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DEL RECUERDO AL OLVIDO


“Si te recuerdo, lloro. Si no te recuerdo, sufro…”,
—G.C.V

“Invoquemos, pues, al recuerdo, que el olvido llega solo…”,
—G.C.V



Recordar es aparecer en mitad de un camino o de un paraje conocido y algo familiar y no saber exactamente hacia dónde ir: si adelantar, retroceder, quedarse ahí o regresar.

Es impredecible saber hacia dónde nos llevan los recuerdos. No es tan fiel ni tan exacto lo que recordamos y cómo lo recordamos. Hay pasos nuevos, sendas distorsionadas y baches inesperados por los que tropezamos y caemos, alterando el paisaje y la fidelidad de la memoria y los sucesos.

Los recuerdos son vivencias que con el tiempo dejan de ser como fueron y pasan a ser como nos parece que así sucedieron. Hay dimensiones secretas que se alteran modificando la percepción de la realidad, las emociones y los sentimientos asociados a dichos recuerdos.

La principal variable que se altera es el tiempo. Si no tenemos con precisión marcado y etiquetado el evento, difícilmente sabremos cuándo y cómo fue que sucedió; después se diluye el sentimiento y la emoción no es la misma. No se vuelven a percibir las cosas de misma manera fiel como ocurrieron, salvo eventos traumáticos difíciles de borrar (y que, con todo, tras adecuadas terapias, se logran superar).

La memoria es frágil y hay no manera de mantenerla viva al ciento por ciento (tendría que ser almacenada en una supercomputadora de miles de terabytes para archivar todo en múltiples niveles y dimensiones y que al final no serviría de mucho: nadie desea mirar ni repetir una vieja película en la que nada cambia y mucho menos estaría interesado en que otros la vieran). La fragilidad es evidente, pues cada nuevo hecho se va sobreponiendo sobre el otro, dejando los viejos recuerdos amontonados al fondo del tonel, con el riesgo de que se pierdan, se anquilosen o se recubran de experiencias similares que opaquen las anteriores hasta llegar a confundirlas, mezclarlas y olvidarlas.

Los recuerdos, pocos o muchos, intensos o débiles, nuevos o antiguos son la compañía más íntima que tenemos de nosotros mismos. Nadie conoce nuestras vivencias ni nuestro sentir y parecer de cada momento de nuestras vidas, más que nosotros. Somos los únicos testigos mudos de nuestra propia y personal historia.

Mueren los amigos y familiares más cercanos y con ellos parte de los recuerdos compartidos que podíamos con ellos revivir y confirmar. Se van apagando los puntos de contacto que nos ayudan a conectar con las cosas en común vividas. El camino se va angostando y las huellas de nuestros pasos desdibujando y desmoronando.

¿Qué quedará de nosotros después que nos vayamos?

Lo dicho, lo hecho, lo sentido, lo pensado, lo soñado, lo vivido es una estela tenue que el tiempo borrará. Vamos inexorablemente caminando a pasos agigantados del recuerdo al olvido y nuestra débil memoria se convierte en una colcha de retazos raída y descolorida con fragmentos de recuerdos que día a día dejan de acompañarnos y de hablarnos al oído de lo que fue, es y queda de nuestra vida.

Cada cana y cada arruga poseen su historia, pero, acaso ¿quién, para contarla, quién para escucharla?...


P.D:
Todo lo que hacemos y vivimos deja huella en nuestra memoria, pero que ella misma —con el tiempo— borrará...

Cajicá, febrero 19 de 2024

Texto agregado el 20-02-2024, y leído por 44 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-02-2024 El paso del tiempo es inevitable y al final cobra su factura. Solo nos queda disfrutar lo mejor que podamos. Saludos. Odette
 
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