físico, sí. Pero yo existo más allá de lo físico. Soy energía, soy conciencia. No estoy limitado por las leyes del tiempo y el espacio.”
Eridan: “Entonces, ¿eres eterno? ¿No tienes principio ni fin?”
Dios: “Así parece. Pero la eternidad no es como la imaginas. No es una línea infinita, sino un círculo. Un ciclo sin fin de creación y destrucción, de aprendizaje y crecimiento.”
Eridan: “Eso es difícil de comprender para un mortal como yo.”
Dios: “Lo sé, Eridan. Pero recuerda, la sabiduría viene no solo de entender, sino también de aceptar lo que no podemos entender. El universo está lleno de misterios, y eso es lo que lo hace tan maravillosamente hermoso.”
Eridan: “Dios, veo hambre, odio y guerras en nuestro mundo. ¿Por qué permites que estas cosas ocurran?”
Dios: “Eridan, entiendo tu angustia. Pero debes entender que no estoy aquí para resolver tus problemas. Soy un observador.”
Eridan: “¿Un observador? ¿No tienes el poder de cambiar las cosas?”
Dios: “Tengo el poder, pero también tengo la sabiduría para saber que no debo usarlo. Cada sociedad debe tomar sus propias decisiones y aprender de sus errores. Esa es la única forma en que pueden crecer y evolucionar.”
Eridan: “Pero hay tanto sufrimiento…”
Dios: “Lo sé, Eridan. Pero también he visto sociedades donde se ha alcanzado la paz y la armonía. No fue fácil, y no ocurrió de la noche a la mañana. Requirió tiempo, esfuerzo y, sobre todo, la voluntad de cambiar.”
Eridan: “¿Entonces es posible para nosotros?”
Dios: “Absolutamente, Eridan. Pero la decisión no es mía, es tuya y de tu gente. Tienen el poder de cambiar su mundo, si así lo deciden.”
Eridan: “Es una gran responsabilidad.”
Dios: “Sí, lo es. Pero también es una gran oportunidad. La oportunidad de crear un mundo mejor, un mundo de paz y armonía. Y sé que tú y tu gente tienen la capacidad de hacerlo.”
Eridan, con su rostro enrojecido por la frustración, levantó la vista al cielo y gritó: “¡Maldito seas! Nos has dejado aquí, en este mundo lleno de sufrimiento y dolor. ¿Por qué no puedes simplemente ayudarnos? ¿Por qué no puedes hacer que todo sea mejor?”
Sus palabras resonaron en el silencio, llenando el aire con una tensión palpable. El Dios, observando desde lejos, sintió una punzada de tristeza. Pero sabía que no podía intervenir, que no podía simplemente hacer que todo fuera mejor.
Eridan continuó, su voz llena de desesperación: “¿No ves lo que estamos pasando? ¿No ves el dolor, el sufrimiento, la desesperación? ¿No puedes simplemente… cambiarlo todo? ¿No puedes convertirnos en una sociedad donde reine el amor y la armonía?”
El Dios, en su sabiduría infinita, respondió: “Eridan, entiendo tu dolor. Pero no puedo hacer lo que me pides. No puedo simplemente cambiar tu mundo. Eso es algo que ustedes, como sociedad, deben decidir y trabajar para lograrlo.”
Eridan se quedó en silencio, sus ojos llenos de lágrimas. Pero en su corazón, sabía que el Dios tenía razón. Sabía que el cambio debía venir de ellos, no de un ser divino. Y con esa realización, sintió una nueva determinación crecer dentro de él. Una determinación de cambiar su mundo, de crear una sociedad donde reine el amor y la armonía.
Eridan: “Entonces, ¿por dónde deberíamos comenzar?”
Dios: “Comienza por ti mismo, Eridan. Sé el cambio que quieres ver en el mundo. Trata a los demás con amabilidad y respeto, lucha por la justicia y la equidad. No te rindas ante la adversidad.”
Eridan, con lágrimas corriendo por sus mejillas, miró al Dios y dijo: “Pero cuando logremos todo esto, yo ya estaré muerto.”
Dios, sorprendido por la declaración de Eridan, dejó escapar: “Pero tu alma…”.
Eridan, agarrándose a esa pequeña revelación, presionó: “¿Mi alma? ¿Qué pasa con mi alma?”
