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1

Era una criatura babosa que se arrastraba dentro de una caja de cristal. No tenía cabeza, ni patas. Dos puntitos negros en su piel eran sus ojos.

Mi madre me la regaló por mis once años.

—¿Qué es esto? —le pregunté—. Parece un caracol que ha perdido su caparazón.

—Es un keimu-kan ¿te gusta?

—Sí —y en verdad me resultaba horroroso.

—Bueno... Es un poco feo —dijo mamá como si se disculpara intuyendo mi pensamiento—, pero si come y duerme lo suficiente, en su piel aparecerán colores muy bonitos y luminosos. Es muy sencillo darle de comer. Mira.

Entonces cogió un bote con un aplicador y lo estrujó metiendo el aplicador por un agujero que había en la parte superior de la caja. La papilla cayó dentro y manchó el suelo. El keimu-kan se deslizó por encima de la mancha como si la fregara con su cuerpo y la hizo desaparecer. Así comía la criatura.

Luego mamá añadió en voz baja:

—Este extraño animal es único en el mundo. Debe ser nuestro secreto, Albert. A nadie debes enseñárselo. A nadie. Ni decir que lo tienes. Será tu mascota. Necesita de mucha atención. Es muy delicada y por eso no la puedes ni siquiera sacar de la caja ¿Te comprometes a cuidarla a partir de hoy?

—Sí

Pero tampoco era verdad. Mentí porque mamá estaba triste, y sola, sin papá, y si aceptaba el regalo se alegraría. Yo no conocí a papá. Yo era muy pequeño cuando murió.


2

Así que empecé a dar de comer al keimu-kan cómo lo había hecho mamá delante de mí. Lo hacía cuatro veces al día. Era la cantidad que necesitaba. Como estaba bien alimentado y cuidado, su cuerpo brillaba por la noche e iluminaba suavemente mi cuarto: primero su piel se ponía roja, luego pasaba al naranja; del naranja al amarillo; del amarillo al verde; del verde al azul claro y de éste al oscuro; y finalmente acababa en el violeta. Brillaba con los siete tonos del arcoiris. Pero si se me olvidaba darle la merienda o la cena, permanecía tristemente apagado. No podía despistarme si quería verlo brillar durante la noche.

Una tarde me puse a hablarle como quién tiene un amigo para comprobar que percibía sonidos y noté por un leve temblor en su piel que se animaba al escuchar mi voz. Esa noche me dio toda su luz, contento quizás de que le hablara. A partir de entonces, lo hice todas las tardes.

Le contaba lo que me sucedía en el colegio con mis compañeros y con mi profesora. Le contaba cuentos o le cantaba. Todo, para que se sintiera acompañado. Y luego él, al llegar la noche, me devolvía el cariño, dándome su hermosa luz.

De vez en cuando dos de mis amigos venían a jugar conmigo a casa. En esas ocasiones yo guardaba rápidamente dentro del ropero la caja con el keimu-kan. No podían verlo. Mamá había dicho que era nuestro secreto. Pasaba entonces la tarde con ellos y cuando se marchaban, ponía fuera la caja.

Hasta aquí, todo parecía ir bien, como mamá había previsto, pero a los pocos meses el keimu-kan cambió su actitud. Se volvió celoso, exigente y caprichoso. Si estaba toda la tarde con mis amigos jugando, si no le daba más comida o si no me quedaba con él, hablándole de mis cosas, no me daba su luz nocturna. También me la dejó de dar si ponía mi música favorita, o si jugaba con mis juguetes o con mi consola. Se enfadaba y era su manera de castigarme por no hacerle el caso que quería.

Cuando se lo conté a mamá, ella, que no sospechaba el cambio, en vez de creer en mi palabra, me regañó:

—Albert, te comprometiste a su cuidado y no estás siendo responsable. Sé más atento con él. Es un ser vivo sin inteligencia humana, pero tiene sentimientos parecidos a los de un perro. Se siente abandonado. Es eso nada más.

Me sentí culpable al oír estas palabras ¿No serían imaginaciones mías y pensaba mal de mi mascota? Me empeñé pues en cuidarla mejor. Yo debía ser un buen dueño y de paso hacer feliz a mamá.

En las noches siguientes, el keimu-kan no brilló nada y eso que lo alimentaba, lo cuidaba y le hablaba. Pensé que seguía enfadado. Pero no era eso. Era algo peor que estaba aún por llegar…

Una noche me pareció oír en la oscuridad de mi cuarto una leve risa escondida. Venía desde el interior de la caja. Era el keimu-kan, que se reía… Pero ¿De quién se reía? Mis sospechas volvieron con más claridad… ¡Se reía de mi! No podía ser de otra manera aunque fuera difícil creerlo. Seguramente sabía que tenía el control de la situación y que triunfaba con su plan para poner a mamá en mi contra. Y lo hacía porque quería mi atención, toda la atención. Era maligno y egoísta y se aprovechaba de mí.