Dios, viendo la desesperación en los ojos de Eridan, decidió explicar: “Las almas son eternas, Eridan. Cuando mueres, tu alma no desaparece. En cambio, encuentra un nuevo cuerpo, una nueva vida en la que aprender y crecer. Descubrí este fenómeno hace muchos millones de años. La forma de vida orgánica es finita, y para que haya vida, debe haber un alma. Las almas entran y salen de los cuerpos con vida, en un ciclo constante de renacimiento.”
Eridan, asombrado por esta revelación, se quedó en silencio, reflexionando sobre las implicaciones de lo que Dios acababa de revelar.
Dios, viendo la confusión y el asombro en los ojos de Eridan, decidió profundizar en el concepto de la reencarnación.
Dios: “Eridan, la reencarnación no es solo un fenómeno que he observado, sino una creencia que muchas culturas en el universo han desarrollado. Según estas creencias, la muerte no es el final, sino simplemente una transición. Cuando mueres, tu alma deja tu cuerpo y encuentra uno nuevo para habitar. Este nuevo cuerpo puede ser muy diferente del anterior, y tu nueva vida puede ser muy diferente de la que acabas de dejar.”
Eridan: “¿Entonces podría haber sido un pájaro en una vida anterior, o un pez en la siguiente?”
Dios: “Es posible, Eridan. La forma de tu cuerpo no limita a tu alma. Tu alma puede experimentar la vida desde muchas perspectivas diferentes, aprendiendo y creciendo con cada nueva vida.”
Eridan: “Pero, ¿qué pasa con mis recuerdos? ¿No los perdería cada vez que muero?”
Dios: “En la mayoría de los casos, sí. Pero esos recuerdos no se pierden por completo. Se almacenan en lo que algunas culturas llaman el ‘registro akáshico’, una especie de biblioteca cósmica de todas las experiencias del alma. Y aunque no puedas acceder a esos recuerdos en tu vida diaria, pueden influir en ti de maneras sutiles, guiando tus instintos y tus sueños.”
Eridan, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente. Aunque la idea de la reencarnación era nueva y extraña para él, también le ofrecía una especie de consuelo. Le daba esperanza de que, incluso después de la muerte, su viaje no terminaría. Que seguiría aprendiendo, creciendo y evolucionando, sin importar cuántas vidas le tomara.

Dios: “Eridan, en mi forma actual, como pura energía, he encontrado una manera de interactuar con los humanos de este planeta. He presenciado su evolución desde seres acuáticos sin inteligencia hasta convertirse en seres capaces de conversar con Dioses, gracias al fruto prohibido. Pero siendo pura energía, no puedo experimentar los placeres humanos, como el sexo. Sin embargo, encontré en el fruto prohibido el placer de comer, que los humanos experimentan con toda clase de exquisiteces. Por eso, de vez en cuando, he habitado vidas humanas, pagando el precio de perder mi memoria de Dios durante esa vida.”
Eridan: “¿Y qué humanos has sido? ¿Has sido alguno de los grandes genios de la humanidad?”
Dios: “Sí, Eridan. A lo largo de las eras, he vivido muchas vidas y he sido muchas personas. He sido artistas y científicos, líderes y pensadores. He sido Leonardo da Vinci, creando obras de arte que han resistido la prueba del tiempo. He sido grandes matemáticos, desentrañando los misterios del universo a través de los números. He sido conquistadores famosos, moldeando el curso de la historia con mis acciones. Pero en cada vida, he aprendido algo nuevo, he crecido de alguna manera. Y cada experiencia, cada vida, ha contribuido a la entidad que soy ahora.”
Eridan, con una chispa de determinación en sus ojos, miró al dios y dijo: “Quiero aprender magia.”
El dios, con una expresión de sorpresa, respondió: “¿Magia? ¿Por qué querrías aprender algo tan peligroso y volátil?”
Eridan, sin inmutarse, respondió: “Porque quiero cambiar el mundo. Quiero hacerlo un lugar mejor.”
El dios se rió suavemente. “Eso es lo que todos dicen. Pero la magia no es un juguete, Eridan. No es algo que puedas usar para tus propios fines sin consecuencias.”
Eridan asintió. “Lo sé. Pero también sé que la magia puede ser una herramienta para el bien. Puede ser una forma de ayudar a las personas, de hacer una diferencia.”
El dios pareció considerar esto por un momento. “Tienes razón”, dijo finalmente. “La magia puede ser una herramienta para el bien. Pero también puede ser una fuerza de destrucción. ¿Estás seguro de que estás preparado para ese tipo de responsabilidad?”
Eridan asintió con firmeza. “Estoy listo”, dijo. “Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para aprender a usar la magia de manera responsable.”
El dios sonrió. “Muy bien”, dijo. “Te enseñaré. Pero recuerda, Eridan, la magia es un camino peligroso. Debes tener cuidado.”
Y así, Eridan comenzó su entrenamiento en magia, bajo la atenta mirada del dios. Aprendió a canalizar su energía, a dar forma a sus pensamientos, a manipular el mundo a su alrededor. Y aunque el camino era difícil y estaba lleno de desafíos, Eridan nunca perdió la esperanza. Sabía que estaba en el camino correcto, el camino hacia un mundo mejor.
Y aunque todavía le quedaba mucho por aprender, Eridan sabía que tenía el poder de cambiar su mundo. Y con esa certeza en su corazón, miró al horizonte con una nueva determinación.
“Estoy listo”, dijo Eridan, su voz llena de resolución. “Estoy listo para cambiar el mundo.”
Y con esas palabras, Eridan dio su primer paso hacia un futuro incierto, armado con el conocimiento de los dioses y el poder de la magia. Y aunque no sabía qué le deparaba el futuro, sabía que estaba listo para enfrentarlo. Porque Eridan no era solo un hombre. Era un mago, un aprendiz de dios, y estaba listo para hacer su marca en el mundo.
Eridan, después de su encuentro con el dios y su aprendizaje de la magia, decidió que era hora de regresar al mundo moderno. Pero no como un simple mortal, sino como alguien que podría marcar una diferencia real. Así que decidió postularse para la presidencia de Cuba.
Su campaña fue diferente a cualquier otra. No solo prometió cambios políticos y económicos, sino que también habló de magia, de un mundo donde la sabiduría de los dioses podría usarse para el bien de todos. Algunos lo llamaron loco, otros lo llamaron visionario. Pero a Eridan no le importaba. Sabía que estaba en el camino correcto.
La noche de las elecciones fue tensa. Eridan, rodeado de sus seguidores, esperaba ansiosamente los resultados. Y cuando finalmente llegaron, no pudo evitar sonreír. Había ganado. Era el nuevo presidente de Cuba.
Eridan sabía que tenía un gran desafío por delante. Pero también sabía que tenía el poder y la sabiduría para enfrentarlo. Y con esa certeza en su corazón, se preparó para liderar su país hacia un futuro mejor.
Como presidente, Eridan implementó políticas que reflejaban su visión de un mundo mejor. Luchó por la justicia social, la equidad y la paz. Pero también introdujo la magia en la vida cotidiana de las personas, enseñándoles a usarla para mejorar sus vidas y su comunidad.
Eridan se convirtió en un líder amado y respetado, no solo en Cuba, sino en todo el mundo. Su historia, la de un hombre que había bebido de la Fuente de la Sabiduría y había aprendido la magia de un dios, se convirtió en una leyenda.
Y aunque Eridan sabía que su tiempo en la Tierra era limitado, también sabía que había dejado una marca indeleble en el mundo. Había demostrado que la magia, cuando se usa con sabiduría y respeto, puede ser una fuerza para el bien.
Y así, Eridan continuó su viaje, liderando su país con sabiduría y compasión, siempre recordando las lecciones que había aprendido en la cima de la montaña. Y aunque no sabía qué le deparaba el futuro, sabía que estaba listo para enfrentarlo.
La isla había florecido bajo su influencia mágica, convirtiéndose en el centro del mundo. Con su liderazgo y la magia que había compartido, Cuba se había transformado en un paraíso de prosperidad y paz.
Pero Eridan sabía que el equilibrio era frágil. A lo largo de los años, otros habían aprendido a usar la magia. Algunos buscaban el bien, como él, pero otros ansiaban poder y control. Y con cada día que pasaba, la tensión crecía. Se avecinaba una guerra mágica.
Eridan, consciente de la amenaza, comenzó a prepararse. Reunió a sus aliados, fortaleció sus defensas y entrenó a sus ciudadanos en el arte de la magia defensiva. Sabía que la batalla sería dura, pero también sabía que no podía permitir que la oscuridad se apoderara del mundo que había trabajado tan duro para construir.
Mientras la sombra de la guerra se cernía sobre Cuba, Eridan se mantuvo firme. Estaba listo para luchar, listo para proteger su hogar y su gente. Y aunque el futuro era incierto, una cosa era segura: Eridan no se rendiría sin luchar.
****
En la vastedad del cosmos, el Dios que una vez había bebido de la Fuente de la Sabiduría se encontró con otro ser divino. Este Dios, conocido como Orión, era un guardián de los secretos del universo, un observador de los innumerables mundos que salpicaban la tela del espacio-tiempo.