¿Hasta dónde llegaría con sus oscuras exigencias?

Tenía que deshacerme de él, hacerlo desaparecer, matarlo. Después diría que se había fugado. A fin de cuentas ¿Qué importaba su muerte? Yo no quería a aquella criatura. Y seguro que ella a mi tampoco. Nos odiábamos, pero yo además le tenía miedo. La había aceptado como un regalo de mamá para no decepcionarla y ahora tenía que estar esclavizado a ella soportando su carácter terrorífico.

Decidí entonces llevarla al baño una noche y volcar la caja sobre la taza de la vasija para que cayera y se ahogara. Pero cuando estaba a punto de precipitarse hacia el hueco comenzó a chillar. Mamá se despertó al instante. Al ver lo que yo intentaba hacer se enfadó muchísimo y me castigó durante varias tardes encerrado en mi cuarto. En las noches de castigo oía la risa maligna del keimukan haciéndome de rabiar.

Solo una cosa me permitía hacer el keimu-kan, quizás para que nadie sospechara de él, para que todo pareciera normal: me permitía estudiar y hacer los deberes. Y sí, me seguía yendo bien en los estudios, pero ya no era feliz. Nada feliz. Me volví triste y miedoso. Por las mañanas en el colegio no quería jugar con nadie y por las tardes estudiaba y cuidaba todo el tiempo del keimu-kan. Ningún amigo volvió a visitarme a casa. Decían que se aburrían conmigo.

«Son cosas de la edad» aseguraba mi madre a sus amigas y a la profesora, «se está haciendo adolescente antes de tiempo y los adolescente, ya sabemos, que tienen un ánimo muy variable y, a veces, problemático» Se me olvidó decir que mamá era psicóloga y explicaba todo por medio de su profesión.

¿A quién le iba yo entonces a contar que la culpa de todo la tenía esa malvada criatura? Nadie me creería y me tomarían por un niño loco. Yo, para no discutir con mamá y preocuparla, disimulaba que todo iba bien. Pero nada iba bien. Nada.

La última noche que pasé con el keimu-kan fue así: yo estaba en la cama despierto y el keimu-kan empezó a brillar más fuerte que nunca. Debía sentirse contento por hacerme daño. Entonces su luz iridiscente se fue haciendo más y más grande, ocupando por completo el cuarto y dejándome ciego. No veía mis brazos, ni mis piernas, ni mi tronco. Nada. Solo veía un arcoiris. De repente un calor intenso recorrió todo mi cuerpo, perdí todas las fuerzas y dejé de tener peso. Me sentía flotar y estaba desapareciendo. Al final, el cuarto se llenó de una brusca oscuridad y me quedé como dormido…


3

Al día siguiente la voz de un niño me despertó:

—¿Qué es esto, mamá? —gritó sorprendido—. Parece un slime (**) con vida. 

Entonces vi todo mi cuerpo convertido en una babosa que se arrastraba dentro de una caja de cristal.


3 de abril de 2024
David Galán Parro


(*) Keimu-kan en japonés significa «carcelero»

(**) Juguete que consiste en una masa viscosa, pegajosa y muy flexible y que ofrece múltiples posibilidades de manipulación para los niños.

Texto agregado el 06-04-2024, y leído por 108 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
08-04-2024 Un relato interesante, que logra mantener al lector atrapado desde el principio hasta el final. Buen cuento. maparo55
06-04-2024 Muy bueno, David. Bien contado. Dhingy
06-04-2024 Creo que el cuento ganaría si se justificara la actitud de la madre. Tal vez dominada su psique por la creatura, que según se ve es de naturaleza maligna./ Me recordó al cuento Axolotl de Cortázar. Gatocteles
06-04-2024 No suelo comentar o votar en los trabajos de otros. Pero hace varias semanas no leía algo así. Me recuerda los cuentos de la cripta de los años 80-90. Nostalgia. luisgerminalmunozsalvador
06-04-2024 No fue quien fue el tarado que le dio una estrella. El cuento es bueno, vamos a ver, se sabe desde el primer momento lo que va a suceder. Incluso los de mentes mas podridas como yo pensaron en la posibilidad de que fuera el alma del padre o algo y que la madre quería que su difunto marido ocupara el cuerpo del niño. La historia es lo bastante interesante como para que sigas leyendo. Mis 5* señor. luisgerminalmunozsalvador
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