Orión, con una voz que resonaba con la antigüedad de las estrellas, habló: “Hermano, veo que has estado vagando por el universo, buscando sus secretos. Pero, ¿has olvidado tu jardín, el planeta Tierra?”
El Dios, sorprendido, respondió: “Nunca he olvidado la Tierra. Es mi hogar, mi creación. Pero, ¿qué ocurre allí que requiere mi atención?”
Orion, con una mirada llena de preocupación, dijo: “Tu jardín está en peligro. Los humanos han aprendido a usar la magia, el don que una vez les diste. Pero no todos la usan para el bien. Se avecina una guerra mágica, una que podría devastar tu precioso jardín.”
El Dios, conmocionado, respondió: “¿Una guerra? ¿Cómo ha llegado a esto?”
Orion suspiró. “La magia es un regalo poderoso, pero también peligroso. Sin la sabiduría para usarla correctamente, puede llevar a la destrucción.”
El Dios, con determinación en su voz, dijo: “No permitiré que mi jardín sea destruido. Haré lo que sea necesario para protegerlo.”
Y con esas palabras, el Dios se preparó para regresar a la Tierra, listo para enfrentar la tormenta que se avecinaba. Aunque el camino por delante era incierto, estaba decidido a proteger su hogar, sin importar el costo.
Con un destello de luz y un rugido de energía, el Dios se encontró de nuevo en la Tierra. Miró a su alrededor, viendo los cambios que habían ocurrido durante su ausencia. La magia había florecido, y con ella, la humanidad había alcanzado nuevas alturas de prosperidad y conocimiento. Pero también había oscuridad. Podía sentir la tensión en el aire, el miedo y la incertidumbre que preceden a una guerra.
El Dios sabía que tenía que actuar. No podía permitir que su precioso jardín fuera destruido por la imprudencia de sus habitantes. Así que decidió intervenir, pero no como un dios, sino como un guía. Tomó la forma de un anciano sabio y comenzó a viajar por el mundo, enseñando a las personas a usar la magia de manera responsable y promoviendo la paz y la comprensión.
A lo largo de sus viajes, el Dios se encontró con muchos que estaban dispuestos a escuchar. Les enseñó sobre el equilibrio, sobre cómo la magia podía ser una fuerza tanto de creación como de destrucción, y sobre cómo era su responsabilidad usarla sabiamente. Muchos escucharon sus palabras y se comprometieron a seguir su camino de paz y sabiduría.
Pero también hubo quienes se resistieron. Aquellos que veían la magia como una herramienta para el poder y el control, y que estaban dispuestos a ir a la guerra para conseguir lo que querían. A estos, el Dios les advirtió sobre las consecuencias de sus acciones, pero sus palabras a menudo caían en oídos sordos.
A pesar de los desafíos, el Dios no se desanimó. Sabía que la batalla que se avecinaba sería dura, pero también sabía que tenía que luchar. Porque la Tierra era su hogar, su jardín, y estaba dispuesto a hacer todo lo posible para protegerlo.
Y así, mientras la sombra de la guerra se cernía sobre la Tierra, el Dios se preparó para la tormenta que se avecinaba. No sabía qué le deparaba el futuro, pero estaba listo para enfrentarlo. Porque no era solo un dios, sino un protector, un guía, y estaba listo para hacer todo lo posible para proteger su mundo.
***
Orion, después de su conversación con el Dios, decidió visitar la Tierra. Apareció en un destello de luz frente a Eridan, quien estaba sorprendido pero también emocionado de conocer a otro ser divino.
Orion, con una voz que resonaba con la antigüedad de las estrellas, habló: “Eridan, he venido a advertirte. El Dios, tu antiguo maestro, ha regresado a la Tierra.”
Eridan, sorprendido, respondió: “¿Mi maestro? ¿Aquí, en la Tierra? Pero, ¿por qué?”
Orion suspiró. “Porque se avecina una guerra mágica. Y temo que tu maestro pueda no estar de tu lado en esta batalla.”
Eridan, conmocionado, respondió: “¿Mi maestro, mi enemigo? No puede ser. Él me enseñó todo lo que sé sobre la magia. Me mostró cómo usarla para el bien.”
Orion, con una mirada llena de tristeza, dijo: “Eridan, la magia es un regalo, pero también una responsabilidad. Y no todos la usan con sabiduría. Tu maestro, temo, puede haber olvidado eso.”
Eridan, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente. “Entiendo”, dijo. “Haré lo que sea necesario para proteger mi hogar, mi gente. Incluso si eso significa enfrentarme a mi propio maestro.”
Orion, con una sonrisa triste, respondió: “Esa es la actitud, Eridan. Recuerda, la verdadera fuerza no reside en la magia, sino en el corazón. Y sé que tu corazón es fuerte.”
Y con esas palabras, Orion desapareció, dejando a Eridan solo con sus pensamientos y su determinación. Aunque el camino por delante era incierto, Eridan sabía que estaba listo para enfrentarlo. Porque no era solo un hombre, ni solo un presidente, ni solo un mago. Era Eridan, el aprendiz de dios, y estaba listo para hacer todo lo posible para proteger su mundo.
***
Cuando el Dios llegó a Cuba, fue recibido con una lluvia de hechizos mágicos. Los ataques eran poderosos y espectaculares, llenando el cielo con destellos de luz y energía. Pero para un dios, la magia de los humanos era como una brisa suave. No le hizo ni cosquillas.
En un ataque de ira, el Dios levantó su mano y, con un simple gesto, hizo que Eridan se arrodillara. Eridan luchó contra la fuerza invisible que lo mantenía en su lugar, pero fue en vano. No podía moverse, no podía resistirse. Estaba completamente a merced del Dios.
El Dios, con una voz que resonaba con el poder y la autoridad de los cielos, habló: “Eridan, desde el principio, he sido un observador. He visto mundos nacer y morir, he visto civilizaciones alcanzar las estrellas y caer en la oscuridad. Y a través de todo eso, he aprendido una cosa: no debo interferir con el orden natural de las cosas.”
Eridan, con la cabeza baja, respondió: “¿Pero por qué? Tienes el poder de cambiar las cosas. ¿Por qué no lo haces?”
El Dios suspiró. “Porque el cambio debe venir de dentro. No puedo forzar a un mundo a cambiar, no puedo imponer mi voluntad sobre él. Cada mundo, cada civilización, debe encontrar su propio camino. Deben aprender de sus errores, deben crecer y evolucionar por sí mismos. Esa es la única forma en que pueden llegar a ser verdaderamente grandes.”
Eridan, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente. Aunque no entendía completamente las palabras del Dios, sabía que eran verdaderas. Y con esa realización, sintió una nueva determinación crecer dentro de él. Una determinación de cambiar su mundo, de hacerlo un lugar mejor, no importa cuánto tiempo o esfuerzo requiriera.
Y así, mientras el Dios se alejaba, Eridan se quedó de rodillas, mirando el cielo con una nueva comprensión. Sabía que la batalla que se avecinaba sería dura, pero también sabía que estaba listo para enfrentarla.
Eridan, con la mente llena de recuerdos y experiencias, se encontró de nuevo en la cima de la montaña donde todo había comenzado. Miró a su alrededor, esperando ver los cambios que había hecho en el mundo, pero todo estaba como antes. No había señales de magia, no había evidencia de su presidencia en Cuba. Era como si todo lo que había vivido fuera solo un sueño.
Desconcertado, Eridan se volvió hacia el Dios. “¿Qué está pasando?”, preguntó. “Recuerdo todo, la magia, la presidencia, la guerra… Pero parece que nunca ocurrió.”
El Dios, con una mirada llena de sabiduría, respondió: “Eridan, lo que has experimentado es real, pero no en la forma que crees. Has vivido esas experiencias, has aprendido esas lecciones, pero no en este universo, no en esta línea de tiempo.”
Eridan, aún más confundido, intentó entender. “¿Entonces todo fue… una ilusión?”
El Dios negó con la cabeza. “No una ilusión, sino una posibilidad. Una de las infinitas posibilidades que existen en el multiverso. Te mostré una de esas posibilidades para que pudieras aprender y crecer.”
Eridan, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente. Aunque no entendía completamente, sabía que había aprendido algo valioso. Y con esa realización, sintió una nueva determinación crecer dentro de él.
Pero antes de que pudiera decir algo más, el Dios levantó la mano. “Eridan, hay cosas que solo seres interdimensionales como nosotros, los dioses, podemos comprender. No te preocupes por lo que no puedes entender. En su lugar, enfócate en lo que puedes hacer con lo que has aprendido.”
Y con esas palabras, el Dios desapareció, dejando a Eridan solo en la cima de la montaña, con su mente llena de recuerdos y su corazón lleno de determinación.

Texto agregado el 06-02-2024, y leído por 565 visitantes. (1 voto)


